Maribel Hastings
Washington – Mientras Barack Obama hablaba ante el Congreso y la nación de la urgencia de aprobar su plan de creación de empleos y las cámaras mostraban la reacción de algunos líderes republicanos que prefieren que el barco se hunda antes de colaborar con este presidente, imaginé qué pasaría si tras las próximas elecciones generales amanecemos con un presidente republicano y ambas cámaras bajo control republicano.
En honor a la verdad, me pregunté si sería mucha la diferencia, sobre todo para nuestra comunidad en dos frentes y dos altas tasas: la de desempleo y la de deportaciones.
Nunca he sido dada a creer en discursos de políticos del partido que sea. Por mi trasfondo periodístico, al llegar a Estados Unidos hace 23 años me registré como votante independiente y así sigo. En el 2008, como otros millones en el país, me cautivó el mensaje de esperanza y cambio que presentó nuestro actual presidente.
Como a otros millones, se me pasó el encanto cuando no vi acciones más concretas en favor de una reforma migratoria integral, pero más cuando en su lugar vi el recrudecimiento de medidas policiales que han resultado en la deportación de más de un millón de personas, la mayoría de los cuales no son criminales.
He criticado que el liderazgo en el frente migratorio haya sido tan tímido, independientemente de que el presidente tuviera que enfrentar la lista de problemas que dejó la pasada administración republicana.
Sé que los políticos prometen hasta la camisa cuando quieren que los elijan, pero siempre me pareció que esa promesa de una reforma migratoria integral en el primer año de su gestión era demasiado simplista y fantasiosa. Sus asesores debieron pensar que millones realmente cifraron sus esperanzas de unidad familiar en esa promesa.
No hay reforma, por ahora, y ya ni llorar es bueno.
La administración anunció nuevas guías discrecionales para priorizar las deportaciones y queda por ver si se sostienen en la práctica, sobre todo entre agentes migratorios que no siempre siguen las directrices de Washington.
Todavía insisto en que la administración puede hacer más sin que medie el Congreso para regular programas como Comunidades Seguras y 287(g) que han sido el motor del alza en las deportaciones. La insistencia en nacionalizar Comunidades Seguras es inquietante e incluso indignante.
Dicho esto, las alternativas que de momento nos ofrece el Partido Republicano dan ganas de llorar.
El debate de los aspirantes republicanos de turno a la nominación presidencial republicana no arrojó nada nuevo: ocho aspirantes, seis hombres anglosajones, un afroamericano y una mujer. El único latino que figuró en el debate fue el presentador de Telemundo, José Díaz-Balart, quien hizo una breve aparición para hacer la pregunta de inmigración que los dos periodistas anglosajones no formularon.
Sus respuestas migratorias: vagas y algunas hasta ofensivas. Repetir la perorata de la seguridad fronteriza antes de hablar de reforma migratoria, a pesar de que el propio gobierno asegura que la frontera es ahora más segura que antes. Evadir qué hacer con los 11 millones de indocumentados que ya viven en Estados Unidos. Sólo dos de ellos dijeron que hay que buscar una solución “humana” aunque no queda claro qué significa eso. Si no ayudaron a su propio presidente republicano, George W. Bush, cuando quiso impulsar una reforma migratoria, qué van a ayudar a un presidente demócrata.
Imaginé el rostro de satisfacción del “terror” de los indocumentados, Lamar Smith, el congresista republicano de Texas que preside el Comité Judicial de la Cámara Baja, si el 7 de noviembre de 2012 amanece con presidente republicano en la Casa Blanca, aunque sea uno de esos que promueven soluciones “humanas”.
Imaginé también si ese presidente republicano cumple algunas de las promesas esbozadas por los precandidatos: revocar la reforma de salud, o el Obamacare, como ellos lo llaman; impulsar políticas fiscales que sólo beneficien a los más acaudalados.
Me parece que el presidente Obama ha sido demasiado pasivo al lidiar con el Partido Republicano. A veces actuar con demasiada buena fe se confunde con una debilidad fácil de explotar en las urnas.
No tuve una epifanía, pero sí me cuestioné si tras la debacle de ocho años republicanos es mucho pedir que en tres años se resuelva todo.
No estoy justificando a Obama, pero digamos que le estoy dando el beneficio de la duda como quizá lo hagan otros votantes latinos en 2012.
Las encuestas, empero, evidencian el desgaste latino. Según la firma encuestadora Gallup, el apoyo hispano a Obama cayó a 48%. En 2008 Obama logró 67% del voto latino.
Sería bueno que el mandatario se sincerara con nuestra comunidad, que dejara de justificar todos estos programas que han lastimado y separado a muchas de nuestras familias, que algunos que le rodean y asesoran dejaran de lado la arrogancia cuando son cuestionados y entendieran que el voto latino que lo ayudó en 2008 puede salvarlo en 2012 de convertirse en presidente de un solo periodo.
Asesora ejecutiva y analista de America’s Voice.
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