Alberto Acereda
Los caóticos números de aprobación popular del presidente Obama están causando pánico en la Casa Blanca. Tal es el miedo, que el mismo Obama ha intentado contraprogramar su discurso sobre economía y empleos con el debate presidencial republicano que se televisará este próximo miércoles. No le dejaron pero los tambores de guerra empiezan ya a resonar.
Los medios de comunicación más importantes en EEUU, a excepción del Fox News Channel, llevan desde 2007 favoreciendo de forma descarada a Obama, tapando sus errores y haciendo una servil labor que resulta moral y éticamente abyecta. Así lo prueba el reciente estudio del catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad de California-Los Angeles, Tim Groseclose, así como su libro Left Turn (2011). La ultrajante ayuda de los medios no basta para que Obama haya caído en estos últimos días ya al 38% de aprobación popular (Gallup) y con una insatisfacción general en materia económica que alcanza el 62% de los votantes registrados (Quinnipiac). La estrategia ahora es recurrir a sus congresistas, especialmente a los de raza negra, para propagar un inventado racismo del GOP y del Tea Party.
A la ayuda de Obama ha salido raudo André Carson, un congresista negro en Washington del Partido Demócrata por Indiana. En una reunión ante los miembros de la asamblea negra de congresistas, celebrada en Miami el 22 de agosto y de la que existe vídeo, Carson dijo a sus colegas refiriéndose a sus oponentes del Partido Republicano: "Algunos de ellos en el Congreso ahora, junto al movimiento del Tea Party, estarían encantados de verles a ustedes y a mí colgando de un árbol". Tal cual. Este Carson, segundo congresista musulmán elegido en Washington, es uno de los que acompañó a Nancy Pelosi y a John Lewis el día de la aprobación de Obamacare, con paseíllo chulesco frente al Congreso y con martillo gigante en mano alegando –sin poderlo probar nunca– que al ser negros fueron escupidos e insultados por la gente del Tea Party.
Carson, como tantos otros demócratas, se niega a disculparse y olvida la historia. Porque si de lo que se trata es de buscar ejecutores de linchamientos, basta mirar el viejo Sur de Estados Unidos a mitad del siglo XX, controlado por los segregacionistas raciales del Partido Demócrata, políticos y gobernadores demócratas como J. William Fulbright (Arkansas), Herman Talmadge y Lester Maddox (Georgia), Ernest Hollings (Carolina del Sur), George Wallace y Bull Connor (Alabama) y hasta el padre de Al Gore (Tennessee).
Más allá de la historia y de la maligna frase vomitada por Carson, la realidad es que estos congresistas negros que tanto espolean a sus votantes en términos raciales (hablamos también de Maxine Waters, James Clyburn, Barbara Lee, John Conyers y otros tantos) son los mismos que, al igual que Obama, luego tienen en perpetua miseria a sus distritos y a sus votantes. Tras años de ser reelegidos en sus respectivas áreas electorales, no han aportado soluciones reales a los ciudadanos y menos todavía a la comunidad negra. Pero lo fácil es insultar, usar el racismo para crispar y esperar que la comunidad negra vuelva a votar masivamente a Obama dentro de un año.
A uno le quedan pocas dudas de que toda esta maquinaria de descalificaciones racistas al Tea Party y al GOP es una estrategia diseñada por la campaña de Obama 2012. Los tambores de guerra, pues, no son aquí los de aquella película de Delmer Daves, donde el Presidente Ulysses S. Grant buscaba la paz. Estos tambores bélicos son los de Obama, donde el masivo voto negro es necesario para ser reelegido en 2012. Y para lograrlo, por lo visto todo vale. André Carson lo sabe. Y el presidente más, aunque disimule.
Alberto Acereda es catedrático universitario en Estados Unidos y director de The Americano.
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