La historia en breve
Ciro Gómez Leyva
Este mediodía tendrá lugar en el Teatro Morelos de Toluca el lanzamiento de la candidatura presidencial de Enrique Peña Nieto.
Nadie lo va a investir, pero la cargada apoteósica no dejará lugar a dudas. El PRI, todo el PRI, quiere todo con él y hoy le dejará constancia de que ansía entregársele frenéticamente.
Peña Nieto concluye su gestión como gobernador del Estado de México y se ha organizado un día entero de fiesta. Ningún priista con aspiraciones a lo que sea querrá dejar pasar la oportunidad de ser visto y tocado por el “hombre”, el “líder indiscutido” que, están convencidos, los llevará de vuelta a Los Pinos y palomeará listas y repartirá chambas. Once años de gobiernos panistas no sirvieron para erradicar la cultura de la cargada, la bufalada.
Gobernadores, legisladores, presidentes municipales, la CTM, la CNC, la propia CNOP suspiran por adorarlo. Peña Nieto formalizará sus intenciones al regresar de las fiestas patrias. El Consejo Político del partido le hará un traje a la medida el 8 de octubre y lo demás será un formalismo. Como Vicente Fox en el PAN hace 12 años, como Andrés Manuel López Obrador en el PRD hace seis, se ha impuesto en su partido mucho antes de que se conozcan las reglas de la competencia.
Sin semifinalista enfrente, podrá concentrarse en diseñar y preparar la estrategia para vencer a Cordero, Creel, Josefina, Ebrard o López Obrador. Y eso excita a los tricolores. No vivían algo así desde 1993 con Luis Donaldo Colosio.
Por eso hoy cuando les grite en Toluca “¡síganme mis valientes!”, no habrá priista en sus cinco sentidos que prefiera pasar por cobarde o, peor, por disidente ante Enrique Peña Nieto.
La cargada no estaba muerta. Como dicen en Toluca, nomás estaba atarantada.
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