El cáncer comienza con una célula madre dañada que se reproduce anormalmente. Cuando varias células de un órgano se vuelven cancerígenas algunas de ellas adquieren la habilidad de circular en el torrente sanguíneo y llegar a otras áreas del cuerpo. Al resultado de esta propagación se le llama metástasis y las posibilidades de sobrevivir a ella son escasas. Con células criminales dentro de la política, las industrias, el mercado del dinero y el campo, México es hoy un cuerpo en estado metastásico.
La noche del 15 de septiembre de 2008 uno de sus órganos vitales fue dañado de manera irreversible. Siete personas fueron asesinadas mediante el uso artero de granadas de fragmentación en la plaza Melchor Ocampo de Morelia. Ese día la sociedad civil fue atacada por un cáncer mucho más agresivo y hasta entonces desconocido: el narcoterrorismo.
Dos años atrás, a 13 días de haber tomado posesión de su cargo como presidente de México, Felipe Calderón comenzó la llamada “guerra contra el narco”. Sus primeras acciones fueron resultado de la Operación conjunta Michoacán que movilizó con ostentación al Ejército, la Marina y la policía.
Rubén Aguilar y Jorge G. Castañeda, en su libro “El Narco: La guerra fallida” atribuyen a Calderón la intención de “lograr la legitimación supuestamente perdida en la urnas y los plantones, a través del combate en plantíos, calles y carreteras”. En un escenario donde se revisaba el proceso electoral, la sociedad presionaba para contar “voto por voto” y los adversarios ya hablaban de un mandatario “espurio”, el despliegue militar de Calderón fue claramente algo personal.
El presidente electo, desde su campaña, mostró de lo que estaba hecho. En ella construyó poco y optó por dirigir sus baterías en contra del candidato de izquierda Andrés Manuel López Obrador llamándolo “un peligro para México”. Utilizó reiteradamente las palabras: deuda, crisis económica, devaluación y desempleo para referirse al proyecto de gobierno del partido opositor. Aprendió a utilizar con eficacia el miedo, uno de los recursos más poderosos.
“’Miedo’ es el nombre que damos a nuestra incertidumbre: a nuestra ignorancia con respecto a la amenaza y a lo que hay que hacer –a lo que puede y no puede hacerse- para detenerla en seco”, dice el sociólogo polaco Zygmunt Bauman en su libro “Miedo Líquido”. Calderón atrajo a sí mismo la luz de los reflectores para mostrarse capaz de vencer un miedo que él mismo había construido.
Su estrategia de campaña rindió frutos que modificaron las preferencias del electorado. Cuando finalmente pudo portar la banda presidencial, habiendo vencido ya al anterior enemigo, fue necesario encontrar uno nuevo que, según Aguilar y Castañeda, derivó de “una indebida amalgama de inseguridad, narcotráfico y violencia”.
Pero a diferencia del miedo anterior, esta vez el peligro era real, estaba ahí, acechando al país desde décadas atrás. Había crecido gradualmente al amparo de los regímenes anteriores. Cuando Calderón comenzó su combate contra el narco pateó un nido de avispas sin estar preparado para ello. Para ganar una guerra hace falta inteligencia y decisión para desembrollar la gran maraña.
“El Estado mexicano está fragmentado, dividido y paralizado por la corrupción. Diferentes pedazos del Estado mexicano le obedecen a distintos grupos criminales. Para poder controlar al Estado, estos grupos tienen que amenazarlo y sacarle la legitimidad de la población. La mejor manera de hacer eso es generar una violencia descontrolada contra el pueblo”, afirma Edgardo Buscaglia experto en seguridad y terrorismo de la ONU.
Un cáncer localizado en una falange no puede ser tratado de la misma manera que uno localizado en el cerebro. Al primero le basta con ser cercenado, el segundo requiere de precisión extrema para su atención. Nadie acabaría con una célula cancerígena utilizando un cañón y eso fue lo que Calderón intentó.
El aparato de Estado, ese bisturí tan bien afilado y aséptico que fue eficazmente usado durante la Guerra Sucia, no hizo gala de la exactitud y el rigor que lo caracterizaron en las décadas pasadas.
La economía del narco
En el mundo del narcotráfico la logística es una pieza fundamental. Contar con redes de negocios donde productores, transportistas y autoridades trabajen como un mismo equipo es indispensable. De la misma manera en que el combate al crimen organizado se ha ido perfeccionando, el narco ha encontrado nuevas maneras de evadir los controles impuestos.
De acuerdo con el reporte de “Crimen organizado y actividad terrorista en México 1999-2002”, preparado por la División de Investigación Federal de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, entre 1994 y 2001, dentro del marco del Tratado de Libre Comercio con México, el tráfico automotriz entre ambos países se duplicó, lo que permitió que tanto el tráfico de ilegales como el de narcóticos ilícitos aumentara significativamente.
A partir del atentado contra las Torres Gemelas las fronteras fueron más vigiladas. Ello elevó el grado de sofisticación necesario para hacer llegar la droga a uno de los mercados más importantes del mundo para el consumo de narcóticos. El narco mexicano creció hasta convertirse en el principal proveedor de cocaína de Estados. De acuerdo con el Departamento de Justicia de dicha nación, los cárteles mexicanos crearon una red de distribuidores en 231 ciudades de la Unión Americana generando un ingreso de 39,000 millones de dólares anuales.
Ese dinero le sirvió al narco mexicano para infiltrar las grandes corporaciones mexicanas y extranjeras. Según Jeffrey Sloman, procurador de Estados Unidos para el distrito de Florida, entre 2003 y 2008 un solo banco, el Wachovia, permitió actividad potencial de lavado por más de 420,000 millones de dólares.
El narco ha sofisticado sus conocimientos bancarios y legales para ingresar el dinero de actividades ilícitas en la esfera de los negocios legítimos. Su fortaleza económica es un sustancial factor que lo mantiene a flote.
De acuerdo con el Informe Mundial sobre las Drogas 2010 publicado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, el mercado más grande para el consumo de cocaína es el estadounidense, con un 40% del consumo mundial. El narco mexicano ha sido, desde hace por lo menos tres lustros, el principal proveedor de esa plaza.
El documento señala que debido a los controles impuestos en Estados Unidos a los precursores de las anfetaminas en 2005, esta manufactura pasó a territorio mexicano donde ha cobrado una gran importancia como fuente de ingresos para el narco, que en México ocupa a medio millón de personas. En 2009, Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo” fue incluido entre las 1000 personas más ricas del mundo por la revista Fortune, con un patrimonio calculado en 1,000 millones de dólares.
Prerrogativas alienables
A mediados de los 90, el poderío de cada uno de los grandes cárteles servía para mantener un delicado equilibrio entre ellos. Habían llegado a un nivel de acuerdos tal que cada grupo poseía sus rutas específicas y sus redes particulares de presta nombres, informantes, infiltrados y protectores; evitaban “calentar una plaza” porque los actos de violencia atraían una mayor presencia policiaca.
Sin embargo, el crecimiento de redes emergentes de tráfico de drogas generó fracturas entre los grupos. A principios del 2000 los tres cárteles más importantes fueron retados por grupos más pequeños. Además algunos de ellos perdieron a sus líderes por detenciones y asesinatos. Varios acuerdos se rompieron debilitando a algunas organizaciones y fortaleciendo a otras. La muerte o captura de los operadores significaba un cambio de estilo en el manejo del grupo delictivo más no el desmembramiento del mismo. Cuando un jefe cae siempre hay un sucesor listo para tomar el puesto.
En los cuatro años que han transcurrido del sexenio de Calderón, derivado de los operativos contra el narco y en gran medida por vendettas y luchas de poder, el narco mexicano ha llevado a la sociedad a vivir una temporada en el infierno. Los asesinatos de presidentes municipales, periodistas y estudiantes son parte ya de las estadísticas delictivas donde hasta hace unos meses se mostraban levantamientos, secuestros prolongados y asesinatos.
El narco ha optado por el terror como mensaje. Ninguna ciudad está segura y los analistas advierten que habrá más violencia. “Los grupos criminales van a seguir generando este tipo de violencia para lograr protección política y en cuanto más compiten más violencia generan”, afirma Buscaglia.
Una pantalla en negro con el nombre de un programa televisivo de análisis político en protesta por el secuestro de un grupo de reporteros que cubrían el motín en un penal de Durango; un texto editorial pidiendo una tregua al narco después del asesinato de dos reporteros así como la aceptación tácita de que en Ciudad Juárez las “autoridades de facto” son las “diferentes organizaciones que se disputan la plaza de la ciudad” en palabras de “El Diario de Juárez”, son apenas una muestra de las crónicas de la violencia diaria.
La violencia invariablemente genera más violencia. Atacar solamente a los pequeños tumores así como mantener sin cambio alguno el estilo de vida del paciente con cáncer equivale a prolongar su agonía en espera de los últimos estertores.
En una guerra no hay peor victoria que la pírrica. Continuar el combate actual sin reflexionar acerca de los resultados obtenidos, sin utilizar a las Unidades de Inteligencia y sin afectar a las estructuras económicas del narcotráfico al mismo tiempo que a sus partes operativas equivale a aceptar una derrota largamente anunciada.
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