Juan Morote
Si decía Vittorio Gassman que el único error de Dios había radicado en no dotar al hombre de dos vidas, una para ensayar y otra para actuar, el problema de Grecia y, en general, el de todas las minorías que deciden votaciones, es muy similar. Veamos, durante años la Unión Europea ha sido un conjunto de países con intereses divergentes, transitando por países en estado de desarrollo asimétricos y con intereses políticos irreconciliables. En este escenario, como en muchos otros, se genera una contraposición tan irracional como real: los intereses de la mayoría se ven tiranizados por los intereses políticos de los gobernantes. Los gobernantes mantienen su hegemonía apoyados en unas minorías que no participan ni cooperan al bien común, sino al propio. De esta guisa, Grecia se ha ido manteniendo y recibiendo cantidades ingentes de dinero proveniente de la Unión Europea, por mor de ser el fiel de la balanza en determinadas votaciones.
El sufragio griego se ha comprado a base de créditos, subvenciones y ayudas, por los franceses, los alemanes, los italianos y por quien ha necesitado de él, cuantas veces se ha requerido. Grecia ha sido el CiU del parlamento español, es decir, el apoyo necesario y cuyo precio se torna infinito. Ahora, y casi de repente, quienes facilitaron crédito a Grecia basado en un análisis de riesgos únicamente político, reclaman que les devuelvan lo irracionalmente prestado, y se encuentran con que su acreedor no puede devolver lo que recibió y gastó. No contentos con lo anterior, los griegos, que son razonablemente conscientes de lo sucedido, se han dado cuenta de que su capacidad para extorsionar se mantiene casi intacta.
Papandreu y sus cuarenta ladrones saben que la estabilidad monetaria de la Unión depende de lo que Grecia decida, y la situación es tal, porque sus acreedores son la columna del sistema financiero europeo. Si Grecia cae de verdad, es ímprobo el esfuerzo que tendrán que realizar Francia y Alemania, fundamentalmente, para mantener a flote sus principales bancos. Luego, Grecia, en cierto modo, y aunque suene muy cínico, vuelve a gozar de un nada despreciable margen de maniobra. Si a esto le sumamos la ausencia de algún líder europeo digno de ese nombre, nos topamos con un Papandreu muy preocupado por el futuro político de su partido y el suyo propio tras el tsunami de la crisis. Si, además, juntamos todo esto en una coctelera y lo mezclamos adecuadamente, en lugar de un dry martini, nos encontraremos con un referéndum. Su mera convocatoria ha provocado una caída brutal en todas las bolsas del mundo. En resumen, si este ha sido el ensayo veremos qué pasa con la actuación.
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