por Rafael Rojas*
(LA RAZÓN) Si alguien tiene dudas sobre lo difícil que será que los cubanos se pongan de acuerdo para avanzar en una transición a la democracia, que preserve la soberanía de la nación y, a la vez, lo mejor de la cultura producida dentro y fuera de la isla en el último medio siglo, que siga la polémica desatada por el concierto de Pablo Milanés en Miami.
Luego de que pequeños grupos radicales del exilio trituraran CDs del cantante en una céntrica calle de Coral Gables y de que se manifestaran en las afueras del American Airlines Arena, el trovador cubano dio su concierto ante unas 3,500 personas, en su mayoría exiliados, que, sin embargo, admiran la música de este ícono de la Revolución Cubana.
Como tantas veces en el pasado, ese evento reconciliador —el concierto de Milanés en la capital del exilio— se ve rebasado por un alud de posicionamientos políticos y maniobras mediáticas, fundamentalmente desde La Habana, que desvirtúa la reconciliación misma. Luego de invisibilizar el propio concierto y de destacar únicamente las minoritarias protestas en su contra, la prensa oficial se ha concentrado en atacar a líderes de la oposición y el exilio, como Carlos Alberto Montaner y Yoani Sánchez, por el respaldo que ambos han dado al concierto de Milanés, en contra de la intransigencia del exilio más tradicional.
Para la burocracia cultural cubana, por lo visto, el concierto de Milanés en Miami y su respaldo por parte de algunos líderes del exilio, no es algo que deba celebrarse. Que esos líderes apoyen el intercambio académico y cultural entre Estados Unidos y Cuba, impulsado por la administración Obama, que avanza en el sentido de la flexibilización del embargo, no es visto por La Habana oficial como una conveniente disminución de la intolerancia y el aislamiento, en las relaciones entre la isla y Miami, sino como una amenaza. El poder insular se siente amenazado por el reconocimiento que el exilio moderado da al trovador, porque supone que puede alentar las crecientes críticas de Milanés al socialismo cubano y, eventualmente, enajenar el apoyo del cantante al gobierno de la isla.
El avance de la reconciliación cubana, a la luz de este evento, es mínimo o parcial. Para el público que asistió al concierto y para la mayoría de la comunidad cubana exiliada, que defiende una mayor comunicación con la isla, el concierto es, sin duda, un logro. Pero para la ciudadanía de la isla, mayoritariamente privada de otra fuente de información que no sean los medios oficiales, la noticia de la actuación de Milanés en Miami no llega o llega mediada por las protestas de pequeños grupos intransigentes y por el apoyo que los “enemigos” dan al legendario trovador cubano. Para que este concierto sea un verdadero precedente, que fortalezca la tendencia a la flexibilización a ambos lados del estrecho de la Florida, no basta que se celebre en Miami, es necesario también que su éxito sea públicamente reconocido en La Habana.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario