Carlos Ramírez
Protegido detrás de un discurso falsamente progresista y escoltado por analistas que lo ven en contrapunto del Tea Party, el presidente Barack Obama está confirmando los argumentos que lo llevaron a la presidencia de los Estados Unidos: salvar al sistema capitalista del fracaso.
Pero en lugar de una cirugía mayor al capitalismo para depurarlo del mercantilismo vulgar y de la economía de las corporaciones, Obama escogió el camino corto del populismo, que también fracasó en América Latina y que paradójicamente fue condenado y aplastado en aquel entonces por la diplomacia del poder del dólar.
La larga crisis 2008-2011 fue una crisis de la codicia de las corporaciones y ahora quiere ser resuelta con el sacrificio social de una recesión que ha llevado la tasa de desempleo de las grandes potencias a cifras de alrededor de 10 por ciento.
En el fondo la crisis no sólo es de especulación o de desconfianza, sino que se trata también de la primera gran crisis de la globalización. Lo que no está funcionando no es la confianza en los mercados bursátiles, sino el sistema productivo.
Y la parte más negativa de la crisis es la movilización social contra las políticas económicas de sacrificio social que están aplicando sin rubor los gobiernos progresistas, socialdemócratas y socialistas.
Lo grave
El gran paquete anticrisis de Obama se destinó a las corporaciones con la intención de mantener el empleo y la oferta, pero descuidó la demanda; en el corto plazo, las corporaciones lograron mantenerse a flote con el apoyo gubernamental, pero el desempleo en EU se ha estacionado en 9% porque la actividad productiva no alcanza para reincorporar a los que perdieron sus puestos de trabajo.
El recetario populista aplicado por Obama y los líderes de las economías europeas no sólo no dio los resultados esperados para reactivar la economía, sino que generó otro problema grave: el déficit presupuestal.
El aumento de gasto público suele ser un mecanismo anticrisis, pero sólo cuando va destinado a consolidar la demanda y a estimular la oferta. Obama y Europa aumentaron el gasto para salvar a las corporaciones y no para reactivar la economía.
Obama destinó 14% del PIB a paquetes de rescate de empresas y la Unión Europea lleva hasta ahora dos billones -dos millones de millones- de euros para salvar a los bancos de la quiebra. Por estas razones, el déficit presupuestal subió a cifras de casi 14%, que se convirtieron en otro factor de crisis.
El problema no es el gasto público ni el déficit presupuestal. Los desajustes vienen cuando se quieren tapar esos hoyos con deuda externa. Obama alcanzó muy temprano el techo de deuda legal y los republicanos en el Congreso le impidieron aumentarla si no decidía programas de ajuste de gasto.
Si bien detrás de esta batalla se escondía la elección presidencial en EU de noviembre de 2012, también hubo razones significativas: Obama quería gastar y gastar y no reordenar el sistema capitalista de las corporaciones.
El orden financiero de Bretton Woods tronó en los setenta con la crisis de deuda del Tercer Mundo y hoy entra en una segunda fase con la crisis en las políticas económicas de las grandes potencias y el virus de la codicia-especulación bursátil.
Lo que está en colapso no es el falso progresismo de Obama o el fracaso económico de la izquierda en Europa:
Lo que llegó a su fin es el modelo productivo-distributivo-especulativo del capitalismo.
Y lo grave no es que ni Obama ni Europa quieran discutir este tema en serio, sino que los gobiernos responsables de la crisis no quieren perder el poder.
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