15 septiembre, 2011

Pueblo narcotizado

MÉXICO

Por Raúl Benoit

Como si les hubieran aplicado una anestesia general, gran parte de los mexicanos se está volviendo insensible a la violencia. Algo parecido ocurrió en Colombia a comienzos de los 90; los Extraditables mataban policías, jueces y periodistas, perpetraban atentados indiscriminados, pero la gente ignoraba tan trágicos hechos. Era como vivir en dos países distintos: uno sumido en el miedo y el otro, indiferente, pregonaba que nada sucedía.

En aquella Colombia, los políticos trataban de no perder su prestigio y algunos sectores de la sociedad los secundaban, para no dañar la imagen del país en el exterior.

Aunque cueste creer, especialmente tras la matanza de Monterrey, en la que sicarios del crimen organizado incendiaron un casino por una cuestión de deudas, cobrándose la vida de 52 personas, México apenas está entrando en el túnel negro del caos criminógeno generado por los cárteles de la droga.

Pronostican que a los 40.000 muertos que contabiliza la guerra contra el narco desde que asumió el presidente Felipe Calderón habrá que sumar otros 20.000 antes de que éste termine su mandato.

Calderón practica deportes extremos como el alpinismo y el buceo en un documental turístico de México que pasa la televisión. No le quito el mérito de querer mostrar un país maravilloso, porque en realidad lo es; pero no puede decir eso de que la violencia no afecta al turismo: sus paisanos ven ahí un chiste cínico.

La anestesia de la sociedad mexicana es una forma de complicidad, porque nadie puede negar los hechos atroces y el pánico que tienen los propios paisanos a ir, por ejemplo, a Acapulco, donde las matanzas son constantes.

La violencia sucede ante los ojos de todos y va en aumento, según los datos que me suministró el abogado José Antonio Ortega, laborioso luchador social que demuestra gran coraje al denunciar a un Estado incompetente.

En solo tres años (2007-2010), la ciudad de Chihuahua ha visto crecer su registro de homicidios dolosos en un 1.635%; Torreón, en un 1.333%; Ciudad Juárez, en un 1.213%. Ni siquiera Medellín en lo más duro del narcoterrorismo (1983-1991) vio crecer en más de un 1.000% el número de homicidios.

El zarpazo de la violencia lo sufren también países como Honduras, Guatemala y Colombia. Muchos se preguntan: ¿qué ha llevado a estas naciones a vivir tiempos tan funestos? Tras asistir a varios foros internacionales sobre la materia, he concluido que las causas están en la miseria, el abandono estatal, la marginación y la indiferencia social.

Hay un factor determinante que está íntimamente ligado a todo ello: la impunidad. Según el abogado Ortega, en México hay 300.000 órdenes de captura sin ejecutar.

La conclusión es que los Gobiernos han fallado. No han sabido administrar justicia ni ejercer la autoridad. La precariedad de las políticas sociales y educativas ha hecho que el pueblo tenga como alternativa laboral el crimen organizado. Ciertas autoridades han sido cómplices, y la inmundicia las cubre hasta la coronilla.

Sin lugar a dudas, México va camino del colapso social, mientras sus habitantes sobreviven narcotizados porque prefieren no reconocer que el futuro será peor.

Los mexicanos tienen el deber de cambiar ese destino, y solo unidos lo podrán hacer. Para ello deben desanestesiarse y hacer frente a los que llaman "violentos" con valentía y decisión.

Iglesia y Revolución en Cuba

'EL OBISPO QUE SALVÓ A FIDEL CASTRO'

Por Rafael Rubio

Si pudiéramos echar un vistazo a la famosa biblioteca del olvido de Nabokov, seguro que encontraríamos miles de libros sobre la revolución cubana y sus consecuencias, incluido, por supuesto, el mío, Regreso a Barataria. Encontraríamos mucha política ficción, mucha psicología, mucho libro de humor, muchísimas hagiografías del Líder Máximo, asombrosos ejemplares más propios de la astrología o el esoterismo...

De entre los libros de asunto cubano que se salvarían de esa particular quema encontraríamos varias memorias y algún ensayo histórico como el que me dispongo a comentar, Iglesia y revolución en Cuba. Enrique Pérez Serantes (1883-1968), el obispo que salvó a Fidel Castro.

Habituados a unas versiones unilaterales de la historia en la que los implicados callan, por ejemplo, por miedo o desacuerdo, para la confección de esta obra el profesor Uría ha buceado en documentación cubana y estadounidense, en testimonios de cubanos de la Isla y de cubanos del exilio y en el archivo personal del arzobispo Pérez Serantes en Santiago de Cuba, que se abrió por primera vez precisamente para posibilitar la elaboración de este estudio. El resultado es un libro que aúna el rigor histórico con la capacidad de tratar con acierto un tema específico –que a algunos les parecerá menor– sin perder de vista un contexto complejo y mucho más amplio.

Son muchos los que, medio en broma medio en serio, culpan a monseñor Pérez Serantes, arzobispo primado de Cuba entre 1948 y 1968, del infierno que padece Cuba desde 1959. Su intervención ante las autoridades batistianas tras el ataque al cuartel Moncada (1953) fue decisiva para que el entonces líder rebelde Fidel Castro salvara la vida.

Desde ese momento, la historia es bien conocida. Lo que quizás muchos ignoran es la decisiva intervención de los católicos (jerarquía y laicos) en la revolución cubana. Fue el mismo Fidel Castro quien pidió al prelado que le acompañara en el histórico discurso que pronunció 1 de enero de 1959 en Santiago de Cuba, en el que prometió democracia, justicia y pan. Y lo hizo no sólo como agradecimiento a quien años atrás le había salvado la vida, sino como reconocimiento de la contribución de tantos cristianos –en su mayor parte católicos– al derrocamiento de Batista. Fue un reconocimiento... y un guiño a unas gentes que empezaban a vislumbrar la amenaza comunista que encarnaban los barbudos de Sierra Maestra (no todos; Huber Matos, por ejemplo, jamás fue comunista).

Las dudas no tardaron en convertirse en certezas y la colaboración inicial dio paso al enfrentamiento y a la persecución anticristiana. Pérez Serantes enseguida se puso, una vez más, del lado de la libertad. Le siguieron miles de cubanos defraudados con el giro comunista de la revolución, y todos terminaron aplastados por la poderosa máquina totalitaria del régimen.

La Iglesia se volvió a quedar en el lado de los más débiles. Se enfrentó al injusto régimen de Batista y al que le sucedió, que llegó predicando la libertad pero inmediatamente mostró su verdadero cariz totalitario y que no dudaba en encarcelar a los sacerdotes críticos en centros de readaptación.

El del papel de la Iglesia en la vida política, sobre todo cuando ésta tiene lugar en un Estado que vulnera sistemáticamente los derechos humanos, no es tema fácil. Desde estas páginas hemos reivindicado el difícil papel de la Iglesia en Cuba, siempre en la cuerda floja, siempre en la compleja situación de mantener su espacio de libertad en la Isla-Cárcel –espacio que la propia Iglesia abre a todos los cubanos (creyentes y no creyentes)– sin dejar de denunciar las violaciones constantes a los derechos humanos. En el otro lado se encuentra el interés del régimen por tender puentes con la única institución cubana verdaderamente no gubernamental que sobrevive en la Isla.

De ahí el interés de este libro. El recientemente fallecido monseñor Pedro Meurice –sucesor de Pérez Serantes en la sede santiaguera–, que tuvo la oportunidad revisar este libro antes de su muerte, tras contribuir activamente a su elaboración, no dudó en considerarlo un apoyo imprescindible para entender el actual estado de debilidad de la Iglesia católica en Cuba. Su actuación no es siempre bien recibida, y algunos cuestionan incluso resultados como la deportación masiva de los prisioneros de la Primavera de Cuba, que han pasado más de siete años en prisión. Este libro da pistas para comprender mucho mejor las raíces de esa aparente contradicción, una constante que, con pequeños altibajos, marca la historia de Cuba y de la Iglesia desde 1959.

Mario Bros escenifica los desastres económicos de Obama

"GASTEMOS EL DINERO QUE NO TENEMOS"

Con mucho humor, y con muchos datos reales, los republicanos han convertido a Obama en un antihéroe de videojuego.

Hace más de tres años que Obama dio el salto de la realidad al videojuego: en 2008 se creó ‘Super Obama World’ un juego online que imitaba al mítico "Super Mario Bros" y que sustituía al popular fontanero por el presidente estadounidense. En él, se convertía en una suerte de héroe, que salvaba al país de la debacle.

Pero, tres años después, han ocurrido muchas cosas, y Obama ya no es la esperanza que fue. Una crisis económica galopante, y varios tropezones políticos han hecho caer al presidente del pedestal; lo cual también ha tenido su reflejo en el terreno del videojuego.

"Obama World" se ha convertido en "MariObama", transformación que ha corrido a cargo del movimiento republicano "For America". La organización ha lanzado la segunda parte de un vídeo en el que Obama aparece convertido en un Mario Bros afroamericano, junto a un Luigi caracterizado como Joe Biden.

Tal y como recoge lainformacion.com, MariObama retrata a la perfección algunos de los desastres económicos del presidente, en tono de humor pero con un transfondo muy real. El juego transcurre en diversos escenarios, entre los que destaca un campo de golf donde se celebra un "Evento de Techo de Gasto", actividad restringida "sólo para demócratas". El Obama del videojuego lanza una lata con los ahorros de los gobiernos anteriores muy lejos, lo que le sirve para aumentar su tamaño, imitando lo que ocurría en el videojuego real cuando Mario Bros se comía una seta.

El juego recoge muchas de las situaciones que han llevado a EEUU a la actual tesitura económica, y finaliza con los ficticios Joe Biden y Obama gastando un dinero que no tienen y que "tendrán que pagar nuestros hijos". A buen seguro que no serán las últimas aventuras de este Obama del videojuego.

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