El repertorio de frases de Andrés Manuel López Obrador puede contarse con los dedos de las manos. Sus discursos, sus entrevistas, sus declaraciones son la combinación de una serie de frases hechas que ha repetido mil veces en los últimos años. Oírlo es siempre volverlo a oír. Su discurso tiene las sorpresas de un reloj. La monotonía de su oratoria sorprende incluso en un paisaje como el nuestro, tan estéril para el debate de ideas, tan pobre en reflexiones en público de los actores políticos. ¿Cuántas veces hemos escuchado las mismas palabras enlazadas en el mismo orden, dichas con el mismo tono? La mafia le robó la Presidencia. El Pueblo no se equivoca nunca. Hay que aprender de nuestra historia. Soy un hombre de principios; no soy un ambicioso vulgar. Al parecer, lo que nos quiere decir es que su ambición no es ordinaria: busca la transformación real de México y no la simulación que representan los idénticos proyectos del PRI y del PAN.
Desde hace tiempo ha insistido que reconoce la necesidad de que la izquierda vaya unida a la elección presidencial del año que viene y ha declarado que está dispuesto a aceptar la candidatura de Marcelo Ebrard si tiene mejores posibilidades de ganar. Pero hace poco parece que cambió de parecer. Según relata la prensa, en una reunión reciente advirtió que nada impedirá su candidatura. Nada de consultas o encuestas para ver quién está mejor ubicado para representar a la izquierda. Él será candidato porque no está dispuesto a aceptar que los oligarcas de siempre le impidan participar en la elección. "No me quieren ver en las boletas, pero no les voy a dar el gusto, voy a estar en las boletas como candidato de un partido, de dos o de tres". En otras palabras: López Obrador adelanta que será candidato aunque no sea el candidato del Partido de la Revolución Democrática. Está dispuesto a usar el membrete del Partido del Trabajo o de Convergencia para registrar su candidatura. No importa, al parecer, que tal decisión destroce definitivamente las posibilidades electorales de la izquierda mexicana.
Habría que tomar con cierta reserva las comillas registradas por Grupo REFORMA el pasado jueves 14 de julio porque se trata de una versión indirecta de las palabras de López Obrador tal como fueron registradas por un coordinador de su movimiento. De cualquier manera, sirve para preguntarnos si sería aceptable para López Obrador una derrota dentro del PRD. ¿Podríamos pensar que López Obrador podría aceptar a Marcelo Ebrard como el candidato legítimo del PRD? La imaginación no me alcanza para verlo. Imagino al Cardenal Rivera casando a dos homosexuales en la Catedral antes que a López Obrador alzándole la mano a Ebrard. Aceptar que otro pudiera representar a su movimiento sería para él un error histórico, una inconsistencia y, en el fondo, una traición a su esperanza. López Obrador no sorprende nunca en su discurso porque su retórica refleja con fidelidad la convicción de su sectarismo profundo. Se ha dicho muchas veces que Andrés Manuel López Obrador es más un representante del viejo populismo que de la izquierda contemporánea. Ninguna curiosidad ha demostrado el antiguo Alcalde de la Ciudad de México por lo que otras izquierdas discuten o hacen. A él le basta la prédica moral, las lecciones de la historia maniquea y las cantaletas del estatismo salvador.
Pero para entender a López Obrador es más importante comprender la forma en que cree sus creencias mismas. La intensidad de sus creencias es más importante que el contenido de sus creencias. López Obrador es el predicador más perfecto del sectarismo en México. La política es para él, el territorio de lo innegociable. Una lucha que pone a prueba la limpieza moral de los hombres, sus lealtades profundas antes que la eficacia y las consecuencias de sus actos. Para el sectario, todo acuerdo está podrido. El filósofo Avishai Margalit ha analizado con gran inteligencia ese fenómeno porque en algún momento sintió que el virus del sectarismo se le metía al cuerpo. Ha detectado, por ejemplo, que al sectario le importa más conservar la pureza de su movimiento que el deseo de ensancharse. La organización a la que, con aires guadalupanos, López Obrador bautizó como "Morena" no es una coalición de fuerzas diversas sino una plataforma de promoción personalista. El movimiento existe por y para él. Tan fieles a López Obrador son sus seguidores que están dispuestos a cerrar los ojos, como él, a todo lo que sea desfavorable. Es que el sectario no puede arriesgarse a dudar. ¿Qué diría el caudillo si descubre una grieta en la convicción del seguidor? Por eso se apresura a descalificar enfática y a veces violentamente a quien cuestione sus certezas. Por eso no puede aceptar jamás un veredicto desfavorable. Quien tiene una idea distinta no está desorientado: es un corrupto. No hay instituciones imparciales, ni números confiables. Si las noticias no son buenas son falsas.
Un sectario tan consecuente como López Obrador no tiene espacio mental para reconocer una derrota. No se traicionará: será candidato.
Jesús Silva-Herzog Márquez
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