Por Gabriela Pousa
En alguna medida, y a escasos días de las elecciones presidenciales, hay más abulia en la ciudadanía que clima proselitista. Ninguna esperanza, a no ser que el mantenimiento en un status quo afable al “medio pelo”, pueda considerarse un sentimiento expectante. Está todo tan desvirtuado que quizás deban enmendarse ciertos vocablos de manera que el hastío pase a ser sinónimo de conformidad, o que la indiferencia hacia todo cuánto nos rodea se convierta en una suerte de “activismo social”.
Desde ya, lo mismo ocurre en el teatro de la política. Aquellos actores que se creían protagonistas, pasaron a ser parte de un elenco menguado incluso por la escenografía. Ni Eduardo Duhalde ni Ricardo Alfonsín surgen ahora como alternativas probables. Son apenas sobrevivientes en un campo de batalla con más silencio a muerte que a fanfarrias.
Y es que no ha habido bandos victoriosos, aunque se pretenda presentar de ese modo a la gestión de los K. No es detalle menor (o no debería serlo) el haber perdido el rey en medio de la partida. Si acaso Cristina Fernández hoy asegura mantenerse en el poder es gracias a las maniobras previas que diera el ex mandatario, pero sobre todo al haber fallecido hace casi un año. Si éste estuviera vivo, otro sería el escenario. Néstor Kirchner no hubiera sucumbido al afán de ser él, el candidato.
Posiblemente, si hubiera un régimen democrático real en la Argentina, Cristina se hubiese topado con una oposición convertida en alternativa. En ese caso, los errores de la gestión habrían sido facturados. Sin embargo, la ausencia de convicciones férreas, la militancia de la conveniencia por sobre la de las ideas, y el individualismo exacerbado que caracteriza a la dirigencia fueron permeables a una aceptación casi ciega de “lo que hay”, en lugar de permitir la discrepancia para alcanzar aquello que “debería de haber”.
A su vez, está claro que una economía resistente a las crisis que hemos experimentado con antelación, pudo más que cualquier otro valor. Basta observar de qué manera toda alusión del crecimiento a tasas chinas de la Argentina se propagó, desde el gobierno, teniendo como parámetro lo sucedido a comienzos de siglo. En esta geografía, diez años son mucho cuando se trata de planificar un futuro, pero son escasos cuando la comparación sirve para institucionalizar la idea del “modelo” como garante del éxito.
Y así, con una visión sesgada, se compró el vestido negro de la dama, la epopeya del luto, las conspiraciones foráneas, el defasaje ideológico -capaz de recrear izquierdas y derechas con antojadizo morbo-, la inclusión al sistema por la irrupción de un electrodoméstico más moderno en la vivienda, o la calidad de vida tan sólo porque no ha habido confiscación de fondos a simple vista.
A sincerarse: nadie hubiese soportado un “corralito” kirchnerista. Sin embargo, éste disfrazado de traspaso de fondos desde las AFJP a la ANSES sonó más “light”, aunque se tratase de lo mismo, y apenas se haya “tercerizado” la manera de confiscar para que no resulte evidente el saqueo del Estado.
Ahora bien, hay un detalle que no debería pasar desapercibido si se pretende evitar, en lo sucesivo, otra “desilusión” muy similar a varias que ya hemos experimentado. A días de los comicios, los resultados de las primarias hicieron mella en el electorado. Hay entre los ciudadanos, varios decididos a no votar (gracias a años de mostrar que las leyes se pueden quebrar sin consecuencias), y otros tantos a hacerlo por alguna opción que traspase a las derrotadas en la última elección.
Surge entonces Hermes Binner como un paradigma devengado. No puede justificarse el slogan de su campaña que apunta a crear una “nueva esperanza”, ni mucho menos puede garantizar un cambio cuando la jurisprudencia muestra a las claras, que no hay grandes diferencias con el oficialismo en el Frente Progresista del santafesino.
Más allá de la polémica librada en las últimas horas sobre la reforma constitucional que Binner reivindicara, para luego desmentirse como ha pasado en otras ocasiones con sus propias palabras, hay un ejercicio librado en el Congreso capaz de ilustrar cómo piensa el referente del socialismo.
Similar a lo que aconteció en el 2009 con Fernando “Pino” Solanas, hay quienes quieren imponer la figura del gobernador de Santa Fe como única “alternativa pura” a Cristina. Sin embargo hay que tener en cuenta cómo actuó la fuerza socialista aliada entonces a Proyecto Sur. No sólo votó la polémica ley de medios, sino que adhirió a la estatización de YPF, la cooptación de los recursos de la ANSES, la nacionalización de Aerolíneas Argentinas, y el matrimonio gay.
Asimismo, el socialismo “binnerista”, no dudó en apoyar un dictamen -que aún no llegó al recinto- para expropiar Papel Prensa y dejarla a merced del Estado, apoyando inexactas versiones de apropiación tortuosa por parte de Clarín y La Nación en la última dictadura. También fue partícipe de la instauración del “Fútbol para Todos” con el cuál el gobierno manipuló la idea de inclusión, a fin de conseguir la hegemonía de los medios de comunicación, e imponer un populismo sostenido en la distracción permanente y una sistemática desinformación.
A su vez, en las huestes de esta “nueva” figura con ideas ciertamente viejas, se halla la diputada Victoria Donda que pregona la legitimación del aborto (un homicidio sin eufemismo), y la despenalización de la droga. En síntesis, es bueno tener en cuenta qué ha hecho la supuesta “alternativa” a Cristina desde el Congreso y atender, simultáneamente, esa suerte de “parlamentarismo” a la que aspira.
Y es que ese “parlamentarismo” es una filosofía en la cuál viene, a su vez, trabajando Eugenio Zaffaroni junto a Diana Conti. Una maniobra que implica sí o sí la reforma de la Carta Magna como se desea -explícita o implícitamente-, desde el seno oficialista.
¿Cuánto tiempo podrá el bloque de Hermes Binner, permanecer en el recinto sin fundirse en complicidad con el kirchnerismo? La respuesta es un enigma en cuánto al tiempo, más no lo es en cuánto a la certeza de una fusión por el parecido intrínseco de sus ideas. De se modo, los argentinos volverán a quedar sin oposición ni contralor del Ejecutivo.
En definitiva, si prende la idea del “milagro para Binner” so pretexto de menguar el poder de Cristina Kirchner, el resultado de la elección se equiparará irremediablemente. La mitad que no vote al oficialismo, lo haría por “más de lo mismo” aunque puedan esbozarse sutiles diferencias.
Si a esto sumamos la endeble moralidad de otros diputados capaces de doblegarse fácilmente frente a la Caja K, no hay ni habrá garantía de que se pueda impedir – quizás bajo el entuerto de “diálogo democrático”-, otro manoseo a la letra constitucional que termine habilitando a la Jefe de Estado para permanecer en el cetro por tiempo indeterminado.
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