Guerrilla, ‘paras’, secuestros e ilusiones de paz: Teleri Jones y su familia de origen galés.
Aunque parezca raro, Bogotá no es un buen balcón para observar lo que ocurre en la Colombia profunda. Lo verificaba yo cada vez que visitaba un pequeño corregimiento del Cesar llamado Poponte.
La primera vez que fuimos a Poponte, invitados por Teleri, lo que menos esperamos mi mujer y yo fue encontrar allí a la guerrilla del Eln. No era entonces un hecho excepcional. El grupo insurgente se movía en la región como Pedro por su casa. Poponte era su lugar de obligada visita o de tránsito cuando descendía de la serranía de Perijá. Sus hombres dejaban notas a los ganaderos y comerciantes del pueblo notificándoles que debían pagar vacunas.
Si alguno de estos se negaba a hacerlo, le ponían una bomba.
Cuando llegamos a Poponte, Teleri nos informó que la guerrilla estaba en la plaza del pueblo. El hijo de su cocinera era guerrillero. De paso, esta presencia del Eln me creó un inesperado problema. Como en aquel tiempo aún no se conocía la Internet, tuve que pedirle a Cyril, el marido de Teleri, que fuera hasta Curumaní a remitir por fax a EL TIEMPO mi columna del día siguiente. Pero, cuando salía del pueblo, los guerrilleros se lo impidieron.
Necesitaban su camioneta. Así que me tocó ir a la única cabina de teléfono que había en Poponte, con el fin de informar al periódico de este contratiempo. Lo informaba a gritos sin darme cuenta, para horror de mi esposa y de una amiga suya, que dos guerrilleros esperaban turno en la sala.
‘Se trata de un secuestro’
Eso ocurrió hace muchos años. Tiempo después, recibimos la terrible noticia de que Teleri y su hijo Owen, entonces de 16 años, habían sido secuestrados por el Eln.
El famoso ‘Cura Pérez’, su máximo comandante, había aparecido en Poponte y al descubrir que allí residía una próspera propietaria de origen inglés la consideró una mina de oro y ordenó su secuestro. Para cumplir esta orden, una patrulla del Eln llegó a la finca, puso a los peones con las manos en alto y sus comandantes, acompañados por un sacerdote, entraron en la casa donde se encontraba Teleri. “¿Qué es lo que quieren?”, les preguntó ella, al verificar que no eran soldados sino guerrilleros.
“Se trata de un secuestro”, le informó el sacerdote, en el tono de quien anuncia una misa. Owen fue detenido antes de que lograra huir. Cuando se preparaban a partir para la sierra, a caballo, Teleri alcanzó a decirle a su marido, en inglés, que no pagara nada por su rescate.
Todo esto lo supimos después. Teleri duró más de siete meses en cautiverio con su hijo, a veces caminando noches enteras por el monte, sea en Venezuela o en Colombia, sufriendo hielos o implacables calores, comiendo trozos asados de mico o de oso, hasta que al fin fue liberada tras el pago de una suma millonaria.
No era de extrañar que Teleri, una vez en libertad, decidiera irse a Inglaterra con los suyos. Creímos que allí se quedaría para siempre, tras el horror vivido por ella.
Pero de tiempo en tiempo regresaba a Colombia, su tierra, hasta que una nueva situación le permitió, al cabo de varios años, volver tranquilamente a su finca. Lo mismo hacían todos los ganaderos de la región. ¿Qué había ocurrido? Lo oímos decir en todas partes cuando mi esposa y yo fuimos de nuevo invitados a Poponte.
Habían surgido grupos armados que hacían las veces de policía rural en zonas donde el Ejército solo ocasionalmente hacia presencia. Eran las autodefensas. Los ganaderos les pagaban una suma mensual para verse protegidos de incursiones guerrilleras.
Comprobamos esta nueva situación mientras recorríamos aquellas hermosas tierras, disfrutando de paseos, bellos amaneceres y crepúsculos. No podíamos imaginar entonces que con el transcurso del tiempo aquellas autodefensas, miradas casi con gratitud por los finqueros, se convertirían en otros lugares del Cesar y de Colombia en rentable instrumento del narcotráfico y autoras de horrendas masacres.
No era esa, por fortuna, la situación de Poponte, pues el reino de ‘Jorge 40′ y demás feroces jefes ‘paras’ estaba en otros lugares del departamento. Esta realidad se vería reforzada por la aparición de Uribe al frente del Gobierno y, con él, la presencia de la Fuerza Pública en pueblos y carreteras y de batallones móviles en parajes apartados.
Los ‘elenos’ preferían refugiarse al otro lado de la serranía de Perijá, en Venezuela. Teleri y los demás propietarios de la región acabaron por ver con alivio la desmovilización de ‘paras’ y guerrilleros auspiciada por el Gobierno. Solo un hecho inesperado los llenaba de perplejidad: las medidas de aseguramiento dictadas en Bogotá por jueces y magistrados contra honestos líderes políticos como Mauricio Pimiento, Álvaro Araújo o el gobernador Hernando Molina, con base en falsos testimonios de ‘paras’ interesados en obtener rebajas de penas y otros beneficios
El retorno guerrillero
¿Qué ocurre ahora en la región? Algo inesperado. La guerrilla vuelve. Nos lo dice Teleri, refugiada ahora con Morgan en una finca de la sabana bogotana. Primero aparecieron cinco guerrilleros.
Ahora, son algo más de cien, que a primera vista no pueden ser identificados como tales, pues no llevan uniformes ni fusiles.
Obedecen a la nueva estrategia de ‘Alfonso Cano’: introducir en la población sus llamadas milicias bolivarianas, que cumplen clandestinamente con las tareas de apoderarse de las juntas de acción comunal y de hacer llegar a los ganaderos y a los comerciantes del pueblo cartas exigiendo, como en otro tiempo, las famosas vacunas.
Lo grave es que los militares, expuestos hoy a ser investigados por una justicia ordinaria que desconoce la nueva estrategia de la guerrilla, prefieren eludir encuentros o riesgosos patrullajes.
Cualquier acción puede ser objeto de falsas denuncias por parte de los milicianos bolivarianos. “A veces -le refería a Teleri un capitán del Ejército- un campesino me dice: ‘ese es un guerrillero’, señalándome a uno de esos milicianos. Pero yo no me atrevo a detenerlo. Si lo hago, soy yo el que acaba preso”. Tal es la realidad que se está viviendo en muchas regiones del país.
Por obra de la nefasta polarización política que empieza a vislumbrarse en el país, no faltan quienes presenten como causa de esta situación al actual gobierno. Pero no es justo afirmarlo. Las declaraciones del presidente Santos, la designación del nuevo Ministro de Defensa y de la nueva cúpula militar muestran un propósito de firmeza. Pero para que este sea efectivo se necesita sin duda el restablecimiento de la justicia penal militar y una colaboración efectiva de la población civil a través de la red de cooperantes.
“¿Qué hacer?”, se pregunta hoy Teleri con una profunda congoja, temiendo que haya perdido para siempre a Poponte, el pueblo donde tres generaciones de su familia, venida de Inglaterra, echaron sus raíces. Es también la pregunta que se hacen muchos colombianos en otras regiones del país. ¿Su inquietud tendrá respuesta?
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