16 octubre, 2011

El marxismo guadalupano del PRD

Ese partido no sólo copió del PRI su lenguaje “revolucionario” sino que adoptó sus formas.

René Avilés Fabila

Tengo la impresión de que los problemas del PRD, y en consecuencia de “las izquierdas” no acaban todavía. Al contrario, aumentarán de intensidad. Marcelo apela a otra institución legitimada por el antiguo PRI: el parricidio. Para consolidar su poder, el mandatario destruye a quien lo hizo. Los ejemplos son múltiples. El único Presidente que no demolió al anterior fue Carlos Salinas por una sencilla razón que en su momento dio Porfirio Muñoz Ledo: gobernaba por lo menos desde dos años antes de ocupar Los Pinos. Fue una reelección, afirmó irónico el ahora seguidor de López Obrador.

El PRD es una calca del PRI en sus mejores momentos, no sólo copió su lenguaje “revolucionario” sino que adoptó sus formas, entre otras, el parricidio. López Obrador fue el primero en utilizarlo. Luego de recibir parte del poder de Cárdenas, incluso de torcer, una vez más, la ley, le sacó los ojos a su inventor, confinándolo al cargo honorario de “líder moral del PRD”. Hoy recibe gradualmente la misma medicina que él le propinó a Cárdenas. Marcelo Ebrard asume sus propias ambiciones y las desata en acciones contra AMLO, quien como pudo lo sostuvo ante el embate de Fox y al fin lo hizo transitar de delfín a jefe de Gobierno capitalino.

Ebrard manejó con habilidad los tiempos. Al principio le mostró a Obrador una lealtad lacayuna, lo siguió en la ridícula aventura de nombrarse presidente legítimo a sí mismo. Por años, el gobernante capitalino no reconoció al espurio Calderón. No lo saludaba ni siquiera cuando por razones de protocolo se encontraban. Las cosas son ya distintas: Ebrard tiene que alejarse de la violencia verbal de AMLO. Mientras que en España éste destruye reputaciones y muestra sus debilidades teóricas en el campo de la política, Marcelo se saluda efusivamente con sus antiguos enemigos. No más guerra contra el ilegítimo, es el Presidente de México y hay que brindarle el apoyo necesario.

Pero AMLO no está sólo, supo poner distancia, merced a un hábil pragmatismo, con el PRD, conservó a sus más leales seguidores como Bejarano y Padierna, y se distanció del núcleo partidista para crear su propia fuerza. Pese a lo que digan las encuestas, pienso que en una consulta abierta, el dirigente tabasqueño ganaría con relativa facilidad. Ebrard tiene una parte del aparato, no la totalidad. La prueba está en las rudas palabras de Carlos Sotelo, vicecoordinador de los perredistas en el Senado: “Tiene un cachondeo con Felipe Calderón”. Al grueso adjetivo, añadió que el mejor alcalde del mundo sólo cuenta con el apoyo de la derecha del PRD: Alternativa Democrática Nacional, Nueva Izquierda y Foro Nuevo Sol, a quienes señaló como “el PRI dentro del PRD”. Por más que Ebrard haya tratado de modificar su imagen neoliberal y tolerante con el clero, formado al lado de Salinas, no convence a cualquier persona sensata de ser un rabioso izquierdista. Ni siquiera es posible imaginarlo arengando a la multitud de trabajadores, obreros y campesinos, en pos de sus reivindicaciones más elementales. Su nueva postura ideológica es apariencia pura, oportunismo, que a nadie convence. Su encuentro con Calderón y el cardenal Rivera es en efecto una clara imagen del verdadero Marcelo. Otra prueba de su antigua filiación autoritaria y conservadora, la vemos en el empeño de poner a un muerto viviente como Mario Delgado, incapaz de decir algo inteligente, como su posible sucesor en el DF.

Esta escaramuza no es más que el principio de una severa lucha que se hará más dramática en la medida en que se acerque la decisión de “las izquierdas” en cuanto a su candidato presidencial. Las tribus pelearán entre sí su parte en el botín, mientras Marcelo logra o no derrotar a su protector de antaño. El problema es que el botín es ni más ni menos que la capital de México. Quizá con dificultades mantenga el DF, pero no ganará el país.

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