13 noviembre, 2011

La guerra como simulacro: ¿Fue un montaje mediático la toma de Trípoli por los rebeldes?

La guerra como el teatro donde el Nuevo Orden Mundial realiza su gran obra de convertir al mundo en un simulacro: la manipulación mediática en la guerra contra Libia revela los viejos trucos de la propaganda de los que se sirve el sistema dominante para perpetuarse, evitando toda guerra real.
«Ocurre como en la fábula de La Fontaine: el día que se produzca una guerra de verdad, no notarás la diferencia. La verdadera victoria de los simuladores de guerra estriba en haber metido a todo el mundo en la podredumbre de esta simulación».
Jean Baudrillard,  La guerra del Golfo no ha tenido lugar
Uno tenía la idea de que la guerra era lo más real de la existencia humana, las más cruda realidad. El escenario donde se debaten las fuerza de vida, energía de la tierra, de la sangre y hasta en cierta forma del sexo. Los instantes irrebatibles de la realidad del cuerpo que  busca imponerse para asegurar su existencia. Pero este escenario se ha convertido en un teatro —que ha reemplazado el campo de batalla “real” con un complejo de transmisión mediática “hiperreal”. Lo que sucede en Libia y lo que sucedió en Irak sucede fundamentalmente en los televisores y las pantallas de computadora de los ciudadanos del planeta, sin importar que más allá de estos “mapas” de la realidad haya un verdadero territorio: aquello que se concatena con una realidad global y tiene consecuencias políticas y económicas, aquello que nos (tras)toca, es lo que se proyecta en la pantalla (mental) colectiva.

Y existe todavía, acaso por un dejo de programación, la creencia de lo que vemos en las pantallas es lo que está sucediendo en las batallas. Asumimos tácitamente, por el poder de la imagen, por el poder de la tautología, que lo que vemos es la realidad: ver para creer. Es nuestra naturaleza imitativa aceptar y dejar entrar lo que vemos sin cuestionarlo mucho. Pero quizás sea tiempo de darnos cuenta que nos hemos mudado ya al “desierto de lo real” y vivimos y reproducimos constantemente un simulacro.
La cadena de noticias Russia TV ha dado a conocer imágenes que sugieren que la toma de los rebeldes de la Plaza Verde de Tripoli y el arresto del hijo de Muammar Gadafi, Saif Al Islam, fueron un montaje mediático en que se falsificó esta plaza y las celebraciones —se dice que la escena fue filmada en Qatar y que omitieron palmeras y los relieves en la estructura de estuco. Si bien esta cadena cita a periodistas que están en Libia, como Lizzie Phelan, diciendo que los acontecimientos reportados por Al-Jazeera y recirculados en la mayoría de los medios masivos occidentales no sucedieron o fueron al menos groseramente exagerados, se puede argumentar que el material no es conclusivo —aunque sí genera sospechas. Lo que no se puede dudar es que la noticia extensamente difundida de que Saif Al Islam había sido capturado por los rebeldes fue totalmente falsa y clave en la avanzada de los rebeldes sobre la capital (por otra parte el domingo varios medios habían reportado que los rebeldes ya habían tomado la capital de Libia, anticipándose en un acto de profecía que busca autocumplirse a los hechos).
La información que circuló sobre la toma de la Plaza Verde y la captura del hijo de Gadafi actúo a favor de los rebeldes. El mismo primer ministro del Consejo Nacional Transitorio libio (CNT), Mahmud Yibril, aseguró que la noticia falsa de la detención de Saif al Islam “produjo ganancias políticas y militares a los rebeldes”. Al tiempo que se comunicó esa información, 11 países reconocieron al Consejo Transitorio como representantes legítimos de Libia. Una estocada maestra de desinformación.
Como se puede ver en el video de Russia Today, Saif al Islam apareció ante las cámaras refutando la información difundida y acusando a la OTAN de esgrimir una “guerra electrónica”, utilizando alta tecnología e interfiriendo en su comunicación.
La BBC también transmitió imágenes falsas —y ridículas en su caso— de una especie de celebración nacional en Libia donde se ven banderas de India.
Existe un notable antecedente de lo que estamos viendo. En la segunda invasión Irak, en el 2003, apenas tres semanas de iniciada la guerra, periodistas estadounidenses y militares montaron un evento mediático simbólico:  el derrocamiento o linchamiento de la estatua de Saddam Hussein por su propio pueblo. Pero como se puede ver en el siguiente video, la mayoría de las personas que tiraron la estatua de Hussein eran estadounidenses y los medios inflaron el evento como un hecho de alto significado, una victoria moral que apeló al ánimo de la población con un truco psicológico. ¿Es posible que algo así haya sucedido de nuevo? Obama fue elogiado en Estados Unidos después de ver estas imágenes de celebración de los libios anti-Gadafi —cuando antes había sido condenado por iniciar la guerra. La guerra se ha convertido en un acto simbólico: entonces, vencer a  Gadafi en un set de televisión, como en  una especie de acto de magia vudú, es vencerlo en la realidad.
La presencia del simulacro ya había sido detectada por Russia Today. Citando a fuentes del ejército de Rusia esta cadena informó que los ataques aéreos que supuestamente perpetró Gadafi a los rebeldes el 22 de febrero, reportados por la BBC y Al Jazeera, no sucedieron, así como varios ataques más que los medios han reportado, según un monitoreo satelital.
Como habíamos informado anterioremente,  el noreste de Libia, donde se gestó el movimiento los rebeldes y donde recibieron armas de Egipto, es la zona donde más terroristas de Al-Qaeda per cápita fueron reclutados para luchar en la guerra de Irak. Ciudades como Darnah y Benghazi fueron las que más aportaron, como queda constatado en el reporte del 2007 del Centro para el Combate al Terrorismo de West Point. Lo que  parece indicar que Estados Unidos, quien ha suministrado armas a este grupo rebelde a través de Egipto y Arabia Saudita, armó a a grupos extremistas islámicos relacionados con Al-Qaeda para enfrentar a Gadafi. Algo que parecería completamente esquizofrénico si no supiéramos que Estados Unidos creó a este grupo en los ochenta bajo la batuta de Robert Gates y la CIA en Afganistán. Por lo cual valdría preguntarnos si Al-Qaeda no es el brazo militar secreto de Estados Unidos en el mundo, los mercenarios del terror y el caos, cuya avanzada luego Estados Unidos se encarga de poner en orden.
Existen reportes de que la CIA ha creado cuentas falsas en Twitter, en Facebook y en YouTube para apoyar la revolución de las fuerzas rebeldes en Libia.
Lo que es indudable es que la cobertura en Occidente del conflicto ha estado sesgada. Desde los cables de WikiLeaks, uno de los grandes protagonistas de la tiranía y corrupción mundial fue Gadafi. Poco después se transmitió por los medios mundiales que el delirante dictador de Libia estaba dispuesto a bombardear con armas biológicas a su propio pueblo (como un nuevo Hussein). Este mismo dictador psicópata, líder del país en mejores condiciones económicas de África, sin embargo, fue apoyado masivamente por un millón de personas, en una de las manifestaciones públicas más grandes de la historia, el 1 de julio —un evento que ningún medio mainstream cubrió.
Aunque la historia está llena de simulacros bélicos o eventos de falsa bandera (un buen ejemplo de cómo funciona esto es la película Wag the Dog), Jean Baudrillard traza una nueva era en el conflicto bélico con la guerra de la Tormenta en el Desierto, la invasión de Estados Unidos a Irak que ocurrió sobre todo a través de CNN. En su libro de 1991 La guerra del Golfo no ha tenido lugar, Baudrillard desarticula la guerra como parte del simulacro del Nuevo Orden Mundial que oculta la ausencia de política:
«La guerra del Golfo es la primera guerra consensual, la primera guerra emprendida legalmente, mundialmente con el fin de acabar con la guerra, con el fin de eliminar cualquier enfrentamiento susceptible de representar una amenaza para el sistema de control mundial, unificado a partir de ahora».
Es curioso que en el año en el que Baudrillard hablaba de la guerra como el instrumento político del Nuevo Orden Mundial para establecer un simulacro global,  el 11 de septiembre de 1991, George H. W. Bush hablaba del amanecer del Nuevo Orden Mundial:
Es igualmente curioso que encontremos en el filósofo francés Jean Baudrillard, cuyas ideas influenciaron la película The Matrix, un eco de la gran conspiración de nuestros días. Pero en su libro La guerra del Golfo no ha tenido lugar Baudrillard es bastante claro enunciado un plan de guerra contra el Islam: «En todo este asunto, la apuesta crucial, la apuesta decisiva, es la reducción consensual del Islam al orden mundial». La domesticación del “reto simbólico” por cualquier medio que sea, la guerra, la democracia o hasta los derechos del hombre. Y para domesticar a las culturas que desafían se utiliza el simulacro mediático: «El Nuevo Orden Mundial será consensual y televisual a la vez» (consensual como la realidad que impone que solo se mantiene por nuestra creencia en ella como un (tétrico) juego de Disneylandia).
Podemos ver una cadena de eventos que iniciaron con la primera guerra con Irak que continua con las guerras contra Afganistán, Libia, Irak (otra vez) y las reciente revoluciones de la primavera árabe artificial, cuyo fin es «imponer un consenso total a través de la disuasión»: la revolución simulada que disuade de la revolución verdadera. Que disuade de una guerra verdadera, donde algo verdaderamente se ponga en juego (donde haya verdadera oposición). La rebeldía se convierte en una moneda de cambio que el sistema usa a su favor —como los rebeldes de Libia—, creando así un blindaje: ellos son su propio enemigo: en una relación sin alteridad alguna: un monólogo autocontenido que se transmite e itera por el mundo. 
«La guerra, excepto precisamente en el Nuevo Orden Mundial, es producto de una relación antagónica, destructora, pero dual, entre dos adversarios. Esta  guerra de ahora es una guerra asexuada, quirúrgica, war processing, cuyo enemigo sólo figura como objetivo en un ordenador, exactamente como el compañero sexual, que solo figura como un nombre clave en el monitor del ordenador», dice Baudrillard sobre Irak.
El simulacro además toma otro significado y otro uso político, el de la desinformación: «abolir cualquier comprensión del acontecimiento” ante la inundación de signos, y de esta forma montando una fachada se protege el verdadero objetivo: “Cuando en el lugar deseado no hay nada, tenemos el orden», dice Brecht, citado por el francés.
Y aunque “las masas despierten” al horror y a la criminalidad atroz con la que se mueve Estados Unidos y sus aliados, esto es algo que se tiene contemplado en aras de cumplir el plan:
«Si quieren ser la policía del mundo y del Nuevo Orden Mundial, tienen que perder cualquier autoridad política, en beneficio de su capacidad operacional», decía Baudrillard en 1991.
La amoralidad del utilitarismo político: los políticos, los presidentes, son también simulacros, personajes intercambiables de la Gran Obra que cumplen un papel temporal avanzando en la construcción del Gran Teatro (el teatro, el mundo, se convierte en la obra: esa es la última intención de la simulación).
Baudrillard describía al infierno como  la pérdida de la otredad y “la repetición de lo mismo”. La guerra contra el mundo árabe, por más que sus creencias y sus prácticas nos puedan parecer detestables (o no) atenta contra la otredad radical, contra aquello que nos hace cuestionarnos nuestra propia existencia. La repetición de la misma dinámica bélica a favor de la democracia —o la intervención a favor de la seguridad planetaria y la preservación de una serie de valores en práctica espectrales— nos convierte a nosotros mismos en un simulacro: interactuamos solamente con la representación del mundo y no con el mundo y con los otros.  Y así,  la guerra que no tendrá lugar será la guerra individual con el verdadero enemigo, el otro que está en casa: tu propia sombra y tu demonio, y también la única libertad.

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