No queda mucho en Venezuela
Alejandro Marcano
Lo que voy a escribir a ningún cubano le va a sorprender, no sólo porque lo vivieron sino porque además no los advirtieron hasta el cansancio, aunque no queramos asimilarlo. Hoy doce años después el deterioro de Venezuela es tan grave que resulta insólito reconocer que somos una nueva Cuba.
Me da pena ver cómo esta decena de años han empobrecido física, mental y emocionalmente a una nación. Los venezolanos, que siempre fue una gente que en muchos casos podía lucir pedante o pretencioso, hoy ha pasado a convertirse en su gran mayoría en ciudadanos de segunda.
Muchos de nosotros crecimos con el famoso dicho: “Miami está barato; dame dos”, que permitía a un buen porcentaje venir a Norteamérica a un weekend de shopping para comprar la mejor ropa, perfumes, joyas, carros y hasta yates.
Igual pasaba con Colombia, otro destino escogido por venezolanos para hacer las compras, incluso del mercado quincenal, cuando aquel país no valía nada por las guerrillas urbanas, y que permitió un éxodo de neogranadinos a Venezuela, muchos de los cuales terminaron siendo la servidumbre o los choferes de cualquier familia en Venezuela.
Hoy la historia cambió o nos la cambió Chávez o Fidel, ya da lo mismo, pero no deja de dar pena como permitimos que estos gobernantes autócratas arruinaran a nuestra sociedad de tal manera que ya la gente no se trata ni es como antes. Todos en mayor o menor escala llevan su Chávez por dentro y han convertido a Venezuela en un país poco amable e irritante para propios y ajenos.
El venezolano hoy no tiene calidad de vida, y se desgasta luchando entre la inseguridad, la falta de vivienda y el alto costo de la vida, tres de sus principales problemas, a los que se suman otros que agravan la degradación de su estrato social. La falta de electricidad es ahora tan cotidiana que más de 10 millones de sus habitantes pasan hasta 12 horas sin luz. La comida escasea y la poca que se consigue es cara. No se consigue leche, ni jamón ni granos y la carne es de tercera.
El día a día del venezolano es puro estrés y miedo y nadie parece salvarse del hampa, que ya no perdona ni las paradas de autobuses, metros, centros comerciales, salones de universidades, campamentos infantiles, casas de familia y hasta funerarias.
La belleza del país, algo que resultaba atractivo para muchos, se perdió. Salvo por escasos edificios nuevos ya todo luce viejo, gastado, nada se cuida ni se le hace mantenimiento, desluciendo el paisaje de antaño. A eso se suman las calles llenas de huecos y el alumbrado que brilla por su ausencia. El olor a basura en muchos municipios es cada vez más insoportable.
Los centros de salud son paupérrimos e insalubres. No hay insumos, no se consiguen materiales para la construcción. Tampoco hay repuestos para vehículos, neveras, lavadoras. No hay variedad en los productos de higiene personal, ni se consiguen toallas sanitarias, pañales, hojillas.
Definitivamente se ha perdido la calidad humana.El miedo o terror a ser agredidos hacen que la gente esté precavida y muestre un lado oscuro. Se perdió la capacidad de reír, de bromear y hoy sólo existe tensión, dolor y frustración.
Aunque la lista de las carencias se va incrementando con el paso de los días sólo me queda deducir que en Venezuela no existe la calidad de vida. Hugo Chávez arrasó con todo lo bueno y bello que una vez tuvimos.
Quiero terminar estas líneas parafraseando a una asidua lectora que me escribió lo siguiente: “Mientras Hugo Chávez Frías esté en el poder olvidémonos de poder rescatar absolutamente nada. Dediquémonos a votarlooooo”.
Periodista venezolano, presentador de Mega TV y corresponsal de la Voz de las Américas.
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