22 septiembre, 2011

Vientos amarillos de guerra

Fernando Amerlinck

China es el mayor acreedor. Ningún país ha prestado tanto dinero a la mayor economía del mundo —Estados Unidos, todavía— al comprar bonos del aún llamado, curiosamente, “Tesoro” de ese país. Un tesoro tan rico que cae en mora porque su tarjeta de crédito ha sobregirado su módico tope de 14,290,000,000,000 dólares. Más de catorce billones de dólares (ellos los llaman trillones).

Obama está furioso porque el Congreso no sube ese límite para poder endeudarse más, mientras The Federal Reserve System fabrica dólares de plástico. O de papel. O de bits y bytes. Dólares cuya fuerza es sólo la fe en que esa moneda es fuerte. Pero la fe en esa moneda fiduciaria —fiducia, vocablo latino que significa “fe”— se resquebraja.

El mecanismo es sencillo:
1. Los grandes países de Asia exportan a Estados Unidos productos; India exporta servicios y tecnología.
2. Cobran dólares que invierten en bonos gringos. China lleva 20 años comprando bonos del “Tesoro” para cubrir sus superávits comerciales. Ya posee 1 billón (tiene reservas totales de 2.3 billones de dólares).
3. EEUU demuestra su irresponsabilidad. En 2011 su gobierno pagará $3.7 billones de gasto pero sólo recibirá entre $2.1 y $2.2 de impuestos. El déficit anda por $1.6 billones, cerca del 60%. Lo faltante suma alrededor del 12% del producto total, aparte de que la deuda federal total rebasa el 100% del producto nacional.

La calificadora china Dagong Global Credit Rating ha degradado a AA la deuda gringa, y AA+ para la china y la alemana. Baja el prestigio que para algunos sigue teniendo, como por ensalmo, la palabra “dólar” (que a diario pierde valor ante el oro y la plata).

Los chinos no juegan ese juego por tontitos. Ellos no hacen planes sexenales que no cumplen; sus planes son de sesenta años y los cumplen. Su estrategia geopolítica es de muy largo alcance: China está comprando Estados Unidos en abonos.

Comparo la conducta china hacia Estados Unidos con lo que hicieron éstos en México con Echeverría y López Portillo: corromper con deudas a gobiernos irresponsables que cayeron en default y echaron a perder al peso y a los mexicanos. Perdimos comercios, industrias y bancos.

Pasará igual. Los asiáticos empezarán a exigir pago en oro y no en dólares, como hizo de Gaulle antes de 1968, cuando sospechosamente una revuelta estuvo a punto de derribarlo.

Lástima que EEUU no tenga oro; su moneda no está basada en ese metal, y vuelan sospechas de que el oro de Fort Knox se ha hecho perdedizo (el congresista Ron Paul exige una auditoría; quién sabe por qué, se la hacen cansada).

“Solución”, estirar la liga. El prodigioso doctor en ciencias ocultas Ben Bernanke cocina recetas de su maestro Keynes: estimular desde el gobierno la economía y el empleo (lo cual no consigue), gastando dinero que no existe; hacerlo existir imprimiendo billetes verdes y comprar mááááááááááás bonos al “Tesoro” federal, cuyo pago delega al futuro: combate la deuda endeudándose más. Llama a ese echeverrismo quantitative easing (QE). Ya lleva dos (QE2) y va para QE3.

Es el suicidio del imperio; como todo suicidio, por propia mano. Se les va la mano en invenciones monetarias; se hacen ricos emitiendo moneda-basura que endilgan al mundo a cambio de productos y tierras y empresas con valor real; su pueblo firma para comprar cosas que no necesita a países que no son el suyo, con dinero que no ha ganado, para impresionar a gente que no conoce y que juega a lo mismo. El juego se retroalimenta con más deudas de dinero ficticio.

Tal locura de dinero fiduciario, dinero inventado, dinero respaldado con saliva, dinero fiat, durará hasta que se acabe... ¿qué? Hasta que se acabe el cuento. Hasta que la gente pierda fe en ese dinero inflado por su “facilitación cuantitativa” que prefiero llamar falsificación conspirativa. Y el juego sigue adelante. Sí. Hasta que alguien lo gana.

¿Quién lo gana? China. Pero hay escenarios de guerra. Recordemos que la falsificación oficial del marco alemán vio hervir a Hitler.

Aprendamos de la historia. Los gerifaltes revolucionarios mexicanos emitían moneda sin respaldo alguno. Zapata emitió moneda de barro. Villa la hizo de plomo. Los billetes sellados y resellados —Carranza los llamó infalsificables—no tenían respaldo. La gente tenía que aceptar esa moneda-basura por las armas de Carranza, de Zapata, de Villa o del que emitiera ese “dinero”.

Un siglo después el dólar se apoya en el mayor ejército del mundo, hoy atareado en guerritas estilo Vietnam pero listo para guerras de verdad; por ejemplo, contra algún país que decida ponérsele en serio al brinco y exigir pago con valor real de oro o plata. Los chinos podrán cobrarse a lo chino: con bienes estadounidenses en su territorio; usando el arma financiera de un billón en bonos gringos; o del modo que discurran. Dinero les sobra.

Irremediablemente vendrá otra Gran Depresión y el dólar se derrumbará. Así como una guerra mundial acabó con la crisis de los 30, Estados Unidos querrá obligar militarmente a Oriente a obedecer al declinante imperio. Y de pasada, seguirá alimentando a su monstruo económico-militar.

Han perdido a Osama bin Laden. Podrán tener a un enemigo nuevo: China, en un escenario digno del siglo XXI, que por todos lados se pinta de amarillo. Es el siglo de Asia.

México tiene manera de no seguir jugando el diabólico juego de la moneda fiat. Podemos tener un sistema paralelo basado en un valor real: la plata, que no podrá bajar de valor en pesos mexicanos. De golpe y plumazo México tendría la mejor moneda del mundo, guerreen o no los dragones asiáticos y el águila americana.

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