Es curioso y también preocupante el velo ideológico con el que las organizaciones empresariales analizan, dictaminan y proponen soluciones en esta hora de la crisis. Sigo con asiduidad las declaraciones, intervenciones y propuestas del sector empresarial a través de lo que sus más conspicuos representantes manifiestan públicamente.
Hace unos días intervine en un debate sobre la crisis, sus características y la diagnosis de unas posibles alternativas. Dos de mis contertulios, personas representativas del liberalismo económico, se limitaron a recitar de corrido los lugares comunes que día a día constituyen la opinión de los representantes: la bondad intrínseca del empresario, la sobrecarga de una administración excesiva, las rigideces del mercado laboral y las necesarias reformas para impulsar la competitividad, las injerencias de los políticos en asuntos meramente empresariales y, en fin, la urgente y perentoria recuperación de la confianza para crear riqueza y empleo.
Este cansino, aburrido y hasta cutre discurso no sólo es una muestra de desconocimiento acerca de lo que nos enfrentamos, sino que además se caracteriza por obviar los datos más que evidentes que la realidad nos señala. Para ellos no existe el horizonte anunciado de que el dudoso crecimiento no irá acompañado de creación de empleo, ni que la Administración española es exigua en comparación con la de la UE-15; tampoco existe el desigual y creciente reparto de la renta entre trabajadores, y así un largo etcétera.
Pero lo que constituye un escándalo es el silencio de los portavoces empresariales ante la desviación del crédito por parte de la banca hacia inversiones especulativas y no hacia las empresas. Cuando no hay pequeño o mediano empresario que no acuse la cicatería bancaria a la hora de dar créditos, sus representantes siguen entonando la misma melopea, irreal y carente de base.
Ya es hora de hacerse una pregunta bastante pertinente: ¿a quienes representan estos representantes?
Julio Anguita, excoordinador General de IU.
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