¿Qué viene primero: la oferta o la demanda? Esta pregunta tiene serias consecuencias de acción política, especialmente cuando el presidente Barack Obama propone $447,000 millones en más gasto de estímulo para tratar de estimular el crecimiento del empleo en Estados Unidos.
Los partidarios del lado de la demanda, también conocidos como keynesianos (debido al influyente economista John Maynard Keynes), insisten en que las fluctuaciones económicas a corto plazo son el resultado de choques sobre la economía que dejan la demanda agregada –la cantidad total de dinero gastado en bienes y servicios en la economía– por debajo de su capacidad total. En su opinión, ya que se gasta menos dinero en bienes y servicios, las empresas tienen que despedir gente, lo que reduce aún más el gasto, lo que resulta en más despidos, lo que provoca aún mucho menos gasto, y así se desarrolla el ciclo. El argumento para la normativa política es que el gobierno debe intervenir y gastar –un gasto deficitario— con el fin de apuntalar la demanda total.
Sin embargo, otra teoría, planteada en primer lugar por Jean Baptiste Say, economista del siglo XIX sostiene que la oferta crea la demanda. Se hizo ampliamente conocida como “Ley de Say”, y tiene consecuencias de acción política para los “economistas del lado de la oferta”.
La ley de Say estipula que, dado que la oferta crea su propia demanda, la sobreproducción –la creación de bienes y servicios sin un flujo igual de demanda por esos bienes y servicios– es imposible. Esta ley convierte la política keynesiana en algo inútil en el mejor de los casos – y destructiva en el peor (ya que interfiere con los procesos normales del libre mercado).
Por tanto, ¿qué teoría es correcta?
En condiciones normales, es decir, no en época de recesión, con pleno empleo y salarios razonablemente flexibles, la ley de Say se sostiene. Parafraseando a Henry Hazlitt, la oferta crea su propia demanda, porque en lo más fundamental, la oferta es demanda: “La oferta de lo que se tiene es de hecho lo que puede ofrecerse a cambio de lo que se necesita”. En ese sentido, la oferta de trigo por parte del agricultor constituye su demanda de un automóvil a la industria automovilística”.
Sin embargo, en los malos tiempos, es posible que haya un exceso de oferta. Es por eso que durante las recesiones, muchas empresas tienen inventario sin vender: La oferta y la demanda no están en equilibrio. ¿Significa esto que los keynesianos están en lo correcto – que, en los malos tiempos, el gobierno puede apuntalar la demanda con el gasto deficitario? No necesariamente.
Aunque la explicación de la ley de Say descrita hasta ahora es imperfecta, un conocimiento más amplio de la misma reivindica a los economistas del lado de la oferta y refuta a los del lado de la demanda.
Este razonamiento un poco más sofisticado de la ley afirma que la producción crea demanda. Say escribió: “Es la producción la que genera la demanda de productos… Por lo tanto, la sola creación de un producto inmediatamente abre una salida para otros”. En otras palabras, la demanda que uno tiene por bienes y servicios proviene de los ingresos que uno produce.
Entonces, ¿qué significa esto en términos de consecuencias de acción política?
Esto significa que la producción, en última instancia, es el motor tanto de la oferta como de la demanda. Por tanto, las recesiones y los auges comienzan del lado de la oferta, con choques de productividad y oferta de trabajo. La clave para estimular una economía y que salga de la recesión es estimular la producción, no la demanda agregada.
La manera de fomentar una mayor producción es incrementar los incentivos para que haya más empleo e inversión. Los impuestos sobre ingresos, beneficios empresariales, dividendos y ganancias de capital, entre otras cosas, penalizan la producción y desincentivan la iniciativa laboral adicional. Reducir esos desincentivos motiva a la gente a tomar un trabajo adicional, lo que resulta en una mayor producción en la economía y eleva tanto la oferta como la demanda en tándem.
Entre políticos y académicos, la filosofía keynesiana es lo universalmente aceptado. Sin embargo, sus repetidos fracasos en años recientes han dejado a los americanos buscando una explicación alternativa al keynesianismo y es algo que su sentido común ya les dice a gritos: Gastar no es la vía a la prosperidad económica, ya sea un gasto de $447,000 millones o de $845,000 millones.
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