Cuando un hombre ha sobrevivido a tantos escándalos de corrupción, sexo y finanzas como Silvio Berlusconi en sus más de dos décadas en la política italiana, sería un error suponer que un asunto tan nimio como la inminente bancarrota de su país vaya a suponer nada más que un pequeño escollo en su carrera. Aun así, el gran superviviente de la política europea (asumió la jefatura del Gobierno en 1994) está a punto de marcharse. En realidad, ya no importa mucho quién esté a cargo de Italia. El país está en la ruina y los mercados se han dado cuenta. La única pregunta es cuándo se hundirá.
Lo único sorprendente de Italia es que le haya llevado tanto tiempo convertirse en el epicentro de la crisis de la Eurozona. El rendimiento de los bonos del Estado transalpino se ha elevado drásticamente en el último mes (con una subida en los títulos a 10 años del 5,6 al 6,6 por ciento). La principal esperanza para los mercados parece ser que aparezca un Gobierno tecnocrático que impulse las duras reformas estructurales que el país necesita.
En los próximos días se hablará largo y tendido de que Roma se enfrenta a una crisis de liquidez, no de solvencia, y que sólo necesita un empujón para salir del bache. Además se oirá que Italia es demasiado grande como para quebrar, aunque también dijeron que el Titanic no podría hundirse y eso tampoco ayudó cuando colisionó con un iceberg.
¿Qué dicen los números?
Es cierto que la deuda del Gobierno transalpino ha permanecido relativamente estable desde su incorporación al euro, aunque a un nivel muy alto. Sus tenencias totales de deuda estatal pendiente alcanzan el 129% del PIB, frente al 126% de 2000. El gasto estatal ha sido bastante disciplinado desde que se unió a la moneda única. Este año, se prevé que el déficit presupuestario se sitúe a tan sólo el 3,6% del PIB, una cifra modesta según los estándares globales actuales. Los pronósticos apuntan a que se alcance el excedente en 2014, aunque la proximidad de una recesión y el coste en aumento de sus deudas podrían desbaratar las previsiones.
También es cierto que Italia es un país relativamente rico comparado con Grecia y Portugal. Según Eurostat, su PIB per cápita se sitúa en el 104% de la media de toda la UE, mientras que el de Portugal apenas llega al 78% de la media y el de Grecia es del 94%. En casi todo el norte de Italia, la riqueza es equiparable a la de cualquier otro lugar de Europa; las regiones noroeste y noreste presentan un 126 y 124%, respectivamente del PIB per cápita medio de la UE, lo que las sitúa por encima de Francia o Alemania en su conjunto, y también de otros países considerados de éxito como Dinamarca. Pero Irlanda también es un país rico y eso no impidió que tuviera que ser rescatado por el FMI. Los ricos también se arruinan (y si no, pregunten a la familia Madoff).
Los grandes retos
El problema es que Roma se enfrenta a tres grandes escollos. En primer lugar, aunque la deuda estatal pueda parecer bastante estable durante la última década, desde luego a niveles bastante altos, casi todos los demás tipos de deuda han estallado. La deuda corporativa ha pasado del 96 al 128% del PIB entre 2000 y 2010, según los datos publicados por el Banco de Pagos Internacionales. La deuda privada ha subido del 30 al 53% del PIB en el mismo periodo. La deuda global ascendió del 252 del PIB al 310% desde que el país transalpino se unió al euro. Es un error centrarse sólo en la deuda estatal porque lo que cuenta realmente es el dinero que debe el país en su conjunto.
En segundo lugar, Italia ha dejado de crecer. El país ha atravesado cuatro recesiones desde su incorporación al euro en 1999. El crecimiento medio ha sido de apenas el 0,6% entre 2000 y 2010. El PIB per cápita creció un 0,1% durante toda la primera década de la moneda única, una cifra estadísticamente insignificante. Y recordemos que la economía global estaba en pleno auge en los ocho primeros de esa década. Casi cualquier otro lugar del mundo se enriquecía mientras Italia seguía igual. Y la década siguiente será mucho más dura. Dado lo mal que le fue a Italia en las épocas buenas, no hay duda de que sufrirá en las malas. Lo más probable es que el PIB se contraiga durante los próximos 10 años, y eso complicará notablemente sus posibilidades de devolver el grueso de la deuda.
Por último, la demografía italiana es la peor del mundo. La ONU prevé que la población se reduzca a 41 millones en 2050 de los 51 millones actuales. Peor aún, la dieta mediterránea (mucho vino tinto y aceite de oliva) está elevando rápidamente la esperanza de vida. Las mujeres italianas presentan la mayor de Europa, con 83,2 años (quizás porque tienen muy pocos hijos) y los hombres no se quedan muy atrás. A medida que pasan los años, habrá cada vez más viejos y no demasiados jóvenes, y eso complica las finanzas de cualquier Gobierno, pero en un país que ya cuenta con una crisis de la deuda y un sistema generoso de pensiones y bienestar es catastrófico.
Su destino...
No hay ninguna forma de que el país siga siendo solvente. Ya paga casi tres veces más por el dinero a 10 años que Alemania. Y el tipo de interés de la deuda estatal ha fijado la referencia de los préstamos para el resto de la economía. Si las empresas italianas pagan el triple por la financiación que sus vecinos, ¿cómo podrán seguir activas?
Puede que Italia se arruine este año, el siguiente o el que viene. El momento no importa demasiado al fin y al cabo. No es que se enfrente a una crisis de liquidez y el resto de la eurozona sea incapaz o no esté dispuesta a juntar el dinero suficiente para asistirla. Es insolvente, y con 1,9 billones de euros de deuda pendiente va a suponer un cataclismo para la economía mundial.
Matthew Lynn es director ejecutivo de Strategy Economics.
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