Londres
El primer ministro griego Lucas Papademos afronta una ardua tarea, junto al designado como primer ministro en Italia, Mario Monti, y al gobernador del BCE Mario Draghi.
Si bien la nominación de Gobiernos tecnócratas a Grecia e Italia puede calmar a los nerviosos mercados, también podría impulsar a los partidos políticos populistas, subrayando el déficit democrático en la UE.
La llegada de los primeros ministros tecnócratas a Grecia e Italia no ha contado con la aprobación de todo el mundo. Algunos se quejan de que Lucas Papademos y Mario Monti no hayan sido elegidos, sino que sus nombramientos sencillamente confirman el carácter elitista y no democrático del proyecto europeo.
Es posible. Pero los tecnócratas presentan ciertos aspectos a su favor en medio de una crisis financiera. Se sienten como en casa en el mundo de las curvas de rendimiento y las obligaciones de deuda garantizadas. Entienden el funcionamiento de los países extranjeros, así como el de los mercados. Al entrar en sus despachos, probablemente no te pedirán un soborno ni te darán pellizcos en el trasero. Puesto que se asume que no desean desarrollar una carrera política a largo plazo, puede que sean capaces de tomar decisiones complicadas.
Carreras en Goldman Sachs
Los tecnócratas europeos suelen presentar credenciales sorprendentemente similares. Comparemos los currículos de Monti, Papademos y Mario Draghi, que acaba de llegar a la presidencia del Banco Central Europeo. Los tres son economistas y se han formado en Estados Unidos. Los tres han ocupado puestos superiores en la burocracia de la Unión Europea. Tanto Monti como Draghi han trabajado en Goldman Sachs.
Estas cualificaciones serán del agrado de los mercados, aunque no de los detractores de la globalización. Pero Europa y el mundo en general tienen motivos más que suficientes para esperar que Monti y Papademos puedan hacer milagros. Porque, si no lo consiguen los tecnócratas, los extremistas están al acecho para sustituirles.
En Grecia, alrededor de un cuarto del electorado afirma actualmente que apoya a los partidos de la extrema izquierda y un ocho por ciento que respalda a la derecha nacionalista. Conjuntamente, los extremos políticos en Grecia ahora reúnen más apoyo que cualquiera de los dos partidos dominantes. En la política italiana posiblemente reine la confusión durante un tiempo tras la dimisión forzada de Silvio Berlusconi. Pero en el pasado, Italia ha creado poderosos movimientos comunistas y de extrema derecha. Mientras, Umberto Bossi, de la Liga Norte, afirma que le encantaría formar parte de la oposición, donde puede clamar contra la UE, los inmigrantes y los italianos del sur.La radicalización de la política
En Europa, la radicalización de la política es visible tanto en las naciones acreedoras como en las deudoras. Marine Le Pen, del Frente Nacional de extrema derecha, tendrá un gran impacto en las elecciones presidenciales francesas de 2012, aunque posiblemente no sea la vencedora. En Países Bajos, el Gobierno ahora depende de los votos del Partido de la Libertad liderado por Geert Wilders, que se sitúa en segunda posición en las encuestas. El Partido de la Libertad de extrema derecha en Austria registra en las encuestas un empate con el Partido Popular que gobierna actualmente. En Finlandia, el partido nacionalista de Los Finlandeses sigue ganando terreno y supera con creces el 20 por ciento en los sondeos.
Todos estos partidos al alza critican a las “élites”, ya sea en Bruselas, en Wall Street o en sus propios Gobiernos. Todos se muestran hostiles ante la globalización y la inmigración, en especial la que procede del mundo musulmán. Algunas partes de la extrema derecha europea, como el partido Jobbik en Hungría siguen insistiendo en las temáticas antisemitas tradicionales. Pero otros, como Wilders en Países Bajos, se declaran firmemente a favor de Israel porque ven en el Estado judío un aliado en un choque de civilizaciones con el mundo musulmán.
Sin embargo, los populistas de Europa están cada vez más decididos a acabar con el reclamo electoral de la hostilidad hacia la inmigración y en lugar de ello se centran en el aspecto económico y del euroescepticismo, que presenta un atractivo más amplio.
Todos los partidos populistas se declaran abiertamente escépticos con respecto a la UE, que consideran como la mayor responsable de todo aquello que aborrecen: el multiculturalismo, el capitalismo internacional, la erosión de las fronteras nacionales y la desaparición de las monedas nacionales.
Marine Le Pen aboga por la retirada de Francia del euro, por imponer barreras arancelarias y renunciar al acuerdo de Schengen sobre la libre circulación de personas a través de la UE. Wilders, que antes se centraba únicamente en luchar contra el islam, acaba de anunciar que está investigando la posibilidad de que Países Bajos abandone el euro y vuelva al florín. Según las encuestas, la mayoría de la población holandesa ahora se arrepiente de haberse unido a la moneda única europea.
Votantes atraídos por los partidos extremistas
De momento, en Europa no existe ningún partido ni de la extrema derecha ni de la extrema izquierda que esté a punto de llegar al poder a través de las urnas. Por lo general, los partidos dominantes aún pueden unirse para mantener a raya a los extremistas. Pero seguiría siendo un gran error considerar que los populistas y los extremistas no tienen nada que hacer.
Estos grupos ya son lo bastante poderosos como para influir en gran medida en el debate. Los políticos de los partidos mayoritarios en las naciones acreedoras como Finlandia, Países Bajos y Eslovaquia sostienen que, después del rescate griego, posiblemente no podrían aprobar más paquetes de préstamos para Italia, ya que los votantes se rebelarían y se posicionarían en los extremos políticos. En Francia, los debates sobre inmigración y política económica claramente han estado dominados por el Frente Nacional.
Y todo esto se produce en una situación económica negativa, aunque aún no sea catastrófica. Pero imaginemos qué ocurriría en el paisaje político europeo si los bancos empezaran a derrumbarse, la gente perdiera sus ahorros y sus trabajos y se produjera otra profunda recesión. En ese punto, los votantes estarían lo bastante desesperados y desilusionados como para recurrir en mayor medida a los partidos extremistas.
Por ello, dependemos mucho de la capacidad de los tecnócratas para estabilizar sus economías nacionales, calmar los mercados de los bonos y evitar otra crisis financiera y la disolución desordenada del euro.
El problema es que, aunque Monti, Papademos y Draghi sean hombres competentes, no pueden hacer milagros. Y el peligro es que la situación en Europa puede que sea ya tan crítica que ni los tecnócratas más brillantes y férreos sean capaces de cambiar el rumbo
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