Mientras los principales representantes de los países miembros de la Organización de las Naciones Unidas tomaban la palabra en la Asamblea General de ese organismo y expresaban sus deseos, sus inquietudes y sus dudas sobre los problemas más relevantes que amenazan la paz y el progreso del mundo, la delegación venezolana se ocupaba de organizar en Nueva York una especie de exorcismo continental para sacarle el diablo al comandante enfermo.
Para ello buscaron (o compraron, que es lo más seguro) los servicios de una pequeña iglesia en una zona oscura de Nueva York, con el fin de orar y pedir por la salud del comandante presidente.
Gasto totalmente inútil porque el jefe bolivariano ha dicho hasta el cansancio, por todos los medios habidos y por haber, que ya se curó, que está como nuevo y que viene con las pilas recargadas al máximo, como el conejito de la cuña y el tambor.
Entonces, ¿para qué pedirle a Dios que cure con su poder divino a quien ya está requetesano, según las propias palabras del comandante? Sería llover sobre mojado y significaría una verdadera pérdida de tiempo para Jesucristo, que ya tiene millones de enfermos en el mundo que atender, y que ahora debe abandonar su misión entre sus fieles de África, Asia y América Latina para ocuparse de un camaleón que quiere hacerse pasar por cristiano.
Y es que ser cristiano significa algo mucho más trascendente que afiliarse a un mensaje político o electoral. ¿Dónde está la palabra de Jesús invocando la paz y la reconciliación entre los hermanos, dónde el perdón y la bondad, dónde el destierro del odio y la venganza? Y lo más significativo, ¿dónde está la humildad de espíritu que constituye lo central de la prédica católica y cristiana en sus mensajes de catequización? Bienvenidos los humildes porque de ellos será el reino de los cielos. Eso lo dice el Nuevo Evangelio. Pero ¿son humildes los Diosdado, los Jaua, los Ramírez y su pandilla familiar? Lo son acaso la señora Faría, en Caracas, y los gobernadores bolivarianos que persiguen y le niegan trabajo y el pan y el agua a quienes no son del partido, condenándolos a ser parias sin derecho alguno ante el Estado. No pocas veces los cristianos han vivido esa permanente persecución desde el poder y han sobrevivido.
No han claudicado.
Que ahora el comandante pida la ayuda de luz divina nos hace pensar mucho sobre la condición de su salud, a pesar de sus declaraciones en contrario que los venezolanos tomamos con cautela, porque el poder siempre hace predominar ante la opinión pública el secreto sobre la vida de sus líderes.
Invocar chamanes bolivianos y brujos cubanos, exorcismos y misas luteranas no es una buena práctica a la hora de armar el parapeto de que el comandante está fino. Muy difícil.
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