18 octubre, 2011

Los dichos de Sócrates y los pactos del poder

Jorge Fernández Menéndez

Pareciera que en ocasiones tenemos una suerte de guerra de malos entendidos, algunos provocados, otros cometidos por falta de claridad de los declarantes. Lo cierto es que en el tema del supuesto o real pacto de los gobernantes priistas con el narcotráfico, según la publicación de The New York Times, lo que sigue faltando es claridad. Y falta porque resulta evidente que no se quiere decir las cosas como son.

No es verdad que Sócrates Rizzo haya dicho, con todas las palabras, que en el pasado los regímenes priistas negociaban con el narcotráfico. En realidad expresó muy mal algo que repiten, eso sí, con demasiada ligereza, tanto algunos priistas, considerándolo un mérito, como muchos de sus opositores, dándolo por hecho. Lo que dijo el ex gobernador de Nuevo León fue, según una carta que me ha enviado ayer, que “para contestar las preguntas que me hicieron sobre el crimen organizado en Saltillo, utilicé dos palabras claves: Control y Negociación… dije que hablar de Control significa que los gobiernos federales, en eficaz coordinación con los estatales y municipales, mantenían un blindaje o protección de la población de las ciudades para que el combate al trasiego de la droga no se convirtiera en la violencia urbana.

“En cuanto a la segunda palabra: Negociación —afirma Rizzo , dije que el blindaje de las ciudades se sustentaba en un sistema político, fincado en una negociación política eficaz, que resultaba en un Presidente fuerte y con gran influencia política con los gobernadores y alcaldes que, sin celos partidistas, se coordinaban con el Poder Ejecutivo federal en algo que sería como una política unitaria de seguridad, como si hubiera un mando policíaco único nacional.” Y ahí se supone que vino el error: “Con el fin de enfatizar y poner en términos más coloquiales la tesis de la eficacia de la protección a las ciudades usé una metáfora comentándoles que el Control se hacía como si los operadores de la seguridad le hubieran dicho a los que hacen el trasiego de la droga: ustedes irán por allí o por acá, pero no me tocan las ciudades, y esta desafortunada metáfora dio pie a las cabezas de algunos periódicos, las cuales he desmentido en múltiples ocasiones”.

Hasta ahí Sócrates Rizzo. La verdad es que el error no es de interpretación, el problema es que el desafío al combate a las drogas nunca fue integral, siempre se dejó en manos de algunos funcionarios los cuales, en unos casos tuvieron aciertos importantes, en otros simplemente se corrompieron, y en muchos más trataron de cumplir con su labor sin involucrarse demasiado. La idea de que en el tema del narcotráfico no había que meterse estaba (está) algo más que grabada en el ADN de muchos, la enorme mayoría de nuestros gobernantes. Y lo cierto es que, mientras todo eso pasaba, se “defendían” las ciudades como dice Rizzo, pero se hacía a medias, porque se permitía que vivieran en ellas los principales narcotraficantes o sus familiares mientras no molestaran (que es lo que ocurrió precisamente en Monterrey o en Cuernavaca para dar sólo dos ejemplos), luego se permitió que llegaran también sus custodios y en la medida en que creció el enfrentamiento entre cárteles se desató la violencia y luego la extorsión, el secuestro, el derecho de piso. En ese camino las policías de las ciudades fueron permeadas por los grupos criminales. El problema, para seguir con la tesis de Sócrates, es que en realidad no hubo ni control ni negociación, porque ambos se perdieron desde el momento en que el régimen político dejó de ser de “partido prácticamente único”, desde que los criminales comenzaron a disputarse abiertamente los territorios y desde que el peso de los cárteles mexicanos rebasó al de los colombianos y el traslado de droga comenzó a pagarse no sólo con dinero sino con droga (misma que se comenzó a quedar para ser comercializada en el mercado interno), lo que ocurrió desde 1994.

Si la historia se cuenta así, el margen de error interpretativo es mucho menor.

El adiós de Granados Chapa

Por lo menos para un servidor estar de acuerdo, sobre todo en los últimos años, con Miguel Ángel Granados Chapa, era difícil. Pero sigo pensando lo que dije y he repetido desde hace años. Cuando comencé a hacer periodismo lo que quería era hacer una columna como la Plaza Pública que se publicaba entonces en el viejo Unomásuno. Una columna bien escrita, bien documentada, que se basara en las opiniones del autor, que se alejara de los chismes y los adjetivos. Lo importante en este oficio, dijimos hace años, no es sólo la persistencia sino la coherencia. Granados no sólo fue persistente, fue siempre coherente con su forma de ver las cosas y de llevarlas cotidianamente al papel. Fue una presencia constante e inteligente. Merece el reconocimiento sincero, sin cortapisas, de quienes nos dedicamos a contar para usted estas historias. Descanse en paz, maestro Granados Chapa.

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