Manuel Llamas
¿Se ha salvado el euro? No, ni mucho menos, los problemas estructurales que han originado la actual crisis de deuda en la Unión Monetaria siguen presentes y, por lo tanto, no hay ningún motivo objetivo que fundamente una hipotética mejoría de la situación. Los países más débiles siguen inmersos en la recesión económica y la zona euro en su conjunto muestra ya claros síntomas de estancamiento. Además, los famosos planes de austeridad y programas de reformas son poco ambiciosos, tardíos y, en algunos casos –como el de España o Grecia–, apenas se han quedado en meras promesas. Como resultado, la deuda sigue creciendo a niveles insostenibles.
El plan integral contra la crisis acordado la pasada semana en la denominada Cumbre del Euro no trata, ni de lejos, ninguno de estos problemas clave. De hecho, tan sólo se centra en paliar los efectos, que no las causas, de la crisis, y por si fuera poco empleando un enfoque erróneo e irreal. Así, el refuerzo del Fondo de rescate europeo (EFSF, por sus siglas en inglés) con el objetivo de aislar a España e Italia, dotado con apenas 250.000 millones de euros, se basa en cubrir hasta el 20% de las pérdidas que ocasionen a los inversores la compra de nuevas emisiones de deuda pública. La ausencia de detalles sobre su implementación y la previsible complejidad que conllevará su articulación no garantiza, por el momento, un mayor interés por parte del mercado.
Más bien al revés, la desconfianza crece: el EFSF tenía previsto emitir 5.000 millones de euros en bonos a 15 años para financiar parte del rescate de Irlanda, pero la escasa demanda ha provocado que, finalmente, la oferta se reduzca a 3.000 millones (40% menos) y su vencimiento a 10 años (33% menos); se prevé que su rentabilidad escale hasta el 3,3%, casi 130 puntos básicos sobre el bono alemán a 10 años, muy superior al 2,6% de mediados de septiembre –el diferencial con respecto a la deuda germana casi se ha duplicado desde entonces–.
La incertidumbre es lógica si se observa quién garantiza realmente el EFSF: Alemania (29%), Francia (21,8%), Italia (19,2%), España (12,8%), Holanda (6,1%) y Bélgica (3,7%). La paradoja es evidente, ya que algunos de sus principales garantes son, hoy, por hoy, firmes candidatos a precisar ayuda del propio Fondo. De ahí, precisamente, que la segunda opción barajada por los líderes europeos sea solicitar financiación a otros países, tales como China y otras economías emergentes. Y ello, a través de la creación de un vehículo especial de inversión. Dejando a un lado los aspectos técnicos, la idea que subyace de fondo no es otra que crear una especie de CDO gigante (un producto de la crisis subprime) para colocar la deuda basura de la eurozona a otros inversores.
¿Picarán China o Brasil? Difícil, a no ser que Bruselas les garantice que, llegado el caso, siempre podrán contar con la ayuda de un comprador de última instancia –estamos hablando, cómo no, del Banco Central Europeo–. Curiosamente, Draghi, el nuevo presidente del BCE, ya ha anunciado que está dispuesto a seguir comprando de forma masiva bonos periféricos. Por si acaso, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ya está preparando su artillería financiera para acudir al rescate de la zona euro dadas las reticencias existentes por parte de algunos de sus grandes miembros a arriesgarse en solitario.
Visto lo visto, las dudas sobre el Fondo de rescate no son pocas. Y la incertidumbre aumenta tras descubrir que la condonación del 50% de la deuda pública de Grecia apenas se reduce a un 28% en la práctica, con lo que Atenas seguirá registrando un nivel de endeudamiento del 120% del PIB hasta 2020 y del 100% en 2030, a todas luces insostenible. A ello se suma el hecho de que, una vez más, las autoridades europeas están tratando de engañar a los mercados mediante unos stress test (pruebas de resistencia) totalmente artificiales: los poco más de 100.000 millones de euros de capital extra que precisa la gran banca europea para garantizar su solvencia no son más que otra farsa contable de imposible digestión, ya que las estimaciones más realistas se mueven en una horquilla de entre 250.000 y 350.000 millones de euros.
Por último, puesto que la Cumbre tan sólo ha acordado vaguedades, cabe destacar el firme compromiso de avanzar hacia una auténtica Unión Económica, un "Gobierno europeo" basado en la armonización fiscal y presupuestaria, la coordinación de políticas económicas y, en última instancia, la emisión de una deuda común (eurobonos) en el futuro no muy lejano. Es decir, una reformulación de la zona euro para evitar crisis como la actual. ¿Problema? La crisis de deuda pública se habría evitado si los países miembros hubieran cumplido a rajatabla unas reglas básicas de funcionamiento que se creían, ingenuamente, inviolables: déficit máximo del 3% del PIB y deuda máxima del 60%. Por desgracia, un nuevo error: la eurozona no necesita "más Europa", entendida ésta como más burocracia e intervencionismo, sino más austeridad pública y mayor liberalización económica para ganar competitividad y generar riqueza.
En definitiva, ninguno de los puntos alcanzados en la Cumbre ataca el problema de raíz, y las medidas anunciadas tan sólo sirven para comprar, nuevamente, tiempo, algo más de tiempo...
Manuel Llamas es jefe de Economía de Libertad Digital y miembro del Instituto Juan de Mariana.
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