13 septiembre, 2011

Palomas cazando halcones

El balance

Manuel Llamas

El BCE está experimentando un histórico proceso de transición que, de llegar a completarse en los actuales términos, traerá consecuencias muy negativas para el euro a medio y largo plazo.

Se acabó, c'est fini, auf wiedersehen... El Banco Central Europeo (BCE) está experimentando un histórico proceso de transición que, de llegar a completarse en los actuales términos, traerá consecuencias muy negativas para el euro a medio y largo plazo. Puesto que el sostén de la moneda única es el marco alemán, la productiva economía germana -motor de Europa-, los arquitectos de la Unión Monetaria crearon una entidad emisora a imagen y semejanza del Bundesbank, un banco central en el que imperaba la ortodoxia monetaria y la defensa del “dinero sólido”, es decir, contrario al tradicional envilecimiento que practican la mayoría de países. Este estricto y recto enfoque ahonda sus raíces en la terrible hiperinflación que sufrieron los alemanes durante la República de Weimar en los años 20, cuyo desarrollo facilitó años más tarde el ascenso de Hitler al poder.

Hasta ahora, la dirección del BCE contaba con la estrecha vigilancia de los denominados halcones germanos, miembros del Bundesbank cuya principal preocupación era mantener a raya la inflación de la eurozona, la única función que tiene encomendada el BCE en sus estatutos -a diferencia de la Reserva Federal, que también tiene como misión impulsar el crecimiento-. Sin embargo, todo esto ha cambiado de forma radical en los últimos meses. De todos es conocida la guerra interna que se viene desarrollando en el seno del Banco Central Europeo desde mayo de 2010, cuando estalló la crisis de deuda pública.

El entonces presidente del Bundesbank, Axel Weber, se opuso desde el primer momento al rescate indiscriminado de países y a la compra directa de bonos periféricos, así como a la aceptación de activos tóxicos como colateral para extender créditos extraordinarios a la banca europea. Puntos, todos ellos, que violan de forma explícita los principios fundacionales de la Unión. Pese a ello, Weber lideró durante algún tiempo las quinielas para suceder al francés Jean Claude Trichet al frente de la institución. El cambio de timón auguraba una nueva estrategia monetaria en la eurozona. Pero, por desgracia, la política se acabó imponiendo, una vez más, a los fundamentos de la economía. Merkel acabó cediendo a las presiones de sus socios -Sarkozy incluido- y Weber, finalmente, abandonó la presidencia del Bundesbank y, con ella, la carrera sucesoria en el BCE. Ese día el euro cayó de valor.

Pocos meses después es Jürgen Stark el que toma el mismo sendero. El ya ex economista jefe del BCE compartía, punto por punto, las reticencias mostradas por Weber sobre la deriva monetaria emprendida por Trichet. Stark también rechazaba los rescates soberanos y la compra masiva de deuda pública. De hecho, su abandono se debe, precisamente, a la decisión de adquirir bonos españoles e italianos adoptada por el BCE el pasado agosto. El euro también se desplomó tras conocer la noticia. Curiosamente, Stark se despidió de su cargo lanzando un último mensaje a Irlanda: “Dublín debe rebajar los salarios en su sector público y acelerar la aplicación del plan de austeridad; debe ser, incluso, más ambicioso para rebajar su déficit público; creo que el Gobierno irlandés tiene la oportunidad de sorprender al mercado de manera positiva”. Ése era Stark, el segundo y último gran halcón del BCE.

Y es que, sus sustitutos son mucho más blandos. Jens Weidmann, el nuevo presidente del Bundesbank, fue asesor económico de Merkel y discípulo de Manfred Neumann, uno de los eméritos más influyentes de Europa, partidario de las quiebras ordenadas dentro de la Unión -sin necesidad de abandonar el euro-. Weidmann también votó en contra de la compra de deuda española e italiana, pero carece del carácter y las sólidas convicciones teóricas de Weber.

Al fin y al cabo, es un mandado de Merkel, y si algo ha demostrado ésta es que sus palabras poco o nada tienen que ver con los hechos. A la hora de la verdad, la canciller traga con todo, desde los rescates hasta la monetización de deuda y la cesión de soberanía a Bruselas vía eurobonos. Y ello, pese al rechazo de su electorado a estas políticas. Normal que sus socios de Gobierno amenacen con abandonarla a su suerte, ya que se está convirtiendo en la nueva líder de los socialistas germanos.

Curiosamente, la canciller ha elegido a un socialdemócrata, Jörg Asmussen, para suceder a Stark, una cabeza gris de alto perfil político y poco carisma económico muy próximo al sector financiero. No en vano, diseñó el rescate público de los bancos alemanes durante el auge de la crisis financiera internacional en 2009. Todo apunta a que Asmussen será más flexible en materia monetaria que su antecesor, abriendo así la mano a la compra de deuda y a la creación de eurobonos.

En definitiva, los halcones han sido devorados por palomas. Si los medios germanos titulaban "El BCE ha muerto, viva el Bundesbank" en mayo de 2010, cuando Trichet comenzó esta senda, normal que ahora destaquen "El fin del BCE tal y como lo conocíamos". La entidad ya no está moldeada a imagen y semejanza del Bundesbank, y ese hecho cobrará pleno sentido cuando el italiano Mario Draghi suceda a Trichet este mismo otoño. La relativa ortodoxia se acabó, c'est fini, auf wiedersehen...

Manuel Llamas es jefe de Economía de Libertad Digital y miembro del Instituto Juan de Mariana.

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