30 octubre, 2011

Los escándalos de corrupción acosan al Gobierno de Brasil

Dilma Rousseff, durante una ceremonia oficial en el Palacio de Planalto. / U.

La salida de seis ministros de Dilma Rousseff en apenas diez meses de gobierno —cinco por corrupción, el último, el de Deportes, el comunista Orlando Silva, la noche del miércoles— revela, según los analistas, una grave crisis en la política de este país.

Según Luis Felipe Miguel, catedrático de la Universidad de Brasilia, la presidenta Rousseff tiene que combinar “una imagen de limpieza con una coalición de gobierno no tan limpia”. Según Miguel, se trata de una “disputa por parcelas de poder” dentro de los partidos aliados en los que reina el llamado fisiologismo, o reparto de poder en beneficio del propio partido, sin escrúpulos ideológicos, como se acaba de ver con el Partido Comunista al que pertenece el ya exministro de Deportes.

Brasil va bien económicamente, pero cojea en su forma de gobierno

Brasil va bien económicamente, pero cojea visiblemente en su forma de gobierno. El gigante latinoamericano, cuya vitalidad y futuro son indiscutibles, está necesitando con urgencia de una reforma política para que no acabe comprometido el dinamismo de su sociedad, de su industria y de su comercio.

“En estos diez meses de gobierno Dilma ha quedado clara la existencia de un mosaico de operaciones criminales contra el interés del contribuyente” escribía ayer en su editorial el diario O Globo. Y el diario Folha de Sâo Paulo se preguntaba “cuándo va a aparecer el próximo escándalo”.

Lo más grave de la actual crisis que pone en peligro la gobernabilidad misma de Dilma y todo el sistema de alianzas creado por su antecesor Lula da Silva, no es quizás, el hecho de que cinco ministros —El ejecutivo cuenta con 38— hayan tenido que dejar sus cargos arrastrados por acusaciones graves de corrupción. Lo peor es que, menos en el caso del exministro de la casa Civil, Antonio Palocci, en la mayoría no se ha tratado sólo de desvíos de conducta de la persona del ministro, sino de una trama de corrupción creada en los ministerios como forma de financiación ilícita del partido al que pertenece el ministro.

La oposición, por ejemplo, ha criticado ayer duramente el nombramiento de Aldo Rebelo para sustituir al último ministro dimitido: Orlando Silva, de Deportes. Rebelo es una figura eminente del Partido Comunista de Brasil (PC do B), el partido del ministro dimitido. Según la oposición, puesto que en dicho ministerio todo en manos del PC do B, existía una trama corrupción y dicho ministerio debería pasar a otras mano

El dilema de Rousseff una presidenta gestora, sensible a los resultados concretos, no es fácil. Ella advierte cómo se paralizan los ministerios zarandeados por los escándalos de irregularidades El caso del ministro de Deportes ha sido emblemático. La trama de corrupción ha acabado paralizando las obras del Mundial —que ya estaban todas ellas atrasadas— mientras el Gobierno está enzarzado en una disputa con la Fifa, organismo que no acaba de sintonizar con el ministro dimisionario.

Rousseff, por lo menos hasta que no se se lleve a cabo una reforma política a fondo, no puede prescindir de la actual alianza de diez partidos que apoyan su gobierno y que fue heredada de su antecesor Lula da Silva.

La mandataria está tratando de abrirse algunos espacios, como señalaban ayer varios comentaristas políticos, para restar poder a los partidos y concentrarlo en la Presidencia de la República. Para ello está deshaciéndose de los ministros más comprometidos con la inercia heredada de su antecesor según el cual un ministerio se administra en función del partido político de su titular. Rousseff quiere al frente de los ministerios a personas que respondan directamente ante ella y no ante jefe de su formación política.

La opinión general es que en enero, coincidiendo con el primer aniversario de su llegada al poder, Rousseff lleve a cabo una reforma ministerial y pueda contar por fin con un Gobierno verdederamente suyo y no tenga, como hasta ahora, que presidir un Gabinete que en su mayoría es fruto de una herencia del pasado. ¿Bastará eso para resolver los graves problemas que presenta la gobernabilidad en Brasil? Quizás, no, explican los expertos de la política, porque el mal es de fondo, es del sistema con el que la presidenta brasileña no puede acabar de un plumazo.

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