La historia en breve
Ciro Gómez Leyva
Los alumnos de tercero de secundaria de la escuela donde estudia mi hijo estaban listos para el campamento de otoño. Sería en Jalcomulco, Veracruz, en la zona de Xalapa y Coatepec, del 24 al 27 de octubre. Pero el viaje comenzó a tambalearse cuando los padres de una tercera parte de los sesenta y tantos alumnos informaron que sus hijos no irían porque “Veracruz estaba muy peligroso”.
De poco sirvieron los argumentos de quienes pensábamos que Jalcomulco era un lugar seguro y que, por varias razones, había que mandar a esos jóvenes de 14 y 15 años. El campamento se canceló el lunes.
Ganó el miedo y es comprensible. Aunque la matazón esté teniendo lugar en el puerto, Veracruz es el nuevo sinónimo del horror. Cuatro cadáveres ayer, siete el domingo, 36 el jueves, 35 el 20 de septiembre y sólo Dios sabe cuántos mañana, o en el lapso en que tendría lugar el campamento. Visto así, ganó la sensatez.
¿Quién se hace cargo del ingreso que no llegará a Jalcomulco? ¿Cuántos casos así estarán ocurriendo en Veracruz? ¿Cuánto durará la pesadilla?
Hay una versión extendida de que en diciembre las cosas serán muy distintas. Aterra. Hace creer que la carnicería no tiene que ver con una “guerra entre bandas”, sino con una acción sistemática para exterminar a los “hijos de puta”, a los que no merecen vivir.
Pasan las semanas, los cadáveres se amontonan, Veracruz se desploma y nada se aclara, no se sabe quién está matando a quién. Lo único cierto es que, nunca como hoy, los veracruzanos habían lucido tan vulnerables y sujetos a los azares de una violencia que ni siquiera saben si es gratuita o planificada.
Qué tristeza por Jalcomulco.
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