En la no muy lejana presidencia de Carlos Salinas de Gortari, el entonces Presidente dispuso de una bolsa de casi mil millones de dólares sobre la que no tuvo que rendir cuentas a nadie.
Edna Jaime
Una primer respuesta a esta pregunta es evidente:
La Presidencia mexicana de hoy gasta de manera mucho más transparente que las del pasado.
La administración de Vicente Fox que ha sido vilipendiada por todos sus desaciertos, debe ser reconocida por su intención de imprimir innovación en la administración pública del país.
Qué tanto logró su propósito es debatible, pero lo cierto es que en su administración se abrieron algunas cortinas para que ciudadanos miráramos los entretelones del gasto gubernamental. Y él mismo fue una de las primeras víctimas de su propio atrevimiento. A causa de una iniciativa suya para transparentar las compras gubernamentales, los mexicanos conocimos del excesivo costo de las toallas con las que se vistió la casa presidencial.
Más allá de esta anécdota concreta, se debe reconocer que se han ido cerrando algunas llaves al ejercicio discrecional de los recursos públicos. En la no muy lejana presidencia de Carlos Salinas de Gortari, el entonces Presidente dispuso de una bolsa de casi mil millones de dólares sobre la que no tuvo que rendir cuentas a nadie.
Se le llamaba partida secreta y estaba diseñada justamente para eso: un ejercicio a modo de los dineros de todos. Esa plataforma de recursos dotó a aquella presidencia de un empuje brutal, sólo recordar que buena parte de este dinero se gastó a través del Programa Solidaridad: un proyecto político del entonces Presidente.
Hoy la partida secreta no recibe un solo peso y a pesar del simbolismo que representa su virtual desaparición, los mexicanos no palpamos cambios sensibles en la manera en que se gasta en el país.
La percepción de corrupción entre los mexicanos se incrementa y estas percepciones se exacerban cuando no hay médicos suficientes en las clínicas, o las medicinas prescritas a un enfermo están agotadas en los anaqueles de nuestro sistema de salud.
En cambio, conocemos de gastos suntuosos por parte de funcionarios públicos y excesos que no pueden estar permitidos en un país con tantas carencias como el nuestro.
En días pasados el CIDE presentó un estudio elaborado por México Evalúa sobre el gasto en la Oficina de la Presidencia. El estudio hace un análisis de la Presidencia mexicana en el tiempo, y también toma referentes internacionales para contar con parámetros que nos permitan ubicarla mejor.
Los hallazgos son reveladores del México que vivimos.
Por un lado, las diferencias con el pasado son monumentales. La desaparición de la partida secreta del Presidente marca un antes y un después en la manera de operar del Jefe del Ejecutivo y de su equipo de apoyo.
Pero también hay que decir que la Oficina de la Presidencia actualmente parece dispendiosa si se le compara con sus pares en otras naciones. Al día de hoy en la Presidencia mexicana laboran casi mil 600 personas. En la Casa Blanca el número alcanza los mil 900. Esto es, 300 elementos marcan la diferencia entre una oficina potente, poderosa, con alcances más profundos que la nuestra, que tiene atribuciones y funciones que a veces resulta difícil decantar.
La Secretaría de Gobernación, por ejemplo, lleva la relación con el Legislativo, con organizaciones sociales y otros actores políticos. Y otros ministerios hacen lo propio en sus áreas de atribución. Queda por tanto difuso el rol de la Oficina de la Presidencia y sus alcances.
Vicente Fox quiso darle una importancia particular a su staff. Concibió en la Presidencia un gabinete paralelo que, supuso, le ayudaría a amarrar sus prioridades de gobierno. Este proyecto de una Presidencia majestuosa se desdibujó al poco tiempo y la Oficina quedó en una dimensión más bien limitada en sus alcances, aunque no así en su tamaño y costo.
En términos de estas dos variables, la Presidencia mexicana está por arriba de sus pares en países como Francia, España, Brasil y Chile por mencionar sólo algunos casos con los que se hizo el ejercicio comparativo.
La Oficina del Presidente en nuestros días no suele reconocer de límites presupuestales. Esto es otro dato llamativo. De la Oficina de la que debieran emanar mensajes de austeridad y responsabilidad en el manejo de recursos para el resto de la administración, salen más bien ejemplos de prácticas licenciosas.
En esta administración, por ejemplo, se ha concluido cada ejercicio fiscal con sobregiros. El promedio es de casi 30% anual. Me preguntó ¿cuántos mexicanos pueden darse el lujo de gastar tanto más de lo que tienen presupuestado para un periodo determinado? Muy pocos, porque el crecimiento del ingreso per cápita, el empleo y las oportunidades están estancados desde hace años.
La Presidencia mexicana nos deja ver sus cuentas y esto es un buen principio. Necesitamos ahora que los recursos de todos se gasten con más responsabilidad. El costo de oportunidad del dispendio implica menos oportunidades para quienes las están esperando. A la transparencia hay que añadir austeridad y eficiencia al gastar.
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