Nadie pudo celebrar más lo anunciado ayer en el hotel Hilton que Enrique Peña Nieto, ni el mismo AMLO. A nadie le cayó mejor el resultado de la consulta nacional que definió al candidato de la izquierda mexicana que a él. Andrés Manuel López Obrador será quien aparezca en las boletas bajo la sombra del PRD, el PT y el ahora Movimiento Ciudadano (antes, Covergencia). Es el candidato de la izquierda.
En dos discursos totalmente distintos nos lo hicieron saber. El primero, de Ebrard, elocuente y lleno de razones que lo obligan a hacerse a un lado en la contienda:
"La izquierda dividida sólo va al precipicio. No seré yo, nunca, quien conduzca las posibilidades de cambiar el rumbo de México al fracaso. Acepto y acato los resultados de las encuestas. Cumplo lo que he dicho. Así sea la diferencia que sea, pequeña o no, hago honor a mi palabra con dignidad y optimismo."
Y se marchó. Marcelo Ebrard no dejó jamás el temple que lo ha caracterizado en éstos, sus años de carrera política. Y tuvo razón, desde que comenzó el lío concluido ayer con el anuncio del candidato, el jefe de Gobierno capitalino se mantuvo claro y firme. Propuso y cumplió. Siempre supo que la ruptura era el peor de los caminos, esa fue una de las diferencias que siempre se le han reconocido a diferencia de AMLO. Ebrard terminará su mandato al frente del Palacio del Ayuntamiento del Distrito Federal y se apresta para comenzar la carrera rumbo a la elección que, también en 2012, elija a su sucesor.
Es una pena, una enorme tragedia para la izquierda nacional. El PRD se da un balazo en el pie al tener a AMLO como su representante en la boleta. Los mismos resultados se los dicen y que, me permito escribir, se equivocaron en la lectura.
El mismo Ebrard lo decía así ayer: "De las cinco preguntas yo gano dos y Andrés gana tres. El saldo de opinión me es favorable y el potencial de crecimiento de mi candidatura sería alto. La intención de voto favorece hoy a Andrés Manuel..." ¿En serio piensa el PRD para creer que los negativos que AMLO tiene hoy son reversibles?
A través de los años, estos últimos cinco, hemos visto a un movimiento pejista, sí, fuerte, pero que ya no representa a la misma cantidad de mexicanos. La misma que hace seis años se sintió parte de su proyecto. Y es que cuántas cosas pasaron.
Marcelo Ebrard hizo de su trabajo al frente del Gobierno capitalino un escaparate de libertades que antes ni siquiera el mismo AMLO pudo lograr mientras estuvo en el mismo cargo. En su república amorosa no hubo espacio para el derecho a decidir de las mujeres ni para el matrimonio entre personas del mismo sexo ni para la muerte asistida. Y eso que siempre ha hablado de justicia social.
Esas diferencias, y otras tantas más, hicieron que Ebrard se consolidara como un político capaz de hablar con ciudadanos de todos los colores y sabores; su Gobierno en el DF ha sido, sin duda, uno mucho más incluyente que el de AMLO, éste, lleno de discursos dobles. Porque no se puede quedar bien con Dios y con el diablo. Ni ser en unas cosas sí, de izquierda, y en otras tantas sí, cristiano, como él lo ha dicho. Y no porque ambos temas estén peleados, sino porque no debe haber punto de encuentro entre ambos que altere las decisiones que se toman desde un punto de vista meramente social y político.
Andrés Manuel López Obrador se salió con la suya y se convirtió ayer en el candidato que no sólo representaría a la izquierda, sino a esos miles de mexicanos que, sin pertenecer a color alguno ni tenerlo, formaban parte de ese capital electoral que Marcelo Ebrard podía hacer crecer. Si como lo detallaron ayer, hoy la intención de voto favorece a AMLO, lo cierto es que la elección no es hoy, sino en ocho meses y que esa intención de la que hablan ha llegado al techo y se ha venido haciendo menos de la que era hace unos años. Prefirieron lo que parecía "seguro", antes de crecer e invertirle a un capital electoral que ya había dado muestras de su potencial. Los que iban a votar por Marcelo, difícilmente votarán por AMLO.
Ya queda sólo en Josefina Vázquez Mota y el PAN la única posibilidad de oposición al PRI, para darles batalla en una elección que, como pinta, tiene a Enrique Peña Nieto muy entusiasmado, ahora que uno de los políticos en franco crecimiento tuvo que bajarse de la contienda. Así, AMLO respetó los resultados y, cómo no, si se anunció como ganador.
En dos discursos totalmente distintos nos lo hicieron saber. El primero, de Ebrard, elocuente y lleno de razones que lo obligan a hacerse a un lado en la contienda:
"La izquierda dividida sólo va al precipicio. No seré yo, nunca, quien conduzca las posibilidades de cambiar el rumbo de México al fracaso. Acepto y acato los resultados de las encuestas. Cumplo lo que he dicho. Así sea la diferencia que sea, pequeña o no, hago honor a mi palabra con dignidad y optimismo."
Y se marchó. Marcelo Ebrard no dejó jamás el temple que lo ha caracterizado en éstos, sus años de carrera política. Y tuvo razón, desde que comenzó el lío concluido ayer con el anuncio del candidato, el jefe de Gobierno capitalino se mantuvo claro y firme. Propuso y cumplió. Siempre supo que la ruptura era el peor de los caminos, esa fue una de las diferencias que siempre se le han reconocido a diferencia de AMLO. Ebrard terminará su mandato al frente del Palacio del Ayuntamiento del Distrito Federal y se apresta para comenzar la carrera rumbo a la elección que, también en 2012, elija a su sucesor.
Es una pena, una enorme tragedia para la izquierda nacional. El PRD se da un balazo en el pie al tener a AMLO como su representante en la boleta. Los mismos resultados se los dicen y que, me permito escribir, se equivocaron en la lectura.
El mismo Ebrard lo decía así ayer: "De las cinco preguntas yo gano dos y Andrés gana tres. El saldo de opinión me es favorable y el potencial de crecimiento de mi candidatura sería alto. La intención de voto favorece hoy a Andrés Manuel..." ¿En serio piensa el PRD para creer que los negativos que AMLO tiene hoy son reversibles?
A través de los años, estos últimos cinco, hemos visto a un movimiento pejista, sí, fuerte, pero que ya no representa a la misma cantidad de mexicanos. La misma que hace seis años se sintió parte de su proyecto. Y es que cuántas cosas pasaron.
Marcelo Ebrard hizo de su trabajo al frente del Gobierno capitalino un escaparate de libertades que antes ni siquiera el mismo AMLO pudo lograr mientras estuvo en el mismo cargo. En su república amorosa no hubo espacio para el derecho a decidir de las mujeres ni para el matrimonio entre personas del mismo sexo ni para la muerte asistida. Y eso que siempre ha hablado de justicia social.
Esas diferencias, y otras tantas más, hicieron que Ebrard se consolidara como un político capaz de hablar con ciudadanos de todos los colores y sabores; su Gobierno en el DF ha sido, sin duda, uno mucho más incluyente que el de AMLO, éste, lleno de discursos dobles. Porque no se puede quedar bien con Dios y con el diablo. Ni ser en unas cosas sí, de izquierda, y en otras tantas sí, cristiano, como él lo ha dicho. Y no porque ambos temas estén peleados, sino porque no debe haber punto de encuentro entre ambos que altere las decisiones que se toman desde un punto de vista meramente social y político.
Andrés Manuel López Obrador se salió con la suya y se convirtió ayer en el candidato que no sólo representaría a la izquierda, sino a esos miles de mexicanos que, sin pertenecer a color alguno ni tenerlo, formaban parte de ese capital electoral que Marcelo Ebrard podía hacer crecer. Si como lo detallaron ayer, hoy la intención de voto favorece a AMLO, lo cierto es que la elección no es hoy, sino en ocho meses y que esa intención de la que hablan ha llegado al techo y se ha venido haciendo menos de la que era hace unos años. Prefirieron lo que parecía "seguro", antes de crecer e invertirle a un capital electoral que ya había dado muestras de su potencial. Los que iban a votar por Marcelo, difícilmente votarán por AMLO.
Ya queda sólo en Josefina Vázquez Mota y el PAN la única posibilidad de oposición al PRI, para darles batalla en una elección que, como pinta, tiene a Enrique Peña Nieto muy entusiasmado, ahora que uno de los políticos en franco crecimiento tuvo que bajarse de la contienda. Así, AMLO respetó los resultados y, cómo no, si se anunció como ganador.
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