por Jeffrey A. Miron
Jeffrey A. Miron es director de estudios de pregrado de la Universidad de Harvard y es un Académico Titular del Cato Institute. Su blog es http://jeffreymiron.blogspot.com/.
La nueva política migratoria de Arizona, la cual requiere que los extranjeros porten sus papeles y ordena a la policía detener “sospechosos de ser inmigrantes ilegales”, ha revivido el debate sobre cómo reducir la inmigración ilegal. Gran parte de este debate involucra un pensamiento deseoso: la aseveración de que controles fronterizos más estrictos o medidas como las de Arizona pueden marcar una diferencia. La realidad es que solamente cuatro políticas pueden considerablemente reducir la inmigración ilegal.
La primera es permitir más inmigración legal. Este punto es obvio pero vale la pena enfatizarlo. EE.UU. tiene un problema de inmigración ilegal porque restringe la inmigración legal. Mientras persista una diferencia de salarios tan considerable entre EE.UU. y otros países, especialmente aquellos de Latinoamérica, el deseo de emigrar persistirá y ocurrirá ilegalmente si no es permitido legalmente.
La inmigración legal, no obstante, es buena para EE.UU. y el resto del mundo. La inmigración permite que las personas en países pobres busquen una mejor vida aquí, trayendo ideas y energía con ellos, y muestra al mundo que muchas personas todavía ven a EE.UU. como la tierra de las oportunidades. Muchos inmigrantes son mucho más pobres que los más pobres de EE.UU., así que ayudarlos tiene más sentido que tener un Estado de Bienestar generoso.
Las restricciones a la inmigración también son costosas, ya que crean mercados negros, generan violencia y causan corrupción. Las rejas y patrullas fronterizas son caras y no parecen reducir el flujo de inmigrantes ilegales. Así que cualquier intento de reducir la inmigración ilegal debería evitar reesforzar más el control fronterizo y en cambio, aumentar la inmigración legal.
La segunda manera de reducir la inmigración ilegal es expandir el libre comercio. Si los bienes pueden moverse libremente a través de las fronteras, la demanda de trabajadores con poca preparación se desplazaría desde EE.UU. hacia países más pobres, aumentando los salarios ahí en relación a los que hay aquí y reduciendo el incentivo de emigrar. El TLCAN y el CAFTA, mientras que fueron pasos en la dirección correcta, todavía contienen impedimentos substanciales para comerciar entre EE.UU., México y Centroamérica y los acuerdos más amplios con Sudamérica todavía no existen. Como el libre comercio tiene sentido independientemente de las cuestiones migratorias, este cambio de política no debería ser difícil de vender.
Una manera más controversial de reducir la inmigración ilegal es reducir la intensidad de la guerra contra las drogas. Muchas economías latinoamericanas son disfuncionales debido a la corrupción y a la violencia que la guerra contra las drogas genera y los residentes de esos países cruzan la frontera estadounidense en gran parte para escapar de la violencia. La legalización sería la respuesta más efectiva, pero incluso una reducción considerable de la intensidad de la guerra contra las drogas reduciría la violencia significativamente. El comercio de drogas en México ha sido violento por décadas, pero la explosión de muertes resultó de la mal concebida decisión de Felipe Calderón de declarar la guerra a fines de 2006.
Otra política pública que podría reducir la inmigración es disminuir el Estado de Bienestar estadounidense, aunque el impacto de tal cambio no queda claro. A pesar de las percepciones comunes, los inmigrantes no usan mucho la red social de seguridad ni emigran principalmente para recolectar estos beneficios; muchos vienen a EE.UU. en busca de trabajo. Si la inmigración fuese sustancialmente más abierta, sin embargo, la inmigración considerable que se debe a los generosos beneficios probablemente aumentaría. Por lo que tiene sentido ya sea reducir esa generosidad o condicionar esos beneficios a la residencia legal por un número significativo de años.
Las políticas que hacen poco para reducir la inmigración ilegal son un control más estricto en la frontera, castigos más severos para los empleadores que contratan a ilegales o las políticas de arresto agresivo tales como aquella adoptada en Arizona. Estas medidas son inefectivas porque no cambian el hecho de que los salarios en EE.UU. son atractivos comparados con los salarios en países pobres. Y, por siglos, los inmigrantes han aguantado condiciones duras e impresionantes para buscar un ingreso más alto o una mejor vida en EE.UU. Cercas más largas o altas no cambiarán eso.
En cambio, un cumplimiento más estricto de la ley llevará a que más actividades se realicen debajo del radar, generando más violencia a lo largo de la frontera, imponiendo costos a los ciudadanos que respetan la ley y enfureciendo a los residentes de países pobres con EE.UU. Un control más estricto es una medida para sentirse bien que permite que los políticos digan que ellos han hecho algo al respecto de la inmigración ilegal aunque ellos saben que la realidad es distinta.
Ninguna de las opciones para lidiar con la inmigración ilegal es perfecta; cada una genera considerables perdedores así como también ganadores. Pero todos los cambios defendidos aquí mejoran la economía estadounidense al reducir o eliminar políticas que imponen costos considerables independientes de la inmigración. Por esto EE.UU. debería abandonar su obsesión con las políticas anti-migratorias del pasado y en cambio lidiar con las verdaderas causas de la inmigración ilegal.
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