Por David O. Sacks y Peter A. Thiel
El Instituto Independiente
Hoy es el Día de Colón—o el anti-Colón “Día del Indígena”, si es que usted reside en un campo universitario. ¿Qué mejor oportunidad para que recordemos que, demasiado a menudo, “multiculturalismo” significa en verdad antipatía por occidente? Considérese el nuevo programa de estudios obligatorio de Stanford, un modelo para las universidades de todo el país:
En la asignatura “Culturas, Ideas, y Valores” (CVI según sus siglas en inglés), la nueva exigencia que reemplazó al curso de Cultura Occidental, los estudiantes comparan al Bill of Rights estadounidense con la Carta de Derechos de los Compradores de Automóviles redactada por Lee Iacocca. Platón y Aristóteles continúan siendo leídos, pero fundamentalmente con el objeto de contrastar su “logocentrismo” con el enfoque más holístico del Jefe Seattle*. Los estudiantes leen no sólo “The Tempest” de Shakespeare sino también “A Tempest”, obra escrita en los años 60 por el radical Aime Cesaire, quien relata la historia desde una “perspectiva esclava”. Estos temas han sido combinados de un modo no histórico en un número burlesco de fin del trimestre, en el cual los estudiantes visten togas romanas y representan al imperialismo europeo en el Nuevo Mundo.
Inglés Introductorio, otro curso obligatorio, ha sido convertido en “multicultural” exigiéndosele a los estudiantes inscriptos completar pedidos de subsidios a sus profesores para sus agencias de servicios comunitarios favoritas. Las opciones incluyen proyectos de defensa de los sin techo, grupos de apoyo sobre el SIDA, y ligas de acción medio ambientales.
Mientras que no existe exigencia alguna de cursar Historia Estadounidense para poder graduarse, lo estudiantes deben hoy día asistir a clases en teoría de la raza y estudios feministas. En Estudios Feministas 1010, las tareas han incluido escribir (pero no necesariamente enviar) una carta a los padres “declarándose como lesbiana.” Y en “La Psicología del Genero,” la cual cumple uno de los nuevos requisitos, la cacería del sexismo lleva a los estudiantes a una pizzería local en la cual monitorearán “discrepancias del genero en el consumo de pizza.”
Aún clases más tradicionales y sólidas pueden no ser lo que parecen. “Las Religiones en los Estados Unidos”, una clase del ciclo lectivo 1993–94 que aportaba tres requerimientos para la graduación, examinaba al shamanismo, al Culto del Peyote y a la secta Kodiak, pero no a la Iglesia Católica. Antropología 1, una clase que también cumplía con tres requisitos, le dedicaba charlas al “imperialismo del lenguaje” y culpaba a la CNN por transmitir en inglés al mundo entero. E “Historia de los Derechos en los Estados Unidos” estaba tan ocupada ensalzando los movimientos de protesta de los años 60 que la clase nunca llegó a estudiar a la Declaración de la Independencia ni la Constitución.
El nuevo canon ofrece de todo excepto la única cosa educacionalmente justificable que prometía—el estudio serio de otras culturas. Sin percatarse de la ironía, Stanford ha eliminado sus departamentos de lenguas extranjeras y ha cerrado varios campos en el exterior en años recientes. Desde los años 60, casi todos los textos multiculturales fueron escritos en inglés y por occidentales. El autor de la versión tercermundista sobre la obra de Shakespeare para el curso CIV, Aime Cesaire, fue en verdad un intelectual occidental que se desempeñó como diputado en la Asamblea francesa y como alcalde de Fort-de-France, en Martinica (cargos por lo general no ocupados por desposeídos). Y su supuesta obra clásica no-occidental permanece obsesionada con occidente en un esfuerzo por exponer el racismo, el sexismo, el imperialismo, e incluso el pecado de la polución del medioambiente.
La obra “A Tempest” es, sin embargo, altamente ilustrativa de lo que en la actualidad pasa por ser la gran literatura. Los personajes de la obra derivan de los de Shakespeare (con el agregado de un “dios endemoniado negro”.) Pero Próspero, en vez de ser un hechicero apergaminado, es descrito como un megalo-maníaco (“Yo soy el poder”, desvaría). Y el esclavo Calibán pasó de ser un monstruo salvaje a transformarse en un héroe revolucionario cuyo lema es “Uhuru!”—un grito swahili que anuncia su ingreso en el escenario. También prefiere ser llamado “X”, recordándonos que su alegato es sobre las relaciones raciales estadounidenses, no sobre la cultura africana.
Repitiendo temas que serán oídos en las protestas por el Día de Colón en todo el país, la obra concluye con una enojada diatriba contra “aquellos individuos que fundaron las colonias y quienes ahora no pueden vivir en ninguna otra parte”. Calibán habla por Cesaire cuando dice que estos “adictos coloniales” se “regresen a Europa”—lo que no es una mala síntesis de en lo que se ha convertido el multiculturalismo.
Por supuesto, la mayoría de los estudiantes no toman todo esto seriamente. Algunos sospechan que occidente no resulta singularmente mortal, y se percatan de que los derechos individuales no eran celebrados por culturas que ataban los pies de las mujeres, vendían a su propia gente como esclavos, practicaban de manera rutinaria clitorisectomias, o imponían sistemas de castas rígidas. Sin embargo, a medida que las recicladas trivialidades anti-occidentales sustituyen a un estudio genuino de las culturas occidentales y no-occidentales, el multiculturalismo eficazmente está desperdiciando algunos de los mejores años de los más brillantes estudiantes de los Estados Unidos. Al respecto, el nuevo programa de estudios exige un precio excesivo de los liberales y conservadores, creyentes y herejes por igual.
El mayor peligro no radica en que los actuales estudiantes se vuelvan acólitos de la izquierda o del multiculturalismo—el movimiento es demasiado necio para eso—sino en que el rechazo de muchos estudiantes por el multiculturalismo se vuelva un rechazo por el propio aprendizaje. Hasta que a los estudiantes no se los alimente con algo más que el Día del Indígena, el equivalente intelectual a la comida chatarra, esta generación se sentirá acertadamente traicionada por sus mayores.
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