16 octubre, 2011

Arquetipo del cambio planetario: Camila Vallejo, la bella líder del movimiento estudiantil chileno

Líder de la primavera chilena y flamante ícono popular, a sus 23 años Camila Vallejo, hermosa e inteligente, es un estimulante ejemplo de transformación social que impulsa el despertar colectivo hacia un nuevo paradigma, libre de las estructuras opresivas del sistema socioeconómico imperante.

El movimiento estudiantil de Chile ha congregado a cientos de miles de personas en ese país, ganándose también el apoyo de una juventud ávida de vivir una transformación social en distintos lugares de América Latina. A diferencia de lo sucedido en las llamadas “primaveras árabes”, lo que está sucediendo en Chile, hasta el momento, no tiene ningún indicio de haber sido cooptado y trastornado por la clase política en el poder y las élites financieras que en ocasiones ejercen su influencia desde el extranjero; por el contrario, mantiene una vibrante legitimidad y se despliega con un vigoroso potencial de orquestar un cambio sustancial, real y posiblemente capaz de estremecer las estructuras que históricamente reprimen el desarrollo de la juventud y de las clases sociales marginadas por el capitalismo.

La figura descollante que lidera este movimiento masivo es Camila Vallejo Dowling, una joven de 23 años, presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH) —la segunda mujer en toda la historia de esta universidad en ocupar esta dirigencia—, hija de padres comunistas (su padre es también actor) e insoslayablemente atractiva e inteligente. Camila se ha convertido en una celebridad, llevando, a veces por razones ajenas a la esencia del conflicto, esta protesta estudiantil más allá de las fronteras de Chile y en general aumentando su difusión mediática.

Vivimos, sin duda, en una sociedad que se deja llevar por el poder de la imagen y que consume los modelos de vida que las celebridades, consciente o inconscientemente, promueven dentro del aparato propagandístico cuya función es mantener el statu quo. Pero si bien las celebridades sirven, casi inescapablemente, al modelo socioeconómico (y psicosocial) que enaltece los valores del consumo —y por añadidura de la enajenación, al intercambiar la individuación por el deseo aspiracional—, el caso de Camila —figura mediática y también in-mediata generatrix de la movilización callejera— por un momento parece hackear este paradigma para usarlo a su favor, como en un movimiento de judo (el objetivo de este arte marcial es “derribar al oponente usando la fuerza del mismo”) y exponenciar la fuerza de las voces silenciadas —por amenazantes al sistema pero también por ser inefectivas para la propagación de un mensaje dentro de la estructura particular de estos difusores de realidades programadas. Quizás sea un poco el furor del sueño que despierta (simbólicamente enarbolado por la mujer), pero Camila parece ser una celebridad que, excepcionalmente, se merece su notoriedad —más allá de su belleza, que galvaniza— ya que promueve una serie de valores que estimulan los principios básicos del humanismo, la libertad y la conciencia, y su misma imagen iterada se rebela frente a la cultura de las celebridades como un seductor virus que inyecta, en Helena, un Caballo de Troya.

“Desde los días del Subcomandante Marcos de los Zapatistas no ha habido un líder rebelde que haya fascinado tanto a América Latina. Esta vez no hay pasamontañas, no hay pipa ni pistola, solo un anillo de plata en la nariz”, dice el diario británico The Guardian sobre Camila. Pero más allá de la estética de la rebeldía y su profundo encantamiento, lo que sostiene y propulsa a la figura de Camila Vallejo es la fuerza de su movimiento (que genera marchas multitudinarias de una magnitud que no se había visto por décadas en Chile) y la claridad de su discurso. La directiz de la protesta estudiantil pacífica es la exigencia básica de eliminar la concepción usurera de la educación que, en la práctica, permea Chile, país donde los estudiantes muchas veces tienen que endeudarse para completar una educación que luego difícilmente les significará oportunidades de trabajo para poder pagar dichas deudas —en una versión moderna y sofisticada de esclavitud. Esta petición de educación superior gratuita va más allá de la mera retórica política y representa una amenaza para el sistema hegemónico porque significa en el fondo un empoderamiento de la juventud alejada de la élite a la que históricamente han mermado no solo económica sino también intelectualmente. Una juventud que de alzarse no tendrá contemplaciones en dar al traste el viejo sistema —y a sus sacerdotes— de manera radical. La misma Camila de algunas claves:

“Siempre es la juventud la que se mueve primero… no tenemos compromisos familiares, esto nos permite ser más libres. Tomamos el primer paso, pero ya no estamos solos, las viejas generaciones se han unido a la lucha”.

Más allá de la “utopía” de la educación gratuita:

“Nosotros creemos que es posible, a través de una reforma tributaria, de la recaudación de impuestos, especialmente a las grandes empresas, sobre todo a las mineras, que un 70% son privadas y que obtienen grandes ganancias de su operación en el país. Un solo dato: con las utilidades declaradas de una sola empresa minera, La Escondida, se podría financiar toda la educación del país: matrículas, profesores, investigación, etc.”.

En Chile, el 60% del país vive con menos de 165,000 pesos mensuales per cápita (cerca de 180 euros) y prácticamente el 80% de la población vive endeudada. Camila aclara que desde la dictadura militar de Augusto Pinochet (1973-1990) “el Estado trasladó al mercado la responsabilidad de educar” a los jóvenes chilenos, implentando un régimen de capitalismo educativo, o un esquema que hace negocio de la formación del pueblo chileno.

“En Chile se instauró el modelo neoliberal en la educación y el Estado redujo sus aportes. Hoy el costo de la educación superior descansa en las familias, que tienen que endeudarse para educar a sus hijos. Lo que buscamos es recuperar la educación pública”, indicó.

La lucha de Camila y de millones de chilenos es fundamentada por Noam Chomsky, quien recalca en que la privatización de la universidad pública «significa la privatización para los ricos [y] un nivel más bajo de formación más bien técnica para el resto».

Por otro lado, Camila, musa querida indudablemente por los medios alternativos (posible bandera de un Chile que toma conciencia de lo que hizo la CIA en su valiente país) e inevitablemente difundida por los medios mainstream ante su magnética personalidad, no suaviza ni compromete su discurso para ganar tiempo aire:

“Los periódicos pertenecen en un 98% a dos grandes conglomerados que prácticamente poseen una misma línea editorial, muy ligada a los sectores conservadores, por lo que son un gran obstáculo para buscar el apoyo ciudadano. Los diarios suelen desinformar al descontextualizar las declaraciones de los estudiantes, tergiversar nuestras demandas o simplemente evadir hechos sociales importantes. Los canales de televisión abierta tampoco son muy distintos. Suelen dar mensajes tendenciosos y parcelados, sin cumplir con su labor de informar objetivamente ni de ser pluralistas. De hecho, en muchas ocasiones, cuando los noticieros hablan sobre educación o del movimiento estudiantil, muestran imágenes de encapuchados o de destrozos, promoviendo una imagen errónea de nuestro movimiento”.

Actualmente Camila supera al presidente Sebastián Piñera con un 68 por ciento de aprobación, a diferencia del 40% (algunas encuestas lo dan más bajo) que tiene el mandatario amigo de David Rockefeller. Tal vez por eso funcionarios del gobierno de Piñera han llamado, a través de Twitter, ”a matar la perra para que se acabe la leva” (haciendo eco de la sentencia de muerte que recibió Allende). También se han ventilado en Internet sus datos personales, para fomentar un asfixiante acoso. Pero por otro lado, y doblemente esperanzador ante la lamentable situación de la izquierda en muchos países del continente, Camila —y no hay que olvidar a sus compañeros como Giorgo Jackson de la Católica— parece estar agrupando e inspirando a los líderes de la izquierda en la zona. Los diarios cubanos comunistas se desviven elogiando a la líder estudiantil (Granma, la llama “una luz en el camino”); el vicepresidente de Bolivia ha dicho (en un sentir que compartimos): “Todos estamos enamorados de ella”; e incluso ha sido mimada por el grupo de alta conciencia social Calle 13.

Pero nada de esto, en apariencia, parece desubicar a esta templada joven comunista que a los 14 años ya había leído al anarquista Mikhail Bakunin y que confiesa que su película favorita es El Club de la Pelea (el mismo film que inspira al interesantísimo movimiento hacktivista Project Mayhem 2012). Ante la crítica y en los momentos de euforia colectiva, Camila exhibe un sutil control de sí misma, un dominio y una mesura que sorprende e hipnotiza, una especie de reposo que le permite analizar y recanalizar situaciones desde un secreto atalaya interior —como si fuera la niña índigo de una nueva generación política capaz de amansar los ataques de los lobos y liberar los atavismos de la vieja guardia empotrada en la cima de la pirámide. Así se levanta brillante la aguerrida poética de la nueva revolución social.

“SOY LA DESTRUCTORA DE MUNDOS”.

El usuario rnunezb hace decir a Camila Vallejo, en un video de YouTube, “Soy la destructora de mundos”. Esto es especialmente simbólico, ya que parafrasea y feminiza una frase ligada a Shiva, el dios hinduista de la destrucción (que en su reverso revela la creación). Shiva simboliza la potencia masculina, el kundalini desde el culto fálico, pero también la necesidad de destruir para poder manifestar una transformación verdadera. Aunque quizás sea un exceso hiperbólico asociar estos conceptos con Camila Vallejo, estimulados por “la estética de la rebeldía” y lo que llamamos la “posesión arquetípica”, vislumbrando con voluntad —también onírica— una nueva época de liberación y de despertar, en la cual la mujer posiblemente asuma un rol protagónico —al menos con el mismo poder de guíar y servir de ejemplo para el colectivo que el que ha detentado en los últimos siglos —para detrimento del ecosistema— el hombre.

El escritor Antonio Velasco Piña, autor de Regina, uno de los libros más emblemáticos del movimiento estudiantil del 68 en México, sugirió de manera criptomística, junto a su maestro Ayocuán, que “la mujer dormida debe de dar a luz”: heraldo blanco de un cambio de conciencia en el planeta. Tal vez el nuevo papel de la mujer no solo es dar a luz, también es destruir el viejo mundo para que pueda nacer el nuevo. Sin recurrir a mesianismos y demás síntomas de una conciencia pueril no individuada, la figura de Camila podría ser simplemente simbólica e inspiradora para las mujeres en el mundo y también para los hombres, estimulando la necesidad de elevar la conciencia a un nuevo entendimiento de género.

“Elegí Geografia después de leer la malla curricular (plan de estudios). Vinculaba dos áreas, físicas y humanas, que me parecían interesantes. El territorio es un libro abierto a través del cual se puede hacer una lectura de los acontecimientos”, explica Camila, egresada de Geografía, la ciencia humana de la Tierra. Para aquellos de nosotros que gustamos de los símbolos y de los vuelos sintéticos de la imaginación quizás no sea menor que esta joven muse politik haya elegido estudiar esta disciplina que la conecta en cierta forma con la Madre Tierra. Según la milenaria tradición esotérica de distintas culturas, la mujer es esencialmente la encarnación (o la transpersonalización) de la Madre Tierra (Gaia, Pachamama, María, Isis; y Kali-Coatlicue, en su acepción destructora). Uno de los paradigmas que a todas luces deben de modificarse para la evolución de nuestra especie es nuestra relación con el planeta y la naturaleza —una entidad que para las culturas indígenas está viva y está siendo herida por nuestro sistema económico capitalista y nuestra visión atomista. Camila, la joven comunista (anti-consumista) en este sentido es representante natural de este profundo pleito ecológico que es sobre todo un dilema de conciencia, posiblemente de tener conciencia de que la Tierra está viva y de que somos parte de ella. Así, un líder de un movimiento colectivo que busca aumentar la conciencia colectiva a través de la educación, pero también de tomar cuenta del poder de la unión del pueblo, sirve como vocero de la Tierra, al igual que de las voces oprimidas de su país.

Cuestionada en repetidas ocasiones por los efectos que tiene su belleza física en el interés que ha generado el movimiento estudiantil chileno, Camila ha dicho que, más allá de desear que esto no desvirtúe el mensaje de fondo y baje el nivel de discusión, ella no desdeña la utilización de este mecanismo, bajo las condiciones que rigen la realidad consensual, para el beneficio de su lucha. Y es que más allá de la lucha por la iguladad de género, yace la importancia de la diferencia, de que cada quien pueda manifestarse en su totalidad como individuo —es decir, no tendría porque no ser ella misma en toda su extensión con todo lo que esto implica.

Otra vertiente interesante del caso de Camila entronca con lo que es originalmente, en su sentido más amplio, la belleza, la cual trasciende el cuerpo pero tampoco lo desdeña. Platón encontró una relación prístina de identidad entre belleza, bondad y verdad, arquetipos celestes que debían reflejarse en este mundo como portales para alcanzar las más altas virtudes. El poeta John Keats, como continuación platónica dijo: “Truth is beauty; beauty is truth”. La belleza que puede intercambiarse con la verdad es aquella que emana de la profundidad del ser y toca las fibras profundas —ideas— sobre las que se construye el mundo: la estética necesariamente involucra una ética y la seducción cierta inteligencia.

La belleza de Camila es integral, no puede dividirse (es su elocuencia, su cara y su cuerpo, su inteligencia, su valentía y lo que se transparenta de su espíritu) y en este sentido nos enseña, de manera holística, que el ser humano debe considerarse como un todo, alejándonos del atomismo. Nos enseña también a percibir a las personas integralmente. En cierta forma nos avasalla motivándonos, ya que al escucharla y verla sabemos que el burdo deseo se aniquila —sabemos que todos aquellos que objetifican su cuerpo (y el de todas la mujeres) y que surfean buscando sus “fotos sexies” en la red o que no esuchan lo que dice y solo se huelgan lascivamente en su superficie imaginal, no podrán tener un intercambio real con una persona verdaderamente bella, la radical otredad que nos lleva al descubrimiento del propio ser y de la cual, en este caso mediatizado, Camila es un símbolo.

Como un nuevo arquetipo embebido en la mente colectiva, Camila Vallejo es un ejemplo para hombres y mujeres. Para los hombres es un ejemplo de percepción de una nueva mujer, de la necesidad de ser capaz de apreciar la belleza física, incluso celebrarla, pero no quedarse ahí, de explorar la mente y el espíritu de la mujer, de escuchar y no solo ver, de entender y no poseer, de proveer seguridad pero para estimular la libertad; para la mujer es un claro ejemplo de desarrollo, de proactividad, sin perder su esencia —igualdad que exalta también la diferencia, la feminidad en su florecimiento. Es un ejemplo especialmente valioso para las mujeres que aún viven en el paradigma detectado en el poema de W.B. Yeats, “Adams Curse”:

“To be born woman is to know—
Although they do not talk of it at school—
That we must labour to be beautiful”.

["Nacer mujer es saber

—aunque no se dice en la escuela—

que debemos laborar para ser bellas"].

Esto es, una nueva forma de responder a la presión (y al beneficio) social de ser el “sexo bello”, mostrando que una mujer no tiene que sacrificar su belleza, sino todo lo contrario, si se afirma a sí misma y deja las frivolidades de una coquetería artificial, de una seducción basada en accesorios; belleza más allá del oropel, más allá del miedo y la debilidad. Mostar a las adolescentes —muchas de las cuales idolatran a la nueva Britney Spears, quien sea que sea en este momento (pronta seguramente a caer en la decadencia), y siguen a celebridades como modelos que en realidad representan versiones adaptadas del viejo arquetipo de la princesa cuya realización no está dada en ella misma, sino en el príncipe azul al cual debe de ser capaz de conquistar con cualquier artimaña, incluyendo la ilusión de la virginidad— que la belleza femenina crece con el desarrollo personal, con la inteligencia, el valor y, sobre todo, con el nivel de conciencia que se logre, mucho más que visitiendo la última prenda de diseñador o utilizando cosméticos y aprendiendo patrones de comportamiento programados por la sociedad para crear relaciones de poder, mismos que generalmente nos separan de la comunión erótica que es el principio de género en su danza.

En suma, si la sociedad en la que vivimos está dominada por la imagen y por el carácter aspiracional, el ejemplo de Camila es capaz de jugar con estos paradigmas que llevan a la enajenación y hackearlos, de hacerlos inspiracionales, para que lleven a la individuación, de exaltar los valores de la rebedía hacia el sistema dominante y afirmar la diversidad del ser. Quizás reactivar la energía poética que tienen la rebeldía y la revolución en su origen: la política (cósmica) como eje que nos propulse al siguiente estadio en nuestra evolución: del animal político hacia el humano alumbrado que despierta al planeta.

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