Desde que se enteró que había perdido la elección presidencial de 2006, López Obrador se replegó a la izquierda. Para sobrevivir políticamente, se radicalizó. Regresó a su base más fiel. A su core business, dirían los consultores empresariales; a su “flanco más seguro”, los estrategas militares.
Hagamos un poco de memoria. AMLO desconoció los resultados de la más reciente elección presidencial. Mandó al diablo a las instituciones. Movilizó a sus simpatizantes más fieles. Tomó avenidas y calles de la Ciudad de México. Se plantó en el Zócalo capitalino y se proclamó “presidente legítimo”. Llamó “pelele” al candidato ganador. Explicó que la “mafia que controla el país” había impedido que llegara a la Presidencia. Incluso amenazó con que Calderón no tomaría posesión: que habría una crisis constitucional.
Muchos creyeron que AMLO había enloquecido. Otros argumentamos que se trataba de un repliegue racional para mantenerse políticamente vivo. Una táctica, desde luego, con un costo: la radicalización asustaría al electorado más centrista. A esos votantes, que son la mayoría, que detestan el conflicto político, el lenguaje arrebatado, las amenazas contra las instituciones, las manifestaciones y la toma de espacios públicos.
Adorado por la izquierda pero mal visto por el resto de los votantes. Ese sería el destino de la estrategia de radicalización de AMLO. Y así está hoy en las encuestas. Los izquierdistas lo idolatran; quieren que otra vez sea su candidato presidencial. No obstante, el tabasqueño concita más opiniones negativas que positivas en el electorado general. Y está muy lejos del 35% de la votación que recibió en 2006. Hoy cuenta con el 15-20% de las preferencias, de acuerdo con la encuesta de octubre de Consulta-Mitofsky.
AMLO lo sabe. Por eso llegó el tiempo de moderarse a fin de recuperar al electorado más centrista. Con la izquierda sola no le alcanza para ganar. Le apuesta, en este sentido, a la desmemoria de los votantes.
Ayer publicó un artículo nada menos que en Reforma, periódico al cual tildó en 2006 de “muy rastrero, muy simpatizante, y más que nada apoyador del PAN y de la derecha, y no de ahora sino de siempre”. Bueno, pues ahora publica en ese mismo diario su propuesta de “cómo transformar México”. Nada nuevo de sus planteamientos que viene haciendo desde hace muchos años. Cito algunas de sus propuestas: procurar la soberanía alimentaria, construir cinco refinerías, no permitir las prácticas monopólicas, crear un corredor industrial y comercial en el Istmo de Tehuantepec, estimular la industria de la construcción, construir nuevas carreteras, un aeropuerto en Tizayuca y trenes rápidos. Otorgar “pensión universal para los adultos mayores y discapacitados; atención médica y medicamentos gratuitos para quienes no cuenten con seguridad social; apoyos a madres solteras y educación pública gratuita y de calidad en todos los niveles escolares”.
¿De dónde va sacar el dinero para todo esto, tomando en cuenta que está en contra de subir impuestos o incrementar la deuda pública? AMLO recurre a una fórmula que parece mágica y que también ya había dicho en 2006: si el gobierno es honesto, aplica un plan de austeridad y elimina privilegios fiscales, “se podrían liberar hasta 800 mil millones de pesos al año para el desarrollo y el bienestar de la población”.
En fin, no voy a repetir todas sus propuestas que en realidad son un refrito de lo que viene diciendo desde hace años. La única diferencia es el lenguaje moderado y hasta conciliador que utiliza. López Obrador ya no habla de “la mafia”. Ahora propone “construir una sociedad mejor y con grandeza espiritual: una república amorosa”. Sí, escuchó usted bien: una República amorosa.
Es evidente que AMLO pretende ir más allá del flanco izquierdista donde se ha refugiado estos años. Quiere congraciarse con el electorado centrista. La pregunta es si lo logrará. ¿Será tan grande la desmemoria de los votantes?
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