Alfredo Crespo
España, durante estos 8 años de gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, poco se parece a la que heredó de José María Aznar. Durante este periodo desde las instancias gubernamentales se ha impulsado el enfrentamiento, la crispación y se han repartido credenciales de demócratas y de tirano. Pese a todo ello, lo único que realmente queda del zapaterismo es el paro.
Si por algo se ha caracterizado este gobierno socialista es por encontrar siempre a alguien a quien culpar de sus errores. Con respecto al paro ha seguido este modus operandi: los mercados internacionales (?) o, dicho con vocablos más mundanos, "el egoísmo y la avaricia de unos pocos". Nos hallamos, en consecuencia, ante un mensaje que hunde sus raíces en la lucha de clase, en un izquierdismo rancio, más propio de los siglos XIX o XX que del siglo XXI.
Asimismo, y en relación con la idea anterior, el zapaterismo fue incapaz de modernizar al PSOE de un modo similar a lo que hizo Blair con el New Labour o Schroeder con la socialdemocracia alemana. Especialmente, el político británico fue capaz de asumir como propio buena parte del credo económico de los conservadores así como determinados conceptos de raigambre tory, como la importancia de la seguridad o de la responsabilidad individual.
Rodríguez Zapatero obró de otro modo diametralmente distinto y ahora estamos recogiendo los resultados. Renegó del entramado de relaciones internacionales generado por Aznar, especialmente con Estados Unidos, logrando por ello la aclamación del izquierdismo más radical, aquél que boicotea actos universitarios donde toman parte políticos que no son de "su cuerda" o niega la libertad religiosa a los cristianos.
Rodríguez Zapatero cuestionó que España sea una nación y en su táctica de todos contra el PP, formó alianzas tan contra natura como la establecida en Cataluña con eco-neo-comunistas y nacionalistas-separatistas radicales. ¿No decía el marxismo que si había una doctrina antagónica al socialismo ésta era el nacionalismo? Los resultados del llamado gobierno "Tripartito" se vieron el pasado 28 de noviembre. Su apuesta por políticas identitarias y alejadas de las preocupaciones de la ciudadanía catalana provocaron el distanciamiento de ésta con respecto a su casta política.
El gobierno de Zapatero se apropió para sí de un vocablo tan fundamental como es "paz"... pero lo definió e interpretó a su manera, esto es, incorrectamente. En efecto, durante su primera legislatura insistió en que "buscaba la paz en Euskadi". Haciendo tal afirmación, un ciudadano que viviera en Melbourne podría pensar que en el País Vasco había una guerra. Nada más lejos de la realidad: en dicha comunidad autónoma existía (y existe, aunque travestido de partido político) un bando que amedrenta, extorsiona y amenaza en nombre de un nacionalismo étnico a todo aquél que no piensa como él. En la búsqueda de esa "paz", tan etérea como abstracta, Zapatero humilló a las víctimas del terrorismo y logró con su discurso pausadamente incendiario que en muchas partes de España las víctimas fueran convertidas en victimarios.
El listado no acaba aquí pero aun con todo ello, Zapatero y su equipo son gente con suerte. Cuando parecía que ya no disponían de más culpables a los que acusar de desestabilizar su macroproyecto político, su coro de danzas ha aparecido en escena de una forma peculiar: condescendencia hacia el gobierno y varapalos a dirigentes europeos como Ángela Merkel y Nicolás Sarkozy a los que acusan de ser el verdadero poder ejecutivo en España. Y para definir la situación, han acuñado un nuevo concepto: "pérdida de soberanía económica", que no es más una forma lírica con la que encubrir la ausencia de autocrítica. Así de simple.
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