Una discusión acerca del término “terroristas”, utilizado por el Presidente de la República para denominar a quienes perpetraron el incendio del Casino Royale.
El discurso del presidente Felipe Calderón en torno al combate al narcotráfico ha sido cambiante y en ocasiones impredecible, dependiendo de su estado de ánimo, del interlocutor y de la gravedad de lo ocurrido. Calificar de “terroristas” a los sicarios —presuntamente de la banda de Los Zetas— que incendiaron el Casino Royale en Monterrey para amedrentar a su dueño por no pagar el “derecho de piso”, es el más reciente de los episodios discursivos del mandatario.
¿Se trató de un desliz presidencial? ¿De un momento de ofuscación por la tragedia o de un mecanismo de presión para acelerar la aprobación de leyes como la de Seguridad Nacional? ¿Cuáles pueden ser las implicaciones del pronunciamiento del presidente? Para David Shirk, director del TransBorder Institute, el discurso presidencial puede muy bien abarcar todos estos escenarios sin que se le califique como un pronunciamiento extremo. “Se trata de un cambio importante en el discurso presidencial sobre el tema de la lucha contra los cárteles de la droga”, adelanta el investigador, quien sostiene que es vital aclarar primero la diferencia entre actos terroristas y grupos terroristas; a contracorriente de los investigadores y catedráticos que sostienen que un acto terrorista es cometido únicamente por grupos con demandas y exigencias claramente políticas, Shirk sostiene que en el caso del narcotráfico esto no es necesariamente así. “Existe una diferencia entre lo que es y hace un grupo terrorista, y lo que es un acto mediante el cual se causa terror”, dice, al explicar que sí es posible definir el ataque al Casino Royale como un hecho terrorista. “Al final de cuentas, quienes participaron en estos hechos en México son criminales que emplearon métodos para causar terror, aunque no sean en sí un grupo terrorista sino grupos del crimen organizado”, añade.
En entrevista con M Semanal, Shirk, quien es profesor asociado del Departamento de Ciencia Política y autor de numerosos textos sobre la política interior de México, narcotráfico, seguridad binacional y fronteriza, reforma judicial y violencia generada por el narcotráfico, detalla que a partir de su pronunciamiento para condenar el ataque al casino de Monterrey, el presidente Felipe Calderón va a probar una nueva línea discursiva en la que enfatizará al narcoterrorismo como un concepto que deberá redituarle dividendos en dos o tres áreas: una sería lograr mayor presión hacia el Congreso de la Unión para que los legisladores aprueben a la brevedad la Ley de Seguridad Nacional (LSN).
CUIDAR LAS PALABRAS…
Pero Javier Oliva Posada, especialista en seguridad nacional, ve en las palabras del jefe del Ejecutivo algo más que un afán por presionar dentro y fuera del país a actores políticos como Barack Obama o a los legisladores mexicanos. “Si el término ‘terroristas’ lo hubiera dicho un analista, un catedrático, un locutor de televisión o algún otro personaje, estaríamos hablando de otra cosa; pero lo dijo un Presidente, un mandatario que ya usó al inicio de su mandato la palabra ‘guerra’ para intentar definir la naturaleza de su estrategia contra el narcotráfico. Lo que dijo Calderón no fue un desliz verbal, un exceso o algo fuera de lugar”, explica. “Se trató de un discurso muy bien utilizado, muy bien pensado debido a la magnitud del problema. Pero el utilizar la palabra ‘terroristas’ o ‘terrorismo’ denota de inicio que la estrategia antidrogas no tiene claros cuáles son sus objetivos; no sabemos si lo que se busca es abatir el consumo, erradicar al narcotráfico, al crimen organizado o lograr la rehabilitación social. ¿Cuáles son los objetivos?”, se pregunta Oliva.
Para el también catedrático de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, referirse a los sicarios de los cárteles como “terroristas” abre la puerta para que organismos internacionales se acerquen a México y lo hagan ahora como observadores con carácter multilateral. Además, esto incidirá en las decisiones para hacerle frente al crimen organizado, añade. “Es hasta cierto punto muy cómodo calificar todo esto como un acto o como hechos de terrorismo, pero no hay que olvidar que este concepto trae aparejados conceptos de tipo político o ideológico, y decirles ‘terroristas’ a los narcotraficantes no hace sino elevar su nivel de capacidad destructiva, cuando no son más que delincuentes”, señala.
LO QUE CALDERÓN QUISO DECIR
Los problemas con el discurso del Ejecutivo acerca de la naturaleza de la lucha contra los cárteles de la droga comenzaron al mismo tiempo que su sexenio. Llamarle “guerra” a su estrategia de combate al crimen organizado y luego negar el uso de ese término para volver a usarlo en diversos foros y circunstancias ha sido la tónica del mandatario. El presidente Calderón ha sido criticado por ello: tantas veces como ha utilizado el término ha negado haberlo hecho, señalando incluso que son los medios de comunicación y los analistas quienes se empeñan en atribuirle la paternidad del concepto. Lo cierto es que el cuatro de diciembre del 2006, ya como presidente, Calderón aseguraba: “Tengan la certeza de que mi gobierno está trabajando fuertemente para ganar la guerra a la delincuencia…”; asimismo, entre el cuatro de diciembre de 2006 y el 12 de enero de 2011, Calderón se ha referido a la lucha contra el narcotráfico empleando la palabra “guerra” en al menos 58 ocasiones, en distintos contextos, en diversos escenarios y en circunstancias variadas.
Lo ha hecho para referirse a la “guerra” entre cárteles en Nuevo León, en Tamaulipas o en Veracruz, y también para comparar la dinámica del combate al crimen organizado con lo sucedido en Irak (primero de diciembre de 2010). Ha repetido el término para referirse a que quienes libran una guerra entre sí son sólo los propios cárteles de la droga, y que el gobierno federal lo que hace es encabezar una “lucha” contra estos grupos (27 de octubre de 2010 y 10 de agosto de 2010). El tres de agosto de agosto de 2010, Calderón habló de manera más difusa de una “guerra” desatada tras la captura de Alfredo Beltrán Leyva, El Mochomo, “guerra” que incrementó la violencia en estados como Sinaloa y la parte sur del Pacífico, decía entonces el mandatario. Todavía en 2007, 2008 y parte de 2009, el presidente Calderón hablaba de la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado como una “guerra” sin cuartel, librada por el Estado en diversas zonas del país (20 de noviembre de 2007; 17 de septiembre de 2008; 7 de octubre de 2008; 28 de noviembre de 2008 y 15 de mayo de 2009). De igual forma hoy el presidente utiliza la palabra “terroristas” para definir a los sicarios que atacan de manera indiscriminada a la ciudadanía.
Félix Martínez Sanabria, analista en temas de seguridad y comunicación en casos de crisis, explica a M Semanal que lo ocurrido en el Casino Royale de Monterrey sí fue un acto de terrorismo, “similar al de la granada en la plaza de Morelia, el 15 de septiembre del 2008, pasando por la matanza de Villas de Salvárcar en Ciudad Juárez o el coche bomba y la forma como éste fue activado (contra agentes de la Policía Federal) en esa ciudad”. El problema para la Presidencia es que no supo cómo y en qué momento explicar cuándo se dio el brinco entre narcotráfico simple a narcoterrorismo, indica el experto al revisar la estrategia comunicativa de la Federación, a la que ve con varios defectos. “No existe una estrategia rectora en la comunicación en el gobierno federal; todo se hace al día, por ocurrencias. El principal problema de esta gran discusión es que no podemos saber si la estrategia contra el crimen organizado o narcotráfico es la correcta o no, porque su estrategia para comunicarla es mala, y se ha colapsado”, asegura.
El mismo Presidente lo reconoció en las “mesas de diálogos por la seguridad”, dice Martínez, y advierte: “Hoy en día no puedes ser un buen estratega, un buen militar, un buen político y un mal comunicador; eso es impensable, tan es así que nunca queda claro qué es lo que se buscaba con ese discurso (sobre el ataque en Monterrey)”.
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