La historia en breve
Ciro Gómez Leyva
Que se diga lo que se quiera, menos que Andrés Manuel López Obrador no merecía la candidatura presidencial de la izquierda.
Quizá Marcelo Ebrard hubiera sido una mejor carta para enfrentar a la locomotora peñanietista.
Quizá la imagen negativa de López Obrador sea imborrable.
Quizá luzca demasiado viejo para la generación que debutará el próximo 1 de julio.
Quizá ayer el PRD cometió un suicidio electoral.
Quizá, quizá. Pero nadie preparó y peleó esa candidatura como el tabasqueño.
Hay mucho de poético en esta historia. Y mucho de estrategia y sudor. La izquierda tiene candidato. El que más merecía la candidatura de la izquierda. Y, sí, el candidato que esta izquierda se merece.
Termina aquí una larga temporada de fintas y conjeturas. Y de aprendizaje, porque cómo cuesta a veces ver la realidad. López Obrador no iba a mandar al diablo las elecciones de 2012 para irse a fortalecer a su movimiento Morena con nuevos recorridos por el país. No se iba a desaparecer ocho meses para regresar en julio a recoger los restos de una izquierda vencida por el peñanietismo y convertirse en la oposición de pesadilla de la restauración priista. No iba a ir al Senado ni se dedicaría a romper ventanas.
Su destino estaba en las boletas presidenciales. Era demasiado grande y complejo para caber en otra parte.
La decisión de ayer pone fin, asimismo, al mito del fraude electoral de 2006. Ya no servirá de nada. López Obrador volverá a competir, sin desdoro, con el mismo IFE, el mismo PAN, el mismo PRI, el mismo PRD, las mismas “mafias”.
Si en verdad hubiera mandado al diablo las instituciones, estaría dando clases en Tabasco. Como no lo hizo, también por eso merece ser candidato. Suerte.
Quizá Marcelo Ebrard hubiera sido una mejor carta para enfrentar a la locomotora peñanietista.
Quizá la imagen negativa de López Obrador sea imborrable.
Quizá luzca demasiado viejo para la generación que debutará el próximo 1 de julio.
Quizá ayer el PRD cometió un suicidio electoral.
Quizá, quizá. Pero nadie preparó y peleó esa candidatura como el tabasqueño.
Hay mucho de poético en esta historia. Y mucho de estrategia y sudor. La izquierda tiene candidato. El que más merecía la candidatura de la izquierda. Y, sí, el candidato que esta izquierda se merece.
Termina aquí una larga temporada de fintas y conjeturas. Y de aprendizaje, porque cómo cuesta a veces ver la realidad. López Obrador no iba a mandar al diablo las elecciones de 2012 para irse a fortalecer a su movimiento Morena con nuevos recorridos por el país. No se iba a desaparecer ocho meses para regresar en julio a recoger los restos de una izquierda vencida por el peñanietismo y convertirse en la oposición de pesadilla de la restauración priista. No iba a ir al Senado ni se dedicaría a romper ventanas.
Su destino estaba en las boletas presidenciales. Era demasiado grande y complejo para caber en otra parte.
La decisión de ayer pone fin, asimismo, al mito del fraude electoral de 2006. Ya no servirá de nada. López Obrador volverá a competir, sin desdoro, con el mismo IFE, el mismo PAN, el mismo PRI, el mismo PRD, las mismas “mafias”.
Si en verdad hubiera mandado al diablo las instituciones, estaría dando clases en Tabasco. Como no lo hizo, también por eso merece ser candidato. Suerte.
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