La historia en breve
Ciro Gómez Leyva
Ni el guionista mejor pagado habría puesto hace uno, dos, seis años a Enrique Peña Nieto en la posición en que llega hoy a su último acto significativo como gobernador del Estado de México.
Pasaron seis años y parece todavía un chavo que está por memorizar el prontuario del arte de gobernar. Pero ya se va: en pantuflas, como anhelaba, sin hacer ruido, sin que le hagan ruido.
Se marcha victorioso, sin rasguño en las elecciones de gobernador en la entidad. Y con una ventaja incontrovertible en la contienda presidencial de 2012. Es el líder natural de un PRI sabedor de que con él, y sólo con él, el regreso a Los Pinos no es una fantasía.
En algo fallaron los adversarios, porque Peña Nieto no tuvo que tocarle una coma al script, al plan de navegación. Y ya es la hora.
Sorprende que el antipeñanietismo careciera de imaginación y puntería para, por ejemplo, atacarlo con las colosales carencias y miserias de la zona conurbada, donde viven millones de mexiquenses. O con la sórdida violencia cotidiana en esa región, especialmente cruel con los pobres.
Prefirieron etiquetarlo de frívolo y vacuo. Descalificarlo como un personaje sin gracia producido por la televisión. Menospreciarlo como un tipo sin luces ni virtudes políticas.
Ahí están las consecuencias. Hoy, cuando entre al Teatro Morelos de Toluca a emitir el mensaje de su sexto y último informe, Peña Nieto no tendrá siquiera necesidad de practicar el autoelogio, porque no hay priista que no desee estar al alcance de la mano o vista de un hombre que de 2005 a este lunes diseñó una ruta y la transitó sin sobresaltos.
En las carreras se llama triunfo de punta a punta.
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