Crisis de la deuda
Amsterdam
La ayuda de urgencia sobre la que trabajan los países de la eurozona no ofrece ninguna solución duradera a la crisis griega, en opinión del economista Rens van Tilburg. En primer lugar, es necesario acabar con la influencia de las élites locales, cuyos privilegios intactos impiden que se haga un reparto equitativo de los sacrificios.
Los dirigentes europeos se disponen a dar la enésima respuesta “definitiva” a la crisis del euro. Después de los banqueros, incluso los chinos y los estadounidenses, cuyas monedas no están implicadas, han defendido el refuerzo del Fondo Europeo de Estabilización Financiera (FEEF).
Es cierto que nadie quiere correr el riesgo del impago de Grecia. Sin embargo, queda por saber si ya no hay que temer a la vía que van a adoptar los dirigentes europeos. Porque nunca se menciona el auténtico problema de Grecia, que siempre queda por resolver.
El problema es que el lugar que ocupa una persona en la sociedad griega no está determinado por su talento y su dinamismo, sino por sus orígenes y sus relaciones. Es evidente que ninguna sociedad se basa completamente en la meritocracia o el nepotismo. Países Bajos, por ejemplo, es fundamentalmente una meritocracia, mientras que en Grecia, lo que predomina es el nepotismo. En este país, el poder y la propiedad están tan concentrados, que las élites en el poder afianzan cada vez más su posición.
La política hace oídos sordos a los problemas estructurales
Mientras los esfuerzos no se dirijan a luchar contra este nepotismo, la economía griega nunca podrá pagar su deuda, sea cual sea. Aunque elimináramos el total de la deuda griega, el país contraería al día siguiente nuevas deudas.
¿Y adivinan quién pagará la cuenta de la próxima operación de rescate para los bancos o para Grecia? Al ser los garantes de las economías estructuralmente débiles, aumentando las capacidades del FEEF tan sólo se agravan los problemas del futuro. Los responsables políticos se dejan guiar por los mismos instintos que les llevaron a autorizar que Grecia entrara en el euro, aunque no cumpliera los criterios necesarios.
“Dejar” que Grecia salga de la eurozona a cambio de la eliminación de su deuda nos quitaría un peso financiero en el futuro. Sin embargo, esto implicaría dejar a la clase media griega que se enfrentara sola a su propio país. Pero deberíamos preocuparnos por el bienestar de los ciudadanos griegos, que son la principal víctima del caos administrativo del país.
Al aportar más euros tan sólo se aplaza la lucha social
La clase media griega puede pagar impuestos, como el resto de europeos. Pero el griego medio no está dispuesto a hacerlo, porque sabe que el Estado hará desaparecer todas esas sumas, que acabarán en los bolsillos de los miembros de la familia en el poder y de los amigos del régimen. Los euros que recibió el país en los últimos años han adormecido a la población griega: a todo el mundo le ha tocado una pequeña parte y los jóvenes realmente ambiciosos se han marchado discretamente. Pero ahora, la tensión aumenta. Si se vuelven a enviar más euros, tan sólo se retrasará la lucha social indispensable en el país.
Habría que ponerse del lado del pueblo griego. No ha sido así hasta ahora: nadie ha tocado a las élites y se ha dejado que todo el peso caiga sobre los griegos de buena voluntad. Si ha podido ser así, es porque la troica integrada por la UE, el BCE y el FMI no quiere inmiscuirse demasiado en las elecciones realizadas. El compromiso de repartir equitativamente la carga ha caído en saco roto.
La troica debe dejar a un lado a sus reticencias: ¿la idea de restablecer la democracia a su origen no es una gran idea europea? Esto exige una transferencia de la soberanía griega más radical que la que se está debatiendo actualmente. Por defecto, los ahorros jamás afectan al objetivo que deberían alcanzar: los empleos y los privilegios de las élites, que actualmente son las que deciden dónde se realizan los recortes. Si no se acaba con el poder de las élites griegas, no existirá ninguna solución posible. Por desgracia, este aspecto se omite sistemáticamente en las propuestas europeas que vemos desfilar a un ritmo desenfrenado.
Atenas no es Bagdad, pero no subestimemos la dificultad de instaurar una democracia que funcione bien. Sin embargo, es necesario pasar por este aspecto para encontrar una solución a esta tragedia griega. Al contrario que en la tradición teatral, aún es posible llegar a un final feliz. Es algo que exige una gran determinación por parte de Europa, pero sobre todo un gran sentido de la realidad.
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