17 noviembre, 2011

Lorenzo Bernaldo de Quirós: El fracaso de la Unión Monetaria

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Imagen de Thinkstock.
Los debates desencadenados hace dos décadas sobre la conveniencia o no de adoptar una moneda común en Europa tienen una importancia decisiva para entender el porqué de la actual crisis y también el porqué de su pésima gestión.
Desde un punto económico, las razones para crear la Unión Monetaria Europea (UME) fueron siempre muy débiles y, de hecho, así lo reconocieron sus propios impulsores. Si bien eran indiscutibles los beneficios derivados del mercado único, nunca lo fueron los teóricamente proporcionados por la adopción del euro. Es más, sus críticos iban más allá y argumentaban que sus potenciales costes eran muy superiores a sus hipotéticos beneficios. En realidad, la UME fue siempre un proyecto político, un paso hacia la constitución de algo parecido a los Estados Unidos de Europa, considerado la última posibilidad de preservar la influencia del Viejo Continente en la escena global.


En 1990, la Comisión Europea publicó un informe (One Market, One Money) cuyo objetivo era cuantificar las ventajas de la UME. La única indiscutible era la reducción de los costes asociados a la incertidumbre en los mercados monetarios y cambiarios, cifrada en un 0,4% del PIB de la Unión Europea. Esta ganancia se derivaba en casi su totalidad del recorte de la prima de riesgo sobre los costes del capital. También se afirmaba que la moneda única produciría otros importantes beneficios: una baja tasa de inflación, unas finanzas públicas más disciplinadas y, en consecuencia, un incremento de la estabilidad macroeconómica. Diez años después de su introducción parece evidente que, salvo la estabilidad de precios, y con matices, la UME no ha proporcionado a la UE las ganancias que se le atribuían. En cualquier caso, ya entonces esas ventajas no eran evidentes.

No necesitamos una moneda única

De entrada, la idea según la cual un mercado único necesita una moneda única es falsa. El mayor mercado común del mundo, la NAFTA, opera con un sistema de cambios flexibles y a nadie se le ha ocurrido plantear la conveniencia o la necesidad de imponer una sola moneda o fijar el precio de las divisas de la zona. En realidad, los tipos de cambio flexibles son el régimen cambiario más adecuado para un espacio económico común entre economías muy diferentes y con una cierta dimensión, ya que permiten a cada país lograr de una manera progresiva sus nichos de especialización en un mercado abierto a la competencia con los países integrantes de la zona de librecambio y ajustarse a los shocks competitivos externos de una manera gradual. En el mejor de los casos, esto es aceptando las previsiones de la Comisión Europea, un ahorro de costes de transacción del 0,4% del PIB era una ganancia extraordinariamente pequeña si se compara, como se ha visto, con los costes que para la economía europea ha supuesto el euro.
El principal fue la pérdida del tipo de cambio como mecanismo amortiguador de las perturbaciones de oferta y de demanda a las que puedan enfrentarse las economías de la Eurozona. En una unión monetaria, todos sus miembros están obligados a aceptar la misma política monetaria y aplicar similares políticas fiscales. Para maximizar el bienestar del conjunto de esa área económica, ello exige suponer que las perturbaciones en la demanda y en la oferta afectan de la misma manera y con la misma intensidad a todos sus miembros (simetría). Sin embargo, cuando esto no sucede (asimetría), el ajuste del tipo de cambio es una vía mucho más rápida y eficaz para estabilizar una economía abierta que ajustar todos los precios relativos de una economía. Cuando esto es imposible, y en ausencia de una elevada movilidad del factor trabajo y/o de un Tesoro Único que compense a los países más afectados por esas perturbaciones, el ajuste se produce con fuertes caídas de producción y de empleo. La moderna literatura sobre las áreas monetarias óptimas ilustra con claridad este punto y la evidencia confirma su exactitud.

Ventajas de la flexibilidad cambiaria

Las ventajas de contar con flexibilidad cambiaria no eran ni son de índole keynesiana. Un ajuste ante modificaciones permanentes en los términos de intercambio o en los tipos de cambio reales puede lograrse con devaluaciones o revaluaciones a un coste social menor que a través de rápidos e intensos descensos de los salarios reales y/o de los costes de producción o mediante la movilidad de los factores productivos, sobre todo el trabajo. Sin duda, si esta política se convierte en una práctica habitual no sirve para nada, pero sí es eficaz cuando se acompaña de medidas destinadas a flexibilizar los mercados y poner orden en las finanzas públicas. Por otra parte, en un régimen de cambios flotantes, el brutal sobreendeudamiento que ha sido la causa del origen y la profundidad de esta crisis hubiese estallado antes a través de una crisis cambiaria y la situación se hubiese estabilizado a un coste muy inferior.
La política fue el factor determinante que impulsó la UME. Francia no tenía ya la capacidad para desempeñar el papel de una gran potencia y Alemania, junto a la necesidad de conjurar sus demonios familiares ligando su suerte a la de Europa, tampoco estaba dispuesta a aceptar la crónica apreciación del marco en un escenario de tasas cambiarias flexibles. Por eso, el eje francoalemán empujó la creación del euro. Ahora, la política está siendo la causa decisiva del potencial hundimiento de la UME. La supervivencia del euro ante una crisis como la actual exige bien una gobernanza económica europea con un presupuesto federal bien que algún o algunos de sus Estados miembros esté dispuesto a hacer de prestamista de última instancia. Es un escenario similar al que produjo el hundimiento del patrón oro en el período de entreguerras. En otras palabras, la configuración político-institucional de la UME es incompatible con el funcionamiento y la supervivencia de una unión monetaria enfrentada a un choque asimétrico. Mírese como se mire, el diseño actual de la UME ha fracasado y es inviable.
Lorenzo Bernaldo de Quirós es miembro del Consejo Editorial de elEconomista.

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