Lo que le ocurre a las tribus del PRD es: no se divorcian porque hay mucho en juego además de que nunca han podido vivir sin pelearse
Leo ZuckermannSeguramente usted, como yo, ha conocido matrimonios que se odian, que se pelean todo el santo día, pero que no se divorcian. Todos saben que la mejor solución sería la disolución matrimonial. Sin embargo, ellos, por alguna razón, siguen “juntos” perjudicando a la pareja y a sus hijos. Y uno siempre se pregunta: ¿por qué demonios no se divorcian?
Algunas veces tiene que ver con intereses. Suele haber herencias, propiedades y dinero en juego que los mantiene “unidos”. Otras veces tiene que ver con una dependencia neurótica. Están acostumbrados a una relación de constante enfrentamiento: no pueden vivir sin pelea. Es, me parece, lo que le ocurre al PRD: no se divorcian porque hay mucho en juego (la franquicia partidista y el dinero que reciben de los contribuyentes) además de que nunca han podido vivir sin pelearse.
Cuando se formó el PRD en 1989, se matrimoniaron una serie de grupos izquierdistas muy distintos y siempre con ganas de pelear. Hacia afuera, contra el PRI y la derecha, pero también hacia adentro. En el camino han logrado conquistas importantes. Pero siempre peleándose entre ellos. Nunca han podido procesar pacíficamente una elección interna. Siempre que salen a las urnas, acaban en conflicto. Los distintos grupos se hacen fraude los unos a los otros. Vienen las protestas y reclamos. Las acusaciones son gravísimas. Este domingo vimos otro episodio de este tipo. El PRD tuvo que suspender la elección de sus consejeros en cinco estados. En el DF, las dos principales tribus, Nueva Izquierda e Izquierda Democrática Nacional, protagonizaron un patético espectáculo que denota su falta de compromiso con los principios democráticos más básicos.
Y cada vez que esto ocurre, uno se pregunta: ¿por qué no se divorcian? ¿Por qué no agarra cada quien sus pertenencias y toma su propio camino tratando de convencer al electorado de que son la mejor opción izquierdista?
Sería lo más digno y saludable para la izquierda del país. Así sucedió en España. Después de la transición a la democracia, la izquierda se dividió en dos partidos. Por un lado quedó la corriente más centrista en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) bajo el liderazgo de Felipe González. Por el otro, se unieron siete partidos de las corrientes más radicales, identificadas con el comunismo, que estaban en contra de la entrada de España a la OTAN, en torno a Izquierda Unida (IU), liderados por Julio Anguita. Durante muchos años convivieron estas dos opciones de izquierda, cada una por su lado, aunque IU eventualmente fue desapareciendo en la medida en que el centrismo socialdemócrata del PSOE se convirtió en la opción más popular para el electorado.
Hace poco comenté este asunto con un miembro destacado del PRD. Le pregunté por qué no se divorciaban el grupo más centrista del partido del grupo más radical. Me dijo que, aunque sería lo más saludable, el problema es que, a diferencia de España, el líder más popular de la izquierda no estaba en la opción centrista sino en el ala radical. Se refería, desde luego, a López Obrador. Y el problema es que el grupo centrista no había desarrollado un liderazgo que pudiera competir contra AMLO, del tamaño que en su momento tuvo Felipe González en España. Marcelo Ebrard, por ejemplo, no había alcanzado ese estatus. Luego entonces, el divorcio se dificultaba mucho para los centristas.
No obstante, yo pienso que es lo más conveniente para las dos grandes corrientes del PRD (la centrista y la radical): que se divorcien ya. Porque “juntos” sólo están perjudicándose a ellos mismos y a las generaciones futuras de la izquierda. Al pelearse así, ofrecen un espectáculo lamentable que asusta al electorado independiente: a los votantes que, con razón, consideran que no se merecen gobernar al país mientras sigan riñendo entre ellos todo el santo día. Es una pésima imagen: la de rijosos que tanto daño le ha hecho a la izquierda mexicana.
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