Suele ser confortable explicación afirmar que los malos están del otro lado de la baranda o de la talanquera. Esa idea de “nosotros, los buenos” es terriblemente romántica y tiende a justificar las acciones que se realizan dada la nobleza de los propósitos que las inspiran. Alguna vez este narrador le escuchó a un amigo chavista decir que el más alto fin de su revolución era la justicia y que en su procura, ésta debía subordinar -y no subordinarse- a la ley o a la Constitución. En este contexto, la justicia es lo que el justiciero considera justo, esté en línea, en discrepancia o en oposición a los códigos. Este camino ha llevado al chavismo a romper normas, incluida la Constitución que parieron; pero, más allá, también lo ha llevado a quebrantar toda regla de comunicación con el prójimo que se encuentra en la otra banda. Obsérvese que el dialecto rojo impuesto por Chávez es el de la agresión, la grosería y sobre todo la burla con aquél que carece de poder. Jamás en la historia del país y de América Latina el lenguaje del poder y de sus voceros había sido de la índole que exhibe la casta gobernante. Es el lenguaje fascista, típico (de la ilusión) del ejercicio del poder total, donde tú, el otro, no pasa de ser un bichito, que puede chillar o patalear sin que sus quejas puedan ser escuchadas. Lenguaje del torturador que en la reclusión le dice a su víctima: grita, méate, desintégrate, nadie te oirá.
ROMÁNTICOS
No se ven a sí mismos como perversos sino como comprometidos. Son de la estirpe de aquellos guerrilleros bárbados, ilusionados con la victoria sobre el capitalismo, que en nombre de tan esclarecida finalidad llegaron a fusilar a sus compañeros por “desviaciones pequeño-burguesas”, como gustarle vivir en París o llenar la alcancía para subvenir gastos familiares. Es la tragedia del romántico; siempre dispuesto a sacrificar a los individuos concretos en nombre de una humanidad difusa, sin límites; son los que defienden al pueblo y matan a sus más humildes miembros, sean soldados, policías, opositores o “agentes del imperialismo”.
Venezuela vive esa operación pavorosa, en la cual los que se asumen como “los buenos” y en nombre de la bondad que los motiva y de la virtud que creen los acompaña, han dispuesto que no quede piedra sobre piedra en la ciudadela enemiga.
La Lista Tascón, la Lista Maisanta, las exclusiones de derechos en forma masiva si no se es del bando escarlata, muestran los instrumentos horribles que ha generado un movimiento que al querer eliminar la exclusión a las trompadas, ha hecho de las trompadas bolivarianas el nuevo instrumento de exclusión. Mírese el pavor al Censo 2011 que hay en miles de ciudadanos, como una muestra de cómo el miedo se ha instalado en el alma de una sociedad que creyó haberlo desterrado.
EN LA OTRA ORILLA
Esta visión no es exclusiva del Gobierno. Abunda también en la oposición, con la diferencia de que allá sólo una voluntad y una voz deciden qué es lo sano, conveniente y apropiado, mientras que en la disidencia no hay una voz única. Al no haberla -asunto provechoso por lo de la diversidad- tiende a haber varios focos que se asumen como “los buenos”, sean partidos, candidatos o figuras estelares de la opinión pública. El resultado es que en nombre de sus proclamadas bondades no pocos son capaces de actuar como Chávez lo hace contra sus enemigos: intolerantes, falsamente unitarios, zancadilleros, aprovechados y no siempre honrados.
No en todos los casos y no siempre, pero hay preocupantes signos de intolerancia en varios flancos del mundo opositor; curiosamente, hay quienes se preocupan mucho de llegarle al chavismo light y para hacerlo lanzan todo tipo de improperios contra otros opositores que disienten, aun cuando sea de modo sutil, de ese enfoque. El “chavismo” opositor no es éticamente superior al auténtico y puede ser tan peligroso como aquél. Una de las manifestaciones más frecuentes de ese “chavismo” opositor es el que se ocupa de denigrar en torno a las luchas que la sociedad civil ha desplegado a lo largo de los años recientes, sin entender que el Paro Cívico, los firmazos, la lucha de los trabajadores petroleros, la abstención de 2005, las fuertes demostraciones estudiantiles, la disidencia militar, “las guarimbas”, los dichos y hechos de los perseguidos, exiliados, enjuiciados y presos, son parte del patrimonio colectivo de las luchas del pueblo por la democracia; no en balde varios de los dirigentes de esas jornadas han sido luego exitosos dirigentes de las contiendas electorales posteriores o aspiran a serlo. Nada de lo que hoy se presenta como posible, incluida la derrota del régimen en 2012, puede entenderse sin la larga historia que incluye a la Asamblea de Educación contra el decreto 1011; a Carlos Ortega, Pedro Carmona, Juan Fernández, Carlos Fernández, Enrique Mendoza, a la Coordinadora Democrática; a los que llamaron a la abstención, así como Súmate, Antonio Ledezma y Oscar Pérez; y luego Manuel Rosales, los militares del 11A y de la Plaza Altamira; las escisiones del PPT y Podemos; las actitudes como las de Henry Ramos, Oswaldo Álvarez Paz o de María Corina; la postura del general Baduel, la Conferencia Episcopal, Globovisión,El Nacional y El Universal, RCTV y en su momento Venevisión y Televén.
Allí hubo victorias y derrotas, liderazgos sólidos y otros artificiales; pero sobre toda esa experiencia están montadas las posibilidades (y las fragilidades) de hoy. De manera que tener una visión crítica de las luchas libradas, de los errores cometidos, no excluye una visión estratégica que las asuma como parte del esfuerzo de la sociedad por recuperar la democracia y la libertad. Así como es una locura el intento de Chávez de reescribir la historia a partir de su epopeya menor aunque sangrienta del 4 de febrero, resulta también chifladura mayor escribir la historia del esfuerzo democrático de estos años a partir de los criterios impuestos por el régimen, según el cual las batallas libradas desde 1999 hasta 2007 fueron todos desastres.
LA AUTOCRÍTICA
La realidad es que en Venezuela se ha constituido un tejido que a todos envuelve aunque no todos sean cómplices, al menos voluntarios. No hay “los buenos” (nosotros) y “los malos” (los otros). Cierto que hay responsables de esta vorágine: Chávez y compañía; pero ¿no hay responsabilidades también en quienes le pavimentaron el camino? ¿Cuándo se volvieron “buenos”los que lo hicieron posible?
La única posibilidad de solventar el asunto del lugar de cada cual en esta historia, no es colocarse siempre y por definición en el lugar de “los buenos”, sino hacer un trabajo de autocrítica que parece que todo el mundo quiere eludir. La pregunta no es qué hago para sacar a Chávez del poder, sino qué hice para que llegara o qué hago para que se mantenga, aun siendo opositor. ¿Qué dice usted?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario