13 septiembre, 2011

'Los siete pecados capitales', 'by' José Luis Rodríguez Zapatero

Fabián Estapé

Una corriente del PSC se desmarca de la reforma constitucional
El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Foto: Archivo

Ciertamente, en su día no nos sorprendió el anuncio del advenimiento de lo que tantos y tantos aguardaban: la convocatoria de elecciones Generales (sí, sí, Generales con mayúscula).

Esta convocatoria tantas veces reclamada, ya que no solicitada, por el presidente de la oposición, Mariano Rajoy Brey, por María Dolores de Cospedal, el omnipresente Javier Arenas Bocanegra y tutti coloro que se han movido en torno al sacrosanto lugar de la calle Génova, donde se guarda la cartuchera ideológica y táctica del Partido Popular a la espera de recibir un claro homenaje en la contienda electoral venidera.

La fijación de la fecha del 20-N, que desde los sectores disidentes y desencantados se espera que sea mágica, está dando lugar a un previo balance de los desaciertos/triunfos (más de lo primero que de lo segundo) de los que "supuestamente" se van. Y, créanme, incluso para alguien que presume desde hace muchos años de ideología socialista, realmente hay motivos para hacer ese balance.

De todos modos, no es necesario llevarlo al extremo de algunos sabelotodo que están esgrimiendo una actitud de "escrupuloso contable", facilitando una tarea de acoso y derribo que, sin duda, ya se irá haciendo en cuanto se dé el pistoletazo de salida a la campaña electoral (eso sí, blasonando un espíritu ecuánime). Tanto es así que en el momento en que escribo este artículo se están realizando ejercicios curiosísimos para valorar en ambos bandos, separando polvo y paja de las dos legislaturas en las que Zapatero ha regido el rumbo del Gobierno de España.

A título personal, y desde un prisma mayoritariamente económico, he deducido claramente dos periodos en la presidencia de Zapatero: el primero, de 2004 a 2007.

Como dicen que el cielo está empedrado de buenas intenciones, ahí van algunas que se formularon en esta primera fase y que se han quedado en eso, en buenos deseos: la subida del salario mínimo interprofesional (uno de los más bajos de toda la UE en el 2004) hasta los 600 euros en 2008; el aumento del presupuesto para I+D en un 25 por ciento cada año; la mejora del crecimiento y el empleo, que reforma el mercado laboral; un nuevo plan que proporcionaría agua a las regiones mediterráneas basado en la construcción de modernas plantas de desalinización y en una mayor eficiencia del uso del agua a cambio de la supresión del trasvase del Ebro y otras propuestas del Plan Hidrológico Nacional, etc...

Por otro lado, se arbitraron también algunas disposiciones que alcanzaron gran impopularidad al nivel de la calle, como la subida de impuestos indirectos (para el alcohol y el tabaco) y la de la electricidad y los carburantes para sufragar la deuda de las comunidades autónomas, o la creación del Ministerio de la Vivienda, para luchar, supuestamente, contra la burbuja inmobiliaria (que no logró contener la subida de precios, pero dejó chuscas soluciones habitacionales como los minipisos de 30 metros cuadrados).

Los mandatos de Zapatero han atravesado el tempestuoso mar de las opas sobre Endesa, en el que la intervención gubernamental subsiguiente estuvo sujeta a recriminaciones por parte de la UE; la regularización de la inmigración, que también fue duramente criticada por varios vecinos europeos, como Francia -que ya había realizado un procesos similar que fracasó-, Alemania e Italia; por el superlativo encarecimiento del crudo, que provocó huelgas en todos los sectores afectados con los que hubo que negociar duramente; la reforma en 2006 de la Ley de Propiedad Intelectual; la Ley Antitabaco o los enfrentamientos con la jerarquía eclesiástica, por citar algunas de las crestas de ola más altas.

Pero como al César lo que es del César, también en estos años el hacer del Gobierno ha estado marcado positivamente por el proceso de paz con ETA y la lucha contra el terrorismo islamista; la Ley Integral contra la violencia de género; la forja de las bases del Sistema Nacional de Atención a la Dependencia; la "recuperación de la memoria histórica"; el destape de varios casos de corrupción urbanística, inaugurados con el Malaya; la inclusión de Educación para la Ciudadanía; la Ley del Divorcio y el matrimonio homosexual.

2007 y la caída

A partir de 2007, con la crisis en ciernes, se nota una pérdida de gas paulatina y un claro desapego de lo que habían sido estratégicos lazos político-económicos con otros países de la Unión Europea, precisamente en un momento en el que debían haberse cerrado filas.

Pero frente a unos resultados económicos favorables que ya sólo permitían para su revisión el uso de catalejo (nunca el de microscopio, como aplicaron los mercados internacionales antes de perder la confianza en nuestro sistema financiero) y otros asuntos más (el tema letal de las cajas de ahorros, los aeropuertos fantasma, los problemas de los Gobiernos de algunas CCAA, el Estatut catalán...) se fueron disipando los aires triunfales de la segunda llegada al poder.

Se pueden identificar los pecados capitales del Gobierno Zapatero en esta última etapa, no sólo para que se entone el mea culpa, sino para que el sucesor en La Moncloa (sea del partido que sea) aprenda y aplique medidas realmente eficaces. Y esas faltas son: descontrol en el déficit, la negación de la crisis, una reforma laboral tardía y fragmentaria, discordancias en el sistema impositivo, escaso fomento del I + D, pérdida de credibilidad, retraso a la hora de adoptar medidas estructurales para revertir la situación económica y, en su lugar, la adopción de soluciones menores populistas.

Estos siete pecados se encierran en dos: llevar al extremo una política socialdemócrata del bienestar frente y contra al resto de Europa y desaciertos recurrentes a la hora de frenar una de las mayores crisis económicas mundiales de las últimas décadas. Sólo esperamos y deseamos que Zapatero siga la máxima de Cicerón y "esté preparado tanto para ser refutado sin obstinación, como para refutar sin odio". (Et refellere sine pertinacia, et refelli sine iracundia parati sumus. Cicerón. Tuscul. Libro 2º, cap II.)

Fabián Estapé, Economista.

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