Al puesto fronterizo de Meng A, al suroeste de la región china de Yunnan y lindando con Birmania, se llega desde la capital provincial, Kunming, después de un tortuoso viaje de doce horas en un destartalado autobús con literas, a través de intransitables pistas de tierra entre frondosos parajes de montaña.
Abierta hace un par de años para sustituir al antiguo paso, la aduana es un moderno edificio que imita el estilo de los templos del sureste asiático, con sus puntiagudos tejados de teja a dos aguas. A un lado ondea la bandera de China, pero al otro no se ve la enseña nacional de Myanmar (nombre oficial de la antigua Birmania). Tampoco hay agentes de aduanas ni soldados birmanos. Al otro lado se levanta el Estado Wa, una zona de 38.000 kilómetros cuadrados poblada por una tribu del mismo nombre que, hasta hace pocas generaciones, eran cortadores de cabezas. Controlada por una potente guerrilla de 20.000 hombres, dicha región es inaccesible para la junta militar que, desde su capital-búnker de Naypyidaw, dirige con puño de hierro este paupérrimo país.
A pesar del régimen de terror impuesto por el general Than Shwe, buena parte del norte de Birmania, sobre todo en los estados Kachin y Shan, permenece dominado desde hace décadas por grupos armados que se financian con el tráfico de opio y pastillas en el Triángulo Dorado, la frontera que marca el río Mekong entre Birmania, Laos y Tailandia. Con el fin de retomar el control de estas zonas rebeldes antes de las elecciones previstas para el próximo año, el Ejército birmano rompió un alto el fuego vigente desde 1989 y lanzó a finales de agosto una fuerte ofensiva que acabó con la milicia de Kokang, una guerrilla de etnia china formada por unos 3.000 hombres.
Una ofensiva implacable
Mientras más de 30.000 refugiados huían a China, los combates se extendían al vecino Estado Wa, donde sus 600.000 habitantes temen ser el próximo objetivo de la ofensiva militar birmana. «Las tensiones continúan y la posibilidad de un enfrentamiento entre el Ejército de Birmania y los grupos étnicos restantes, sobre todo los wa y los kachin, es la más alta en veinte años», acaba de advertir un informe del International Crisis Group (ICG), una organización especializada en conflictos, con sede en Bruselas. Dicho estudio duda de la capacidad del régimen chino para frenar las operaciones militares de los birmanos, que podrían provocar «un nuevo baño de sangre y una avalancha de refugiados a través de la frontera de 2.200 kilómetros entre ambos países».
«Me he llevado a mi padre a nuestra casa, en Chengdu, porque creo que el Ejército birmano nos va a atacar», explica a ABC Li Yunlong, un joven chino de 24 años que ya ha montado dos tiendas de decoración en Bankang, la ciudad birmana contigua a la frontera de Meng A y capital del no reconocido Estado Wa. «No queremos la independencia, sino autonomía, y no permanecer bajo el control del Gobierno birmano, para poder desarrollar nuestra economía de forma más eficiente», justifica Li, que forma parte de la abundante colonia empresarial china asentada en el Estado Wa.
Gracias a su carácter emprendedor, los chinos controlan el 80 por ciento de los negocios. Son, además, los médicos de los hospitales, los profesores de los colegios y sus móviles funcionan al otro lado de la frontera, donde el mandarín es también la lengua oficial. Durante los combates entre el Ejército birmano y la guerrilla de Kokang, unos 5.000 chinos huyeron con sus coches de lujo y sacaron del banco local 700 millones de yuanes (70 millones de euros), no sin antes pagar una «donación» a los soldados que partían al frente.
El «rey» del opio
Bajo las órdenes del «presidente» Bao Youxiang, un veterano guerrillero de más de 60 años que tomó el poder en 1989, el Ejército del Estado Wa Unido (UWSA, en sus siglas en inglés) cuenta entre sus filas con numerosos niños poco más altos que los «kalashnikov» que portan.
Mientras tanto, el «presidente» Bao y su lugarteniente, el chino Wei Xuegang, han amasado una fortuna con el grupo empresarial Hong Bang, que fue fundado con el dinero procedente del narcotrático y posee en Birmania ricos yacimientos de rubíes y oro, grandes explotaciones agrícolas y hasta la compañía aérea Yangon Airways.
Aunque ambos son considerados los mayores narcotraficantes del sureste asiático tras la caída en 1996 de Khun Sa, el «rey de la heroína», el Ejército Wa asegura haber prohibido desde 2005 el cultivo de opio. Dicha sustancia es la principal fuente de ingresos para los campesinos, que sólo pueden comer durante medio año con sus campos de arroz y venden el «zhuai» de opio (1,65 kilos) a 2.200 yuanes (220 euros) o lo intercambian por alimentos y ropa.
Al hambre y la miseria se suma ahora una nueva amenaza: la guerra que viene.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario