02 septiembre, 2011

La tormenta no ha pasado para Wall Street

FRANCESCO GUERRERA
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Agence France-Presse/Getty Images

Azotado por fuertes vientos en contra, poseído por temores de que los servicios normales podrían ser descontinuados, forzado a evacuar miles de personas.

Hablo, por supuesto, del sector global de banca de inversión.

El azote propinado por el huracán Irene en la zona de Wall Street y alrededores durante el fin de semana pasado fue una metáfora oportuna del estado actual del sector financiero.

Los mayores grupos bancarios de Estados Unidos han luchado por recomponerse después de quedar casi arrasados tras la catástrofe de 2008.

Luego de un falso amanecer en 2009, causado por la demanda acumulada de servicios de corretaje, las bases de ingreso del sector han sido socavadas por el trío de una regulación más estricta, mercados de capital nerviosos y economías débiles.

Los inversionistas, temerosos de que los rendimientos embriagadores del pasado nunca se repitan, les han dado la espalda a los bancos, haciendo caer los precios de las acciones de muchos a menos del precio de liquidación. "Los mercados creen que valemos más muertos que vivos", es como un banquero resume con amargura la situación.

Es difícil culpar a los inversionistas. En la década de los 90 e incluso en parte de la de 2000, algunos bancos de inversión arrojaron rendimientos sobre capital —una medida de rentabilidad— de más de 30%. Hoy, luchan por alcanzar los dos dígitos.

Las evacuaciones forzadas fueron el paso siguiente. Rara vez pasa una semana en la que no haya noticias de despidos y programas de recorte de costos. La semana pasada, UBS AG se sumó a un club que ya incluye a Goldman Sachs Group Inc., Bank of America Corp., Credit Suisse Group y Morgan Stanley, cuyo apodo ahora es "controlamos tu cuenta de BlackBerry".

Es una tradición de larga data en Wall Street: tomar el hacha en épocas malas y la chequera en épocas de auge. Pero, ¿funcionará esta vez esta estrategia de recortar y quemar? No por sí sola.

A diferencia del caos temporal (por suerte) causado por Irene, los cambios causados por la crisis más reciente son estructurales.

Para decirlo sin rodeos: Wall Street nunca volverá a ser la misma. Algunos negocios, como los lucrativos derivados "a medida" de antaño, se reducirán, mientras otros, como las "operaciones de corretaje realizadas con recursos propios" en la cuenta del mismo banco, desaparecerán.

Mientras las economías de bajo crecimiento mantienen deprimidas las ganancias —Mike Mayo, analista de CLSA, proyecta que el crecimiento del ingreso de los bancos de EE.UU. será el peor desde 1938—, los grupos de finanzas mundiales deberán repensar cómo hacen negocios.

Recortar costos es sólo un comienzo pero es necesario. "El secreto de nuestro sector", me dijo la semana pasada un banquero de alto rango, "es que todos contrataron a lo loco en 2009 y 2010 por temor a perderse el repunte post-crisis".

Ahora son épocas de austeridad, y el hacha corta las cruelmente llamadas "funciones que no generan ingresos".

Un informe de marzo de Morgan Stanley y Oliver Wyman, consultora de gerencia, estima que los 20 mayores bancos de todo el mundo emplean a 20.000 empleados de más para sus tareas internas.

Deberán eliminarlos, pero los empleados que están en contacto con los clientes no serán inmunes al cambio. La forma más simple de salvar las ganancias cuando caen los ingresos totales es reducir los salarios de los empleados mejor remunerados. En estos niveles de ingresos, la práctica del sector de extraer la mitad de cada dólar que gana para pagarse a sí mismo ya no es sostenible.

Incluso miembros de Wall Street están de acuerdo en que usar 30% o 35% de los ingresos para pagar salarios y bonificaciones sería más razonable. Pero hay una gran desventaja. Recortar los salarios es para un presidente ejecutivo de un banco lo que subir los impuestos representa para un político: un suicidio.

Por eso la mayoría de los cambios han sido en la composición, no la cantidad de las bonificaciones, y ahora se paga un mayor porcentaje en acciones que no se pueden vender durante años. La pérdida para las concesionarias de Ferrari debería ser la ganancia de los accionistas, pero no por mucho tiempo, a menos que las bonificaciones caigan y se mantengan bajas.

El mayor asalto a los gastos debería provenir de un recorte radical de la cartera empresarial de los bancos. Los bancos de inversión modernos están llenos de carnada que lleva a pérdidas para atraer a los clientes hacia productos que generan ganancias. En este modelo de recortes, por ejemplo, muchas actividades de préstamos corporativos y suscripción de bonos son un medio apenas rentable de conseguir trabajo de derivados.

Nuevas regulaciones dificultarán más el truco. La obligación de negociar más derivados en bolsas, por ejemplo, restringirá la capacidad de los bancos de cobrar precios con prima por derivados creados especialmente para un cliente.

El resultado: menos ingresos de la tradicional gallina de los huevos de oro y menos subsidios para los negocios que generan pérdidas, lo que obligará a los bancos a reducir su involucramiento en la primera y abandonar o cobrar mucho más por los segundos.

Actividades menos sensibles a la regulación como la negociación de acciones y el asesoramiento sobre fusiones y adquisiciones deberían mejorar si y cuando las economías repunten. Pero los negocios ultra competitivos y episódicos como el corretaje de valores y las fusiones y adquisiciones no lograrán, por sí mismos, aumentar las ganancias hasta donde quieren los inversionistas. Para crecer, los bancos de inversión deberán poner en marcha más de uno o dos cilindros.

Tener peso y una presencia internacional ayudará. Como más clientes exigen servicios sin fisuras desde Baltimore a Beijing, los ganadores del sacudón deberían ser quienes tienen escala, una participación de mercado dominante y una mayor eficiencia.

Conseguir ese estatus no será barato, incluso para los actores globales de hoy. Construir y mantener una plataforma global requiere de inversión constante, incluso cuando las economías están débiles, como actualmente en los mercados desarrollados, y los márgenes son magros, como en muchas economías emergentes.

Pero incluso en épocas austeras, la resurrección del sector de la banca de inversión, y quizás su supervivencia, dependerá de tomar dinero de los bolsillos de sus banqueros y ponerlo en inversiones productivas.

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