Las atrocidades perpetradas por las fuerzas del Gobierno interino comienzan a aflorar
Juan Miguel Muñoz Trípoli
El desgobierno, la incapacidad palmaria para someter a las anárquicas brigadas de alguna ciudad libia, las pugnas territoriales, la división entre liberales e islamistas y el vacío político – “Tampoco nosotros sabemos bien quiénes forman la clase política”, comentaba ayer a este diario un diplomático occidental-- marcan el nacimiento de la nueva Libia, una vez enterrados hoy, en un lugar secreto en las profundidades del desierto, el dictador Muamar el Gadafi y su hijo Mutasim. Que ambos fueron asesinados resulta evidente, por mucho que el primer ministro dimisionario, Mahmud Yibril, asegurara, nada más conocerse la muerte del déspota, que a este no le metieron un tiro en la cabeza. Las atrocidades perpetradas por los rebeldes comienzan a aflorar en un país en el que los derechos humanos fueron pisoteados con saña durante 42 años. Para algunos insurgentes –al menos para las brigadas de Misrata que conquistaron Sirte y apresaron a Gadafi— ha prevalecido el rencor hacia quien casi les despojó de su condición humana.
Al menos 76 cadáveres de fieles a Gadafi fueron hallados el domingo en Sirte, ciudad natal del autócrata, muchos de ellos maniatados. La reacción de las autoridades, enfrascadas en la formación de un nuevo Gobierno, es tibia. Se anuncia una investigación oficial, pero casi todos los dirigentes eluden el asunto. La ausencia de autoridad ha sido notoria en la gestión del entierro de Gadafi. Después de que Yibril fracasara en su empeño por convencer a los milicianos de que se entregaran los cuerpos de los difuntos al Gobierno interino, los cadáveres comenzaron a pudrirse a la vista de miles de curiosos que han visitado el mercado de Misrata.
El macabro escarnio de los restos de Gadafi y su vástago concluyó ayer. Hoy, antes de ser trasladados a su tumba, el clérigo que acompañaba al dictador y dos familiares detenidos junto a él han presenciado los rezos musulmanes previos al entierro. Después, los cuerpos fueron entregados a dos “funcionarios de toda confianza”, según explicó a Reuters Abdel Majid Mletga, un portavoz del Consejo Nacional Transitorio (CNT), el organismo que dirigió el alzamiento y la transición a una democracia cuyo arraigo puede costar un mundo. Gadafi y Mutasim ya reposan bajo tierra.
Como lo hacen otros muchos leales al régimen depuesto. Human Rights Watch afirma que en Bengasi se produjeron linchamientos en primavera. Y también en Trípoli ha denunciado la persecución de los negros, muchos sospechosos de ser esbirros del régimen. Los llamamientos proferidos por el pío presidente del CNT, Mustafá Abdel Yalil, para un tratamiento decente de los capturados han caído en terreno yermo. Ignorantes de las consecuencias que puede acarrear la comisión de un crimen de guerra, el presunto asesino de Gadafi se vanagloriaba de su `hazaña’. Muchos otros milicianos pugnan en los vídeos difundidos por aparecer exultantes, unos vídeos en los que el tirano es vejado y golpeado.
Los libios están ebrios de libertad, a menudo mal encauzada. Jóvenes se dedican a hacer trompos con sus vehículos en calles concurridas; el hachís en las calles –fumar drogas en la vía pública era antes un riesgo inasumible- es fácil de olfatear. Pero también han florecido más de 200 nuevas publicaciones, y los bereberes, discriminados por el régimen, abren escuelas para enseñar su lengua prohibida durante cuatro décadas y pasean orgullosos con su bandera por Trípoli. El trasiego de camionetas dotadas de ametralladoras y baterías antiaéreas –símbolo de la rebelión que nació en la oriental Bengasi en febrero— se difumina a pasos agigantados.
Es, tal vez, la única señal de que los ciudadanos comienzan a obedecer a unas autoridades ausentes, criticadas ayer por decenas de milicianos que se preguntaban a gritos a las puertas de un hotel donde se alojan miembros del CNT: “¿Dónde está el ministro de Sanidad?”. Son miles los heridos y amputados que carecen de la necesaria atención. El Ejecutivo todavía no se ha trasladado a una capital, Trípoli, que recobra el pulso ante un panorama político sembrado de incógnitas y una certeza.
Ninguna ley podrá contravenir la Sharia, la ley islámica, lo que abre la puerta legal –en la práctica, aunque no es un fenómeno extendido, siempre se practicó durante el régimen-- a la poligamia, una evidente regresión para el estatus civil de la mujeres, que en gran medida abominan de esta tradición, salvo, como explica Malkis Blau, una médico de 25 años, que la esposa esté enferma o no pueda procrear. Abdel Yalil también ha dicho que serán eliminados los intereses bancarios y que esta norma se aplica ya a los préstamos inferiores a los 10.000 dinares (5.000 euros).
Al menos 76 cadáveres de fieles a Gadafi fueron hallados el domingo en Sirte, ciudad natal del autócrata, muchos de ellos maniatados. La reacción de las autoridades, enfrascadas en la formación de un nuevo Gobierno, es tibia. Se anuncia una investigación oficial, pero casi todos los dirigentes eluden el asunto. La ausencia de autoridad ha sido notoria en la gestión del entierro de Gadafi. Después de que Yibril fracasara en su empeño por convencer a los milicianos de que se entregaran los cuerpos de los difuntos al Gobierno interino, los cadáveres comenzaron a pudrirse a la vista de miles de curiosos que han visitado el mercado de Misrata.
El macabro escarnio de los restos de Gadafi y su vástago concluyó ayer. Hoy, antes de ser trasladados a su tumba, el clérigo que acompañaba al dictador y dos familiares detenidos junto a él han presenciado los rezos musulmanes previos al entierro. Después, los cuerpos fueron entregados a dos “funcionarios de toda confianza”, según explicó a Reuters Abdel Majid Mletga, un portavoz del Consejo Nacional Transitorio (CNT), el organismo que dirigió el alzamiento y la transición a una democracia cuyo arraigo puede costar un mundo. Gadafi y Mutasim ya reposan bajo tierra.
Como lo hacen otros muchos leales al régimen depuesto. Human Rights Watch afirma que en Bengasi se produjeron linchamientos en primavera. Y también en Trípoli ha denunciado la persecución de los negros, muchos sospechosos de ser esbirros del régimen. Los llamamientos proferidos por el pío presidente del CNT, Mustafá Abdel Yalil, para un tratamiento decente de los capturados han caído en terreno yermo. Ignorantes de las consecuencias que puede acarrear la comisión de un crimen de guerra, el presunto asesino de Gadafi se vanagloriaba de su `hazaña’. Muchos otros milicianos pugnan en los vídeos difundidos por aparecer exultantes, unos vídeos en los que el tirano es vejado y golpeado.
Los libios están ebrios de libertad, a menudo mal encauzada. Jóvenes se dedican a hacer trompos con sus vehículos en calles concurridas; el hachís en las calles –fumar drogas en la vía pública era antes un riesgo inasumible- es fácil de olfatear. Pero también han florecido más de 200 nuevas publicaciones, y los bereberes, discriminados por el régimen, abren escuelas para enseñar su lengua prohibida durante cuatro décadas y pasean orgullosos con su bandera por Trípoli. El trasiego de camionetas dotadas de ametralladoras y baterías antiaéreas –símbolo de la rebelión que nació en la oriental Bengasi en febrero— se difumina a pasos agigantados.
Es, tal vez, la única señal de que los ciudadanos comienzan a obedecer a unas autoridades ausentes, criticadas ayer por decenas de milicianos que se preguntaban a gritos a las puertas de un hotel donde se alojan miembros del CNT: “¿Dónde está el ministro de Sanidad?”. Son miles los heridos y amputados que carecen de la necesaria atención. El Ejecutivo todavía no se ha trasladado a una capital, Trípoli, que recobra el pulso ante un panorama político sembrado de incógnitas y una certeza.
Ninguna ley podrá contravenir la Sharia, la ley islámica, lo que abre la puerta legal –en la práctica, aunque no es un fenómeno extendido, siempre se practicó durante el régimen-- a la poligamia, una evidente regresión para el estatus civil de la mujeres, que en gran medida abominan de esta tradición, salvo, como explica Malkis Blau, una médico de 25 años, que la esposa esté enferma o no pueda procrear. Abdel Yalil también ha dicho que serán eliminados los intereses bancarios y que esta norma se aplica ya a los préstamos inferiores a los 10.000 dinares (5.000 euros).
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