Alejandro Hope |
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“Las estadísticas son como los bikinis.
Lo que revelan es sugerente, pero lo que esconden es vital”
—Aaron Levenstein
El mercado de las drogas ilícitas es grande. Muy grande. Tal vez se trate del mercado ilegal más grande en la historia de la humanidad ¿Pero tiene realmente las proporciones descomunales que a menudo se le asignan? No lo sabemos de cierto, dada la condición subterránea del comercio de drogas, pero el hecho se da por sentado sin mayor discusión. En México, medios, comentaristas, políticos, funcionarios públicos y algunos académicos asumen sin más que, en efecto, el negocio mundial del narcotráfico vale centenares de miles de millones de dólares.
Tanta certeza es inmerecida. Las estimaciones sobre el tamaño de los mercados de drogas proceden, salvo excepciones, de instituciones interesadas en describir al fenómeno con proporciones inmensas: agencias de inteligencia estadunidenses, organismos multilaterales involucrados en el control de narcóticos, dependencias mexicanas del sector seguridad, etcétera.
Peor aún, la mayoría de los cálculos sufren de opacidad metodológica: poco o nada sabemos sobre sus procedimientos, sus parámetros o sus fuentes. Por ejemplo, la Oficina Nacional de Política de Control de Drogas de Estados Unidos (ONDCP, por sus siglas en inglés) presentó en 2006 una estimación sobre los ingresos del narcotráfico en México, citando como únicas fuentes a sí misma y al Centro Nacional de Inteligencia sobre Drogas (NDIC, por sus siglas en inglés), y sin proveer información alguna sobre el método de cálculo.1
El sesgo natural tiende por tanto a la exageración. Durante años, el Programa de Naciones Unidas para el Control de Drogas (UNDCP, por sus siglas en inglés) ubicó en 500 mil millones de dólares los ingresos generados a nivel mundial por el comercio de drogas.2 En 1997, sin mayores explicaciones, la cifra bajó a 400 mil millones; al indagar sobre el origen del número, el economista colombiano Francisco Thoumi descubrió que la estimación (de origen dudoso, por lo demás) era de 365 mil millones, pero, por razones de comunicación, los funcionarios de la ONU decidieron redondearla hacia arriba.3
Otro caso bien documentado se refiere a las estimaciones anuales del gobierno de Estados Unidos sobre producción de narcóticos. En un artículo publicado en 1996, Peter Reuter ironizó sobre la producción estimada de marihuana en México en 1989, según el Departamento de Estado: la cifra presentada implicaba la existencia de no menos de 35 millones de usuarios crónicos y compulsivos en Estados Unidos, la mitad de la población entre 15 y 35 años. Y a ese total habría que agregarle los consumidores de marihuana estadunidense, colombiana, canadiense, etcétera.4
Fábulas nacionales
Los números inventados no son monopolio de agencias extranjeras. En enero pasado, la Secretaría de Seguridad Pública federal divulgó una presentación con estimaciones sobre el tamaño del mercado de drogas en México y otros países. El cálculo incluía las siguientes cifras:5
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Si las cifras parecen raras, es porque lo son. De ser correctos los datos de la SSP, serían ciertas las siguientes afirmaciones:
• Un cigarro de marihuana (0.5 gramos) se vende en México al menudeo en 90 pesos.6
• El precio al menudeo de la marihuana en México es 47% mayor al prevaleciente en Estados Unidos.7
• Al menudeo, la marihuana y la cocaína se venden exactamente al mismo precio en México (15 dólares por gramo).8
• La marihuana es un vicio para ricos y la cocaína es para el consumo popular: un usuario promedio de marihuana en México debe desembolsar anualmente 30 mil 512 pesos; un consumidor promedio de cocaína requiere apenas de dos mil 891 pesos al año.9
• La venta al menudeo de anfetaminas en México es un negocio pro bono: los narcomenudistas ganan apenas dos centavos de dólar por gramo, menos de lo que ganarían por unidad si revendieran cigarros sueltos.10
Puesto que sus implicaciones son absurdas, las cifras de la SSP no pueden ser correctas. En particular la estimación sobre el valor del mercado nacional parece fuera de toda proporción ¿De qué tamaño es el error? No lo sabemos con certeza plena, pero un breve ejercicio permite ponerle números gruesos al despropósito.
El mercado mexicano de drogas es previsiblemente una fracción del mercado estadunidense y el tamaño de esa fracción está determinado por los diferenciales de población, prevalencia, consumo medio por usuario y precios.
La población de Estados Unidos es 2.75 veces mayor que la de México. La prevalencia en el consumo en el último año de todas las drogas ilegales, según las últimas encuestas disponibles en ambos países, es 11 veces mayor en Estados Unidos que en México,11 pero supongamos que la encuesta mexicana tiene niveles de error superiores a los de su equivalente estadunidense y que, por tanto, la diferencia es de sólo la mitad (5.5 veces).
No hay evidencia para suponer que los usuarios mexicanos consumen un volumen de drogas sustancialmente distinto al de sus pares en el país vecino, pero, para fines del argumento, asumamos que un consumidor estadunidense utiliza en promedio 20% menos drogas que uno mexicano. Por último, no conocemos con plena certeza el diferencial de precios al menudeo, pero, basado en diversas fuentes, es razonable suponer que los precios mexicanos son en promedio 5 a 10 veces menores que los prevalecientes en Estados Unidos.12 Para fines de cálculo, tomemos el piso de ese rango.
Al combinar todos los parámetros se obtiene que el mercado estadunidense es, como mínimo, 60 veces más grande que el mercado mexicano.13 ¿Y cuánto gastan los vecinos en drogas? Según la última estimación seria disponible, 65 mil millones de dólares, aproximadamente;14 se trata, sin embargo, de una estimación algo vieja (del año 2000), así que asumamos un número 30% mayor, consistente con la evolución de la inflación acumulada en Estados Unidos en la última década: 85 mil millones de dólares. En ese caso, el mercado mexicano de drogas tendría un valor de 1.4 miles de millones de dólares, una cifra seis veces inferior a la presentada por la Secretaría de Seguridad Pública.
Pequeño error de 500% (como mínimo).
Los motivos de la hipérbole
La tentación de lo inmenso es producto, en parte, de incentivos políticos y burocráticos. Para un funcionario público es más fácil justificar incrementos presupuestales y ampliaciones de facultades si la amenaza se percibe enorme. Asimismo, si el narcotráfico es gigantesco, la continuidad de las políticas se impone, y los reveses o las carencias se excusan. Inventar cifras, por inverosímiles y absurdas que parezcan, es entonces una táctica de supervivencia burocrática.15
Pero las cifras enormes son igualmente funcionales para críticos y adversarios del gobierno en turno. Ante datos magnificados, toda medida parece siempre insuficiente: ¿de qué sirve decomisar 200 millones de dólares si el negocio es de 40 mil millones al año? Aun para los promotores de la legalización de drogas los datos estratosféricos resultan útiles: le confieren dramatismo al argumento y legitiman la demanda de cambios radicales.
Los medios, por su parte, son consumidores ávidos de números descomunales: vende más un titular de decenas de miles de millones de dólares que uno de centenares de millones. Y el público mismo parece querer encontrar una suerte de simetría del mal: si un fenómeno genera 40 mil homicidios en cuatro años, no puede más que ser inmenso. Parafraseando a Peter Reuter, hay clientela para cifras grandes, pero no para cifras correctas.16
En cierto modo, el descuido (o malicia) en la construcción de los números no es un tema decisivo. Ninguna definición sustantiva depende hoy de la precisión de los datos (basta con que sean grandes) y los impactos sociales del narcotráfico no son una función directa del tamaño del negocio.17
Sin embargo, no es un hecho inocuo. Hay una diferencia entre grande y gigantesco. Si se asume que las bandas del narcotráfico tienen ingresos de 40 mil millones de dólares y un ejército de 100 mil hombres, el asunto es claramente de seguridad nacional. Si sus ingresos se estiman más bien en una décima parte de ese monto y su estructura armada en unos cuantos miles, el tema pasa a un terreno de orden público.
Los números mágicos tienen el efecto de clausurar alternativas. Dificultan pensar en pequeño, en medidas concretas que ayuden a restablecer la seguridad, un delito a la vez. Y, en paralelo, contribuyen al desánimo social: con cifras monumentales, no hay luz al final del túnel. Exigir precisión, o al menos racionalidad en los datos sobre drogas y narcotráfico no es una exquisitez sin sentido; es una manera de devolverle el sentido de proporción, la imaginación y la esperanza a la discusión sobre seguridad pública.
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