Desde la aprobación de la reforma política en 1989 hasta la fecha, el pueblo de México ha gastado, que no invertido, cerca de 4 mil millones de dólares en subsidiar a los partidos políticos.
Esta cantidad aproximada es sin duda difícil de justificar a posteriori, porque se suponía que la aprobación de subsidios para campañas y para los partidos mismos promovería la cultura democrática. Bajo ese supuesto tan noble, la cantidad puede parecer irrisoria, pero desde el punto de vista práctico, hay muchos lugares mejores donde invertir esa cantidad de dinero.
Hablo en dólares a propósito porque con aquello de la inflación y la resta de ceros a la moneda mexicana está difícil andar haciendo conversiones de pesos a valor presente. Para esos efectos, el dólar es bastante buen referente.
El problema de los subsidios a los partidos, y ya lo he dicho muchas veces, es que otro de los supuestos originales del sistema era que de las confrontaciones saldría la Verdad y con ella podríamos construir grandes instituciones. La verdad, así sin mayúscula, es que de la confrontación en las cámaras han salido legislaciones muy pobres y muy recortadas.
Por ello digo que la democracia representativa está en crisis no sólo en México, sino en todo el mundo. Debo insistir hasta el cansancio que el capitalismo está siendo víctima de sus propios éxitos y que el mundo moderno y supercomputarizado seguiría eliminando muchos empleos que difícilmente se absorberán en otros sectores de la economía.
En México podemos esperar que el rebote de la crisis estadounidense, con su gran desempleo, sus casas abandonadas, y sus grandes déficits fiscales, se convierta en un gran reto para el sistema político en su conjunto.
Por ello creo que hay muchas señales por todas partes en el sentido de que el pueblo quiere que los partidos dejen de pelear tanto y se pongan de acuerdo para presentar un frente unido contra la crisis económica.
Desgraciadamente, el sistema de confrontaciones se protege a sí mismo. Solamente en casos de tragedias como la muerte del Secretario Blake es que se logra por unos instantes que los diputados y senadores de diversos partidos se dejen de estar tirando tomatazos verbales mañana, tarde y noche.
Entonces la pregunta vuelve a surgir: ¿queremos realmente seguir subsidiando a los partidos o debemos dejar que aprendan a caminar solitos? ¿Qué caso tiene pagarles millonadas para que se hagan propaganda? ¿Qué caso tiene pagarles para que impriman sus principios y sus plataformas si de todas maneras no las obedecen ni las cumplen?
Después de más de 20 años de estar recibiendo dinero a manos llenas, es tiempo de que los partidos políticos adquieran la mayoría de edad y se las arreglen solitos.
Si ya vimos que recientemente varios empresarios importantes están apoyando a López Obrador, razón de más para pensar que en realidad ningún partido tiene una ventaja sobre los otros en cuanto a la recaudación de donativos.
Insisto: ha llegado el momento de prescindir de los subsidios de los partidos y dejar que éstos se rasquen con sus propias uñas. Quizá este criterio no sea aplicable a los gastos de campaña, pero eso es otra cosa muy distinta a que se les entregue dinero a los partidos para que hagan publicaciones, por ejemplo, destinadas a difundir sus ideas entre la ciudadanía.
Hay una gran resistencia a cambiar las reglas que evidentemente ya no aplican. Con las nuevas tecnologías de la información, el costo de hacerse publicidad directa ha bajado sensiblemente. Lástima que las reglas que sigue el IFE sean totalmente obsoletas y los partidos estén cada vez más maniatados.
Si el dinero que gastan los partidos fuera dinero privado, seguramente lo cuidarían más, pues arriesgarían con su mala fama quedarse con las bolsas vacías. Como reciben dinero público, poco les importa tirarlo o gastarlo que al cabo les llega gratis. No tienen ni que extender la mano, el cheque se les deposita directamente.
Esto no funcionó ni funcionará. Sin embargo, mientras los discursos de los políticos no empiecen a tratar el tema, la idea de que se cancelen los subsidios será tan sólo un sueño antes que una realidad.
Javier Livas
Esta cantidad aproximada es sin duda difícil de justificar a posteriori, porque se suponía que la aprobación de subsidios para campañas y para los partidos mismos promovería la cultura democrática. Bajo ese supuesto tan noble, la cantidad puede parecer irrisoria, pero desde el punto de vista práctico, hay muchos lugares mejores donde invertir esa cantidad de dinero.
Hablo en dólares a propósito porque con aquello de la inflación y la resta de ceros a la moneda mexicana está difícil andar haciendo conversiones de pesos a valor presente. Para esos efectos, el dólar es bastante buen referente.
El problema de los subsidios a los partidos, y ya lo he dicho muchas veces, es que otro de los supuestos originales del sistema era que de las confrontaciones saldría la Verdad y con ella podríamos construir grandes instituciones. La verdad, así sin mayúscula, es que de la confrontación en las cámaras han salido legislaciones muy pobres y muy recortadas.
Por ello digo que la democracia representativa está en crisis no sólo en México, sino en todo el mundo. Debo insistir hasta el cansancio que el capitalismo está siendo víctima de sus propios éxitos y que el mundo moderno y supercomputarizado seguiría eliminando muchos empleos que difícilmente se absorberán en otros sectores de la economía.
En México podemos esperar que el rebote de la crisis estadounidense, con su gran desempleo, sus casas abandonadas, y sus grandes déficits fiscales, se convierta en un gran reto para el sistema político en su conjunto.
Por ello creo que hay muchas señales por todas partes en el sentido de que el pueblo quiere que los partidos dejen de pelear tanto y se pongan de acuerdo para presentar un frente unido contra la crisis económica.
Desgraciadamente, el sistema de confrontaciones se protege a sí mismo. Solamente en casos de tragedias como la muerte del Secretario Blake es que se logra por unos instantes que los diputados y senadores de diversos partidos se dejen de estar tirando tomatazos verbales mañana, tarde y noche.
Entonces la pregunta vuelve a surgir: ¿queremos realmente seguir subsidiando a los partidos o debemos dejar que aprendan a caminar solitos? ¿Qué caso tiene pagarles millonadas para que se hagan propaganda? ¿Qué caso tiene pagarles para que impriman sus principios y sus plataformas si de todas maneras no las obedecen ni las cumplen?
Después de más de 20 años de estar recibiendo dinero a manos llenas, es tiempo de que los partidos políticos adquieran la mayoría de edad y se las arreglen solitos.
Si ya vimos que recientemente varios empresarios importantes están apoyando a López Obrador, razón de más para pensar que en realidad ningún partido tiene una ventaja sobre los otros en cuanto a la recaudación de donativos.
Insisto: ha llegado el momento de prescindir de los subsidios de los partidos y dejar que éstos se rasquen con sus propias uñas. Quizá este criterio no sea aplicable a los gastos de campaña, pero eso es otra cosa muy distinta a que se les entregue dinero a los partidos para que hagan publicaciones, por ejemplo, destinadas a difundir sus ideas entre la ciudadanía.
Hay una gran resistencia a cambiar las reglas que evidentemente ya no aplican. Con las nuevas tecnologías de la información, el costo de hacerse publicidad directa ha bajado sensiblemente. Lástima que las reglas que sigue el IFE sean totalmente obsoletas y los partidos estén cada vez más maniatados.
Si el dinero que gastan los partidos fuera dinero privado, seguramente lo cuidarían más, pues arriesgarían con su mala fama quedarse con las bolsas vacías. Como reciben dinero público, poco les importa tirarlo o gastarlo que al cabo les llega gratis. No tienen ni que extender la mano, el cheque se les deposita directamente.
Esto no funcionó ni funcionará. Sin embargo, mientras los discursos de los políticos no empiecen a tratar el tema, la idea de que se cancelen los subsidios será tan sólo un sueño antes que una realidad.
Javier Livas
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