En su editorial de este jueves, publicada en el Diario Tal Cual, Teodoro Petkoff aborda las posibilidades de la Mesa de la Unidad Democrática de asumir el Gobierno y que el chavismo pase a ser oposición de forma “reconocida y respetada”, tras fijarse la fecha de las elecciones presidenciales para el 07 de octubre de 2012.
Al respecto, señala que en caso de una supuesta derrota electoral de Chávez, él seguirá “contando con un partido que, aun vencido, continuará siendo, individualmente, el más grande del país, con un grado apreciable de respaldo popular”.
Lea la columna titulada, El chavismo a la oposición, tal como esta publicada el día de hoy:
Bien, ya el CNE fijó la fecha de vencimiento del gobierno de Hugo Chávez. Su cuarto de hora se acaba el 7 de octubre del año próximo.
Derrotar a Chávez ya luce política y matemáticamente posible, y lo será aún más mientras más nos acerquemos a la fecha de las elecciones. Lo decíamos ayer. El gobierno vive su peor hora y sus adversarios la mejor. Todo apunta hacia la derrota del oficialismo. Pero esto plantea un problema de la mayor envergadura, por el cual es necesario pasearse con mucha serenidad.
La alternativa democrática va a ganar unas elecciones, no un golpe de Estado, y por tanto aquéllas arrojarán un resultado democrático: tanto un nuevo gobierno como una nueva oposición. El chavismo no va a desaparecer sino que pasará a la oposición y desde luego deberá ser reconocido y respetado de manera muy distinta a como aquél lo ha hecho con sus actuales opositores. Pero esa nueva oposición contará, en principio y quién sabe por cuánto tiempo, con el control del Parlamento, del Poder Judicial, de la Fiscalía, la Contraloría, la Defensoría del Pueblo, el CNE y la FAN. Contará con un partido que, aun vencido, continuará siendo, individualmente, el más grande del país, todavía con un grado apreciable de respaldo popular y como colofón, con el liderazgo de Hugo Chávez, si es que la naturaleza no dispone otra cosa.
El nuevo gobierno sólo contará con el Ejecutivo.
No es difícil apreciar que la transición desde un régimen autoritario, autocrático y militarista a la democracia se hará a través de un camino escabroso y culebrero. No es, ni puede ser, como algunos se imaginan, un pase de facturas generalizado. Se necesita paciencia y mucha tolerancia. Como han sido las transiciones en otras partes del mundo. Basta recordar varios casos paradigmáticos.
En Chile, Pinochet salió de la presidencia a la comandancia de las Fuerzas Armadas y a una senaduría vitalicia. Años pasaron antes de que la intervención del juez Garzón hiciera posible acelerar el proceso de desmantelamiento del pinochetismo. En España la transición fue negociada durante varios años entre el propio franquismo con los comunistas y los socialistas. En Nicaragua, el ministro de la Defensa de Daniel Ortega, su hermano Humberto, pasó a ser el ministro de la Defensa de la presidente Violeta Chamorro. En los antiguos países comunistas, el tránsito del totalitarismo a la democracia fue pactado entre los comunistas y sus adversarios, a través de procesos electorales.
Como vemos, las salidas democráticas a situaciones no democráticas imponen un conjunto de condiciones atinentes a la correlación de las fuerzas entre los distintos sectores y a la intención de impedir toda situación violenta, que pudiera llegar, si no se maneja muy bien, hasta la propia guerra civil. Una transición producto de un proceso democrático debe garantizar los derechos de sus opositores, aun si estos, como pudiera ser previsible en el caso del chavismo, se comportaran en la oposición con la misma desconsideración hacia el país y hacia el nuevo gobierno como lo han hecho desde hace casi catorce años con sus opositores.
Afortunadamente, en la Mesa Democrática ninguno de sus integrantes está pensando en el postchavismo en términos de venganza y retaliación, sino en la necesidad de satisfacer una vasta aspiración nacional al cese de la camorra permanente y al retorno de una relación civilizada entre los factores políticos
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