03 noviembre, 2011

La banca central y otros sistemas de emisión de dinero

Existen, al menos, cuatro formas de concebir la oferta de zapatos en un país. Una primera posibilidad es la planificación central. En Cuba, por ejemplo, es el gobierno el que decide cuántos zapatos se van a producir y en qué calidad y color...
Sistemas de creación de dinero
Existen al menos cuatro formas de concebir la oferta de zapatos en un país. Una primera posibilidad es la planificación central. En Cuba por ejemplo, es el gobierno el que decide cuántos zapatos se van a producir y en qué calidad y color. Tal sistema incluso puede evitar la importación de zapatos, y con ello, garantizarle todo el mercado a este único productor, constituyendo un monopolio. Otra alternativa es que tal monopolio deje de ser público para ser privado. En este sentido tendríamos una única gran empresa capaz de producir la cantidad de zapatos necesarios, bajo la regulación del gobierno. Una tercera posibilidad es la competencia. Muchas empresas ofrecen zapatos y la gente demanda por precio y calidad, aquellos que satisfacen mejor su necesidad. En este sentido, algunas empresas tendrán ganancias, otras tendrán pérdidas y tras un período de tiempo quedarán en el mercado aquellas empresas que hayan satisfecho mejor las necesidades que sus competidores. Por último, la cuarta opción es que en el país no se produzcan zapatos. En su lugar, podrían importarse desde otros países y con ello satisfacer la cantidad de zapatos que el mercado requiera.


Con la emisión de moneda ocurre algo similar. Si bien en el último siglo, la mayoría de los países han optado por el primer sistema descripto, esto es, un monopolio público de la emisión de moneda, siempre tenemos la opción de retornar a otros sistemas alternativos.
En la actualidad, la mayoría de los gobiernos o para ser más precisos, las autoridades monetarias, deciden bajo un sistema de banca central qué cantidad de moneda deben imprimir para satisfacer las necesidades del mercado. Este “monopolio de emisión” tiene su origen particular en cada territorio, pero ha habido un factor común: déficit fiscal del gobierno y expropiación de la moneda. Si imponemos el curso forzoso y declaramos x moneda de curso legal, entonces el gobierno tiene la posibilidad de imprimir lo necesario para financiar el gasto público y con ello imponer el “impuesto inflacionario” sobre los tenedores de dinero.
Para estudiar estos cuatro sistemas posibles de emisión de dinero podemos apoyarnos en la historia monetaria y bancaria de algunos países. Dado que abunda literatura sobre el caso estadounidense, aquí intentaremos concentrar la atención hacia otros horizontes.

El monopolio privado en Inglaterra
En Inglaterra los historiadores destacan una etapa preliminar cuando los comerciantes depositaban sus saldos de monedas y barras de oro o plata a los orfebres. En esos años, los banqueros disfrutaban de cierta libertad para constituirse, aunque esto se debía a que el negocio bancario no era lo suficientemente importante como para atraer la atención de la autoridad legislativa.
En un segundo período, el monopolio fue lo dominante. Esta segunda fase nace con la creación del Banco de Inglaterra de 1694 y tiene su origen en un hecho político. Carlos II había tenido que depender en gran medida, para sus necesidades financieras, de los créditos de los bancos londinenses. El endeudamiento fue tal que en 1672 suspende los pagos de Hacienda. Para sustituir la fuente de financiamiento, Guillermo III y su gobierno aceptaron el plan de un financiero llamado Patterson para fundar una institución que se daría a conocer como Governor and Company of the Bank of England. Se trató básicamente de un acuerdo entre un gobierno necesitado y una corporación que se acomodaba a ello, a cambio de ciertos privilegios. Pasaron sólo algunos años hasta que el banco obtuvo el monopolio privado de emisión. Así, entre 1694 y principios del siglo XIX el Tesoro británico se benefició de las renovaciones de privilegios al Banco de Inglaterra, quien ofreció créditos a bajo interés para financiar sus déficits fiscales. Los historiadores cuentan que ya en 1780 desaparecieron en Londres todas las emisiones privadas de dinero.
Durante este tiempo los bancos más pequeños de provincias se acostumbraron a llevar sus saldos líquidos al Banco de Inglaterra, y también a solicitar ayuda ante dificultades financieras, con lo cual éste empezaba a adquirir ya características de banco central.
Hay que destacar, sin embargo, que recién en 1812 el gobierno declaró de curso legal a la libra para todo tipo de pagos.
El banco recién fue nacionalizado después de la Segunda Guerra Mundial, en 1946.

El monopolio público en Francia
Las primeras experiencias en la emisión de moneda en Francia fueron desafortunadas. Los historiadores destacan los privilegios concedidos a John Law en 1716 para su Banque Générale, el que acabó en un desastroso exceso de emisión de papel, y el cierre del banco sólo 5 años después. Aunque se abrieron empresas dedicadas a actividades bancarias —como transacciones de cambio y de descuento—, hubo que esperar hasta 1776 para la fundación de un nuevo banco emisor, la Caisse d´Escompte, sociedad de responsabilidad limitada fundada por Turgot, ministro francés de finanzas. Desde el comienzo el banco estuvo asociado al gobierno y ya en 1783 un adelanto al Tesoro de 6.000.000 de francos provocó un auténtico asedio que terminó con la suspensión de pagos.
En 1792 un decreto prohibió la instauración de bancos emisores, pero su derogación en 1796-97 animó a algunos bancos de descuento de París a iniciar la emisión de billetes. La libertad que prevalecía en la banca francesa parecía haber demostrado ser muy satisfactoria, y no ocurrían desastres, pero la situación no podía durar al considerar la marcha de los acontecimientos políticos.
La manía centralizadora de Napoleón y las dificultades que encontraba al intentar descontar el papel del gobierno, debido a la falta de confianza que éste generaba, le llevó a tratar de aprovechar las ventajas que en potencia podrían derivarse de un banco creado bajo los auspicios del gobierno. Así, en 1800 persuadió a los accionistas de la Caisse des Comptes Courants, uno de los bancos más exitosos, para disolver la compañía y convertirla poco a poco en un nuevo banco, el Banco de Francia. El capital original era de 36.000.000 de francos, parte obtenida de la Caisse, parte de una suscripción pública y parte proveniente de la deuda nacional.
No hubo que esperar mucho para observar un duro golpe a la libertad bancaria. La famosa Loi du 24 Germinal an XI concedió al Banco de Francia el privilegio exclusivo de emitir billetes en París y prohibió la constitución, en las provincias, de nuevos bancos emisores si no era con el consentimiento del Gobierno, que se reservaba el derecho no sólo de conceder el privilegio de emisión sino también de fijar la cantidad máxima de dichas emisiones.
Las constantes presiones de Napoleón para obtener fondos de este banco, no pudieron tener otro resultado que la suspensión de pagos, lo que llevó a Napoleón a culpar al banco y reformar los estatutos para tenerlo más sujeto a las necesidades financieras del gobierno.
Los historiadores muestran que la ausencia de libertad bancaria llevó a Francia a un atraso profundo en materia bancaria con respecto a las prácticas desarrolladas en Inglaterra, principalmente en las provincias, donde no había bancos. Los intentos por abrir sucursales tampoco dieron resultados puesto que no llegó a haber compensación bancaria.
El Banco de Francia siguió teniendo privilegios, puesto que el franco había sido decretado de curso forzoso en todo el país, mientras que los billetes de los bancos de provincia sólo lo eran en sus respectivas localidades. Un decreto de 1848 dio el último toque, cuando fusionaron los bancos de provincia con el Banco de Francia, y se convirtieron en sus sucursales.
A partir de entonces Francia presentó un monopolio público de emisión y el progreso de la revolución industrial que acompañó esos tiempos, puso de manifiesto la insuficiencia de los servicios crediticios sobre todo en las provincias, pero también en París.

La banca competitiva en Escocia
El  Banco de Escocia fue fundado por un grupo de comerciantes en 1695, sólo un año después del Banco de Inglaterra, recibiendo por medio de una concesión del Parlamento el monopolio durante 21 años. Casi de inmediato el Banco puso en práctica una política de apertura de sucursales y comenzó a emitir billetes incluso por valor de 1 libra.
Los historiadores explican que en Escocia no había ningún tipo de restricción para entrar en el negocio de la banca mientras los accionistas estuvieran dispuestos a aceptar responsabilidad ilimitada por las deudas contraídas por la empresa, de modo que no tardaron en aparecer por todo el país bancos sin ley especial.
No había restricciones en cuanto al número de socios y, tras un corto período de abusos en una etapa que podíamos llamar experimental, la banca se concentró en manos de unas cuantas sociedades anónimas de tamaño considerable y financieramente fuertes.
La quiebra del Ayr Bank en 1772, tras un exceso de emisión de billetes, hizo mucho daño al crédito de los bancos más pequeños. Pero rápidamente surgió la práctica de compensar los billetes de banco entre ellos con regularidad. Hacían compensaciones dos veces a la semana y liquidaban los saldos inmediatamente. Los bancos adoptaron una organización mediante sucursales casi desde el principio y, en comparación con otros países, el desarrollo de la banca de depósitos y de las técnicas de préstamo fue mucho más rápido.
En 1826 había, además de los tres bancos con ley especial (con 24 sucursales), 22 sociedades bancarias por acciones (con 97 sucursales) y 11 bancos privados, mientras que en Inglaterra se estaba todavía aprobando la legislación que permitía establecer sociedades bancarias por acciones y el Banco de Inglaterra no había abierto siquiera una sucursal.

La importación de una moneda extranjera en Panamá
A pesar del exitoso caso escocés, el mundo hoy no presenta emisores privados de dinero. El siglo XX ha sido testigo del avance del monopolio público de emisión. En 1900, solo había alrededor de 18 bancos centrales en el mundo. Para 1940 la suma ya alcanza a 40 países. Hoy ya suman 164.
Algunas sociedades, sin embargo, insisten en utilizar una moneda extranjera, y no caer así en el vicio de las políticas inflacionarias para financiar el déficit fiscal. Panamá es uno de estos ejemplos.
El sistema monetario y bancario de Panamá tiene las siguientes características: (1) se usa el dólar como circulante, el Balboa —la moneda nacional— es una unidad de cuenta y sólo existe en monedas fraccionarias; (2) los mercados de capital son libres, no hay intervención del gobierno, o restricciones a las transacciones bancarias, o a los flujos financieros, ni a las tasas de interés; (3) hay una gran cantidad de bancos internacionales; (4) no hay banco central.
No tener banco central le ha permitido a la República de Panamá disfrutar de una macroeconomía estable y sólida.
Su inflación promedio en los últimos 20 años ha sido del 1%, manteniéndose consistentemente 1 o 2 puntos porcentuales por debajo de la inflación en EE.UU.
Pero Panamá no es oficialmente una economía dolarizada. Desde 1904 su Constitución estipula que “No habrá en la República papel moneda de curso forzoso”. En otras palabras, en Panamá cualquier moneda que se utilice, el dólar por ejemplo, es totalmente determinada por el mercado.
Al no haber banco central, no hay “prestamista de última instancia” y no hay seguro de depósitos; por consiguiente, los bancos están obligados a actuar responsablemente para mantenerse a flote. La ausencia de una banca central hace que no se manipulen ni se influya sobre las tasas de interés.
Panamá no impone controles de capital y la entrada o salida de capitales no ocasionan los mitológicos desequilibrios que muchos teóricos pregonan. Esto se debe a que Panamá desde 1971 decretó la apertura del sector bancario, llegando a tener más de 100 bancos internacionales, lo cual permite la integración financiera internacional y el manejo privado de la masa monetaria.
La macroeconomía panameña es la única en Latinoamérica que no ha sufrido colapsos financieros y que no ha recibido el contagio de los excesos financieros de sus vecinos.

Conclusiones
Los bancos centrales han surgido para ofrecer estabilidad monetaria y pleno empleo. El siglo XX sin embargo ha sido testigo de los mayores niveles de inflación en la historia de la humanidad, mientras el desempleo ha ofrecido un comportamiento cíclico como consecuencia de la política monetaria practicada precisamente por las autoridades monetarias. El fracaso de los bancos centrales vuelve a ser evidente ante la crisis global. La historia bancaria nos muestra que hay alternativas. Espero que este artículo sirva para abrir el debate.
* Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín

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