Francisco Cabrillo
Cuando estalló la última crisis financiera, muchas miradas se volvieron hacia Alan Greenspan quien, entre 1987 y 2006, fue Presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos. No cabe duda de que Greenspan dirigió el banco central norteamericano con éxito durante mucho tiempo; y contribuyó a salvar situaciones difíciles, la principal de la cuales fue la que se produjo tras el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York el día 11 de septiembre de 2011. Su habilidad para navegar en aguas difíciles hizo que llegara a ser conocido como el "maestro" (así, en español); y al estallar la actual crisis hubo quién se preguntó: ¿nos hubiesen ido mejor las cosas si, en 2007-2008, Greenspan hubiera seguido al frente de la Reserva Federal? Pero otros pensaron, más bien; ¿no es este hombre uno de los principales responsables del desastre que ha sufrido el mercado financiero?
Aunque Greenspan es, sin duda, un liberal, su forma de gestionar la política monetaria norteamericana estuvo más próxima a las ideas de Keynes que a las de, por ejemplo, Milton Friedman. Y lo estuvo en el sentido de que aplicó una política discrecional en función de la coyuntura de cada momento, en la confianza de que un gestor inteligente – es decir, él mismo– podría obtener los mejores resultados del manejo de las variables monetarias sin reglas previamente establecidas. Con esta estrategia algunas crisis se evitaron, ciertamente. Pero el resultado final fue, como se ha dicho muchas veces, una política demasiado expansiva durante demasiado tiempo, que creó fuertes distorsiones en los mercados financieros que terminaron como todo el mundo sabe.
Gustaba a nuestro personaje envolver su política en un lenguaje que, a menudo, era poco inteligible. ¿Qué habrá querido decir Greenspan? Era la pregunta que se hacía mucha gente tras no pocas de sus intervenciones públicas sobre la situación de la economía norteamericana y la estrategia de la Reserva Federal. En ciertas ocasiones buscaba, seguramente, esta oscuridad a propósito. Pero parece que en ella había algo más, ya que el brillante economista tampoco era muy claro en otras circunstancias. Y es conocida la anécdota de que tuvo que declararse tres veces a la que hoy es su mujer, no porque ésta lo rechazara al principio, sino, simplemente, porque, en las dos primeras ocasiones la futura señora Greenspan no entendió lo que le decía.
Pero, antes de ocupar el cargo por el que se haría famoso, Greenspan tuvo una vida tan interesante como compleja. Nacido en Nueva York en 1926, estudió economía en las universidades de Nueva York y Columbia; actividad que compaginó durante algún tiempo con la de tocar el saxofón en una orquesta en un club de Times Square. Con tanto éxito, por cierto, que llegó a pensar seriamente, en hacerse músico profesional. Por aquellos años formó parte, además, del grupo de jóvenes liberales constituido en torno a Ayn Rand, la novelista y ensayista ruso-norteamericana, autora de obras de tanto éxito como El manantial o La rebelión de Atlas. Por entonces Greenspan no era un hombre especialmente optimista. Y el apodo que recibió en aquel círculo fue nada más y nada menos que "el funerario".
Parece que, un día, Greenspan se puso a meditar seriamente sobre sí mismo. Y es bien sabido que tal cosa puede ser bastante complicada y tener efectos impredecibles. De hecho, el joven economista, filósofo y saxofonista llegó a la conclusión de que no sabía si existía o no. ¿Tenía acaso alguna prueba de que realmente estaba allí y no era, por ejemplo, una creación de las mentes de otros?
Serias preguntas, sin duda, que no tenían para él una respuesta fácil. Pero, al fin, no sabemos muy bien cómo ni por qué, decidió que Alan Greenspan era un ser real. "¡El funerario existe!" le dijo un día a Ayn Rand Nathaniel Branden, que compartía en aquellos años los papeles de secretario y amante de la ilustre escritora.
Solucionada, pues, la ardua cuestión, el tema quedó olvidado durante mucho tiempo. Pero la última crisis económica volvió a poner el asunto de actualidad; esta vez con algunos matices particulares. Y algún mal pensado comentó: caramba, si Greenspan hubiera decidido que no existía, no habría llegado a presidir la Reserva Federal; y, a lo mejor, nos habíamos ahorrado la crisis. ¿Por qué diablos, no llegó a la conclusión contraria?
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