A pesar de que la publicidad que ha tenido el conflicto de la deuda de los Estados Unidos, no todos comprenden lo que está pasando, porque desconocen los mecanismos financieros de la nación. Eso se ha prestado para la manipulación política de los acontecimientos, respaldada por la complicidad de los medios de comunicación.
Lo principal es que la deuda es del gobierno. La nación como tal, debido a su sistema de economía privada, no está en quiebra y Estados Unidos sigue al frente de la mayor producción de bienes y servicios a nivel mundial, a pesar de sus bajos índices de crecimiento económico en los últimos años.
Los gobiernos como entidades presupuestadas no pueden gastar más de lo que reciben por los impuestos. Sin embargo, en su afán de demostrar una gran generosidad social, muchos gobiernos facilitan la proliferación de proyectos que se convierten en una carga pública insostenible, aunque tengan cierta justificación humanitaria. Esto pudiera emocionalmente ser comprensible, pero lo que si no es comprensible son los planes especiales, que los “progres” para satisfacer su agenda política e ideológica se empeñan en impulsar y exigen más que nadie, fondos para sus incomprensibles proyectos.
Este es el eje de la discusión entre demócratas y republicanos. Los demócratas, partidarios de la filosofía del clientelismo político, no les importa cuanto haya que invertir en sus programas de caridad pública, de donde sale el dinero o quien paga por ellos. Tampoco les interesa como se gasta ese dinero, siempre y cuando tenga rédito político. Aquí montan su trinchera: subimos los impuestos o pedimos prestado. Subir los impuestos es impopular y tiene su costo político en las elecciones, lo mejor sería pedirlo prestado a entidades foráneas como a la China o Japón.
La filosofía republicana parte de que no se puede repartir o distribuir lo que no se tiene, que los impuestos, como mecanismo de recaudación de fondos son totalmente correctos, pero no a través de la elevación de los impuestos, sino a partir de la multiplicación de los contribuyentes.
Las dos posiciones se hallan en franca contradicción con la realidad norteamericana actual. El techo de la deuda no se puede seguir elevando indefinidamente, según aspiran los demócratas, porque los prestamistas pueden establecer sus propios limites, y aunque no fuera así, hipotecar el Gobierno norteamericano a una potencia extranjera sería políticamente muy peligroso. La visión republicana de aumentar los contribuyentes es imposible bajo la actual política económica de los Estados Unidos.
Estados Unidos se está convirtiendo de un país con un capitalismo exitoso a un país capitalista sin capital. Las razones son varias, ya que la fuga de capital es inmensa, pero una errónea visión del crecimiento corporativo interno fue funesta. Las empresas manufactureras, que empleaban un gran volumen de la fuerza de trabajo en los EEUU, decidieron aprovechar las ventajas de una fuerza de trabajo barata en otros países y eludir un tanto los impuestos. Las multinacionales de EE.UU. eliminaron 2,9 millones de puestos de trabajo en ese país durante la última década, al tiempo que aumentaron su personal en el exterior en 2,4 millones de trabajadores, según el Departamento de Comercio de EE.UU. Con ello se perdió aquello de MADE IN USA.
Todos saben que la solución es recortar gastos del gobierno y trabajar por la recuperación económica, incluyendo la restauración de los desvíos económicos de la nación norteamericana. Sin embargo, los intereses políticos no los dejan actuar razonablemente, ni con mentalidad de estadista, sino que quieren llevar el juego político hasta lo irracional. Ahora están asustando a un sector de la población, la más vulnerable y la que es mayoritariamente votante, los que reciben cheques del seguro social, los veteranos de guerra y los que reciben beneficios médicos del Medicare. Se sabe que esto es ilógico, porque todos los ingresos del gobierno no vienen de los prestamos, sino una gran parte vienen de los impuestos y estos se siguen cobrando mes a mes a todos los contribuyentes.
La intención es utilizar a la población como mecanismo de presión para que se apruebe un monto de la deuda que cubra hasta el 2013, luego que termine la campaña electoral. Esto potenciaría la candidatura de Obama y después de reelecto, no importan las consecuencias políticas, ya es de nuevo presidente. Sin embargo, los republicanos están dispuestos a hacerle pagar caro sus subterfugios políticos, presionándolo con seis meses para mostrar resultados y revisar de nuevo el aumento de la deuda.
Ahora bien, independientemente de las movidas políticas, Estados Unidos está envuelto en un fenómeno económico de consideración y que pone en riesgo la esencia misma del sistema. Aquí es donde debe empezar un análisis serio y desde luego, buscar un presidente con vocación y preparación administrativa y un sentimiento nacionalista por encima de todas las cosas. Tal vez Mitt Romney pudiera ser la mejor opción.
No se puede aspirar que los Estados Unidos sigan al frente de la mancomunidad de naciones, si pierde su liderazgo económico y continúa en declive su influencia política. Una economía fuerte tiene que empezar por poner en orden la casa. La fuga de capital no puede continuar sin regulación alguna, la fuerza de trabajo irregular, con trabajadores sin reportar y la utilización de trabajadores ilegales es un gran problema económico. La gran mayoría no pagan impuestos y envían a sus países de origen la mayor parte del dinero devengado, por lo que no se reinvierte en la economía nacional.
Hay otros serios problemas económicos, entre finales de 2007 (cuando el empleo estadounidense alcanzó su mayor pico) y finales de 2009 (cuando tocó fondo), la producción estadounidense de bienes y servicios disminuyó 4,5%, pero el número de trabajadores se redujo mucho más: 8,3%. El rompecabezas de hoy es entonces: ¿cómo y por qué los empleadores lograron aumentar la productividad, o la producción por hora de trabajo, como nunca antes durante la peor recesión en décadas?
En conclusión, mientras el mundo está en desarrollo y quedan tantas cosas por hacer, el desempleo laboral no es una condición económica, sino política. Si los empleadores estuvieran seguros de que podrían vender más, contratarían a más personas. Si estuvieran menos inseguros de la durabilidad de la recuperación y otros factores, estarían más inclinados a incrementar sus niveles de contratación, pero ante la amenaza constante de Barack Obama de subir los impuestos, es mejor mantener el mismo nivel de contratación y subir los precios, que tiene un menor riesgo económico. Y hay que respetar la voluntad de los inversionistas, no se puede obligar a invertir como se ha pronunciado Obama, porque esa es la esencia del capitalismo, invertir al menor riesgo. A no ser que vayamos a la fórmula del capitalismo sin capital, meta que se han trazado los demócratas norteamericanos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario