Otto Granados
La política dentro del PRI suele ser una cadena de dilemas, señales, conflictos y negociaciones que con frecuencia pierde de vista, al menos en materia electoral, que afuera hay competidores y, desde luego, ciudadanos, pues, diría el fascinante político italiano Giulio Andreotti, con quien hay que estar bien es con el cura porque Dios no vota.
Por tanto, hay en lo inmediato tres asignaturas que, si se procesan mal, pueden volverse explosivas.
La primera es cómo confeccionar la candidatura presidencial. Es obvio que, de manera sistemática, el ex gobernador Peña ha ocupado la posición más competitiva en los sondeos y la base priista, entre la que ha ensamblado una representación territorial importante, se inclina ampliamente por esta opción porque asume que es la que le asegura el regreso.
Pero también es verdad que el senador Beltrones ha tejido una red de alianzas cualitativas con élites políticas y con factores reales de poder que quizá no cuentan tan decisivamente dentro del PRI pero pueden ser útiles en campaña e influyentes para la eficacia de la nueva administración. La interrogante, entonces, consiste en cómo alinear un conjunto suficientemente atractivo de incentivos tanto para Beltrones como para Peña en un escenario confiable y funcional para ambos. Y esto, por ahora, no está claro.
La segunda es más relevante para el país pero no menor para la elección. Si los números no mienten, la ventaja del PRI en las encuestas difícilmente crecerá apoyada sólo en su candidato porque su nivel de reconocimiento ya es demasiado alto; por tanto, mantener esa ventaja dependerá de cometer pocos errores, del desempeño del aspirante y, sobre todo, de que la oferta programática que formule acerca de los temas cruciales —economía, seguridad y educación— sea efectiva, atractiva y creíble a ojos del elector promedio. Dicho de otra forma: de que haya sustancia.
Y la tercera asignatura es de legitimidad. Una lectura completa de los sondeos indica ciertamente que el PRI puede ganar; pero ninguno aporta razonamientos concretos de por qué debe (o puede) ocurrir, a excepción del hartazgo hacia el PAN o el horror al PRD. Esto es suficiente para captar más sufragios pero no para ganar legitimidad. Y esto es un problema desde un punto de vista de calidad democrática y, en el fondo, de margen de maniobra para gobernar.
En Estados Unidos, por ejemplo, son legión los congresistas que ven con temor este escenario, atizado evidentemente por la administración calderonista, y el PRI no ha diseñado ni ejecutado una estrategia para argumentar por qué es la alternativa que conviene. La acusación en contra del ex presidente Zedillo es una señal muy negativa hacia los regímenes priistas. Las propias élites mexicanas, aunque al final se acomodarán a conveniencia, también se muestran escépticas y nadie en la estructura formal del PRI les ha articulado una narrativa inteligente al respecto.
Ganar se puede sin legitimidad ni programa. Pero la estética del triunfo es crucial para hacer política moderna y para gobernar.
og1956@gmail.com
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